—Capitán, ¡los piratas Calavera Roja huyeron!
Un marinero se precipitó en las habitaciones del capitán.
—¿Huyeron?
Elland levantó su telescopio y miró con curiosidad el mar en calma, justo a tiempo para ver al Calavera Roja desaparecer en el horizonte.
Frunció el ceño, completamente incapaz de comprender cómo pudo haber ocurrido algo así.
Desde su punto de vista, los armamentos del Ágata Blanca definitivamente no eran capaces de asustar a los piratas del Calavera Roja. Estaba garantizado que ambos barcos tendrían que rodearse docenas de veces durante la escaramuza y disparar múltiples tiros para asegurarse de que su rival los encontrara como un hueso duro de roer. Y recién luego de todo eso, sin atreverse a seguir enfrentándose de forma prolongada, elegirían retirarse racionalmente.