—¡No cualquier persona puede cruzar las Grandes Llanuras de la Muerte! —pensó Leylin, sentado en el carruaje que hacía que su cuerpo se tambaleara constantemente. Se abrió una pequeña ventana y entró un dorado rayo de sol que le dio algo más de vida al interior del carruaje.
Ya habían transcurrido diez días desde el ataque de la manada de lobos gigantes. Durante ese tiempo, el grupo encontró más y más peligros a medida que se adentraba en las llanuras.
Solo en ese momento Leylin descubrió que los lobos gigantes de las llanuras estaban al final de la cadena alimenticia. Había muchos depredadores más astutos y feroces que ellos.
En el camino, Leylin vio una gran cantidad de grupos de animales cuyos números igualaban a los de la manada de lobos.