Era otoño cuando aceptaron la solicitud de Sei de sacar a Zero del laboratorio. Obviamente sin antes pedirle a cambio que creara un programa maligno de espionaje.
Luego de que lo lograra con éxito, Sei lo fue a sacar y para sorpresa de todos, el chico salvaje e indomable, seguía a Sei como una mascota obediente.
El chico no dijo ni una palabra al abandonar el enorme laboratorio rodeado de grandes murallas. Sin embargo, una vez que estuvo afuera del gran portón, los ojos de Zero se abrieron. Obviamente estaba sorprendido por todas las cosas que veía. A Sei no le llamó para nada la atención la reacción del chico, ya que sabía que había pasado nueve años dentro del laboratorio y que no le había dado ni un vistazo al mundo exterior.
Cuando ambos chicos estaban recorriendo en silencio por el camino con las hojas de arce cayendo a su alrededor, Sei se detuvo. El chico tras él también se detuvo, como si fuera un robot siguiendo todos los pasos de Sei.