Gracias a su Bendición, Gigante Helado, Leo no se había desmayado todavía. Al escuchar las palabras de Lucien, abrió los ojos con gran dificultad, mirando al extraño joven frente a él con sorpresa y preocupación.
Ante la orden directa de Lucien, el dueño del bar también se sorprendió. Se preguntó si aquel joven sabía quién era Warren y quién era su padre.
Warren se rio un poco primero como si estuviera viendo algo muy ridículo, entonces, reprimiendo su ira, le dijo a Lucien.
—¿Por qué crees que te dejaría llevarte a Leo? ¿Quién te crees que eres? ¿Cómo te atreves a hablarme así?
Claramente, Warren estaba de mal humor. Leo había arruinado su gran trato con un duque en el Imperio Schachran. Cuando por fin encontró a Leo y estaba a punto de hacérselo pagar, un tipo cualquiera apareció justo frente a él y le ordenó que soltara a Leo. ¡Nadie, excepto su propio padre y los nueve señores de la ciudad, se atrevían a hablarle de esa forma!