En un espacio distante, desconectado de los mundos donde todo parecía congelado, nada se movía.
La quietud prevalecía. La única existencia allí, un ser que se parecía a una mujer, se vio obligada a abrir los ojos.
Una energía verdosa surgió dentro de ella —una energía tan poderosa que podría ser una de las fuerzas más fuertes, si no la más fuerte. Luchaba contra las cadenas que la ataban.
El ser abrió sus ojos, y la quietud se desvaneció, revelando sus profundos ojos negros con pupilas verdes.
—El precio ha sido pagado —declaró, notando cómo las cadenas resistían su poder.
—Se revertirá por sí solo —murmuró, cerrando los ojos una vez más.
Un pulso de energía verde emanó de ella, haciendo que las cadenas se desintegraran en polvo y desaparecieran de la existencia.
Sin embargo, estas cadenas, cualquiera que fuera su naturaleza, no reaccionaban agresivamente como lo habían hecho a la energía morada que había aparecido anteriormente.