Cuando despertó, el general Shen sintió un calor recorriendo su cuerpo y un dolor agudo en su torso y pierna. Sentía que un pelaje le rozaba y le hacía cosquillas en la mejilla. Abrió los ojos lentamente, logrando vislumbrar la luz naranja que provenía de la fogata a unos cuantos metros lejos de él. Pestañeó al ver que estaba en una cueva subterránea de la cual no tenía idea su ubicación.
—¿Dormiste bien? —Una voz femenina lo tomó desprevenido, haciéndolo darse cuenta de que había alguien más en la improvisada cama en la que él yacía. En un instante, el general saltó de la cama, abriendo las heridas de su torso. Se quejó mientras apretaba los dientes y miraba a la mujer en prendas rojas y blancas que estaba sonriendo al verlo.
—Eres un tonto mortal —dijo riéndose con sus varias colas moviéndose detrás de ella. Posó un mechón detrás de su oreja y empujó al general al piso con una de sus colas.
El general la miró perplejo.