Sean estaba estudiando al hombre que estaba atado a una silla, en una tienda de campaña. Este último no apartó sus ojos. También miraba a Sean en silencio.
Era inusual que un traidor estuviera tan callado. Antes, en la antigua Ciudad del Rey, Sean había presenciado numerosas traiciones. Si bien los traidores le dieron información útil, Sean despreciaba lo peor de la naturaleza humana retratado por un traidor: avaricia, servilismo y hambre de poder.
La reacción de este hombre, sin embargo, despertó el interés de Sean.
Después de que los dos hombres se miraron fijamente por un buen rato, Sean rompió el silencio.
—¿Nombre?
—Joe —respondió el hombre —. ¿Es usted el comandante aquí? Me refiero a si es el comandante de la tropa Castillogris en reemplazo del Lord de Ciudad Espinosa o algún otro señor cualquiera.
—¿Es importante para ti?
—Si no lo es, no soltaré ni una palabra, porque... no tiene sentido hacerlo.