Cuando Roland regresó a la sala del castillo, se sentó en el asiento de honor y miró a sus súbditos.
De su memoria, el ex príncipe Roland había ejercido su derecho de juzgar una sola vez, y eso tuvo lugar poco después de llegar a Ciudad Fronteriza. Después de que se peleara con los nobles y se sintiera insatisfecho con la vida, entregó todas sus responsabilidades y asuntos a Barov y nunca más se interesó en ellos.
Cuando todos los involucrados estaban presentes, Roland anunció el inicio del juicio.
A cada parte se le permitió declarar sus razones antes de que Roland los interrogara. Con la ayuda secreta de Ruiseñor, su deber como juez se volvió relajada y fácil: no tenía que descubrir quién estaba mintiendo o ser insincero, ni tenía que tener un corazón abiertamente meticuloso.
Toda la historia del asunto pronto se aclaró.