Nuestro universo, una infinita extensión llena, entre otras cosas, de planetas junto a brillantes estrellas que aportan luz y vida en ellos.
Hay diferentes creencias sobre cómo se formó, pero nadie lo sabe a ciencia cierta. En realidad, a pesar de haber tantos que afirman tener las teorías más acertadas o creíbles, nadie puede presumir de poseer ese conocimiento perdido entre los milenios.
Mientras reflexiono sobre la incógnita de la creación, a veces me quedo observando el cielo nocturno, admirando todos esos cuerpos celestes que lo iluminan. Viendo brillar las millones de estrellas me hago una pregunta que probablemente a muchos se les pasa por la cabeza, ¿habrá algo en otros planetas?
Siendo más preciso, es impensable creer que el ser humano es realmente el único ser inteligente en este universo tan misterioso. La gente ha asumido que la especie humana es la única y la más avanzada tecnológicamente sin tener en cuenta la posibilidad de que otros planetas hayan tenido la misma suerte que el nuestro hace millones de años. Quizás en estos momentos, en otro planeta lejano, habrá alguien más contemplando el mismo cielo nocturno del mismo modo que yo.
A la vez que me cuestiono esta trivialidad, otra un poco más extravagante se abre paso desde mi subconsciente, ¿es posible que exista un universo completamente distinto a este? Mi mente se pierde entre la imagen de multitud de personas levantando la cabeza para observar un cielo estrellado completamente independiente del que estoy acostumbrado a ver.
No contento con mis delirios nocturnos, ignorando por completo la luz de las brillantes estrellas, también me quedo embobado observando la negrura de la noche oculta tras ellas y otra pregunta se me formula. Antes de que todo esto fuera creado... ¿qué había? Solo una respuesta oscila en el aire, la más absoluta nada. Una nada que nadie conoce y cuya oscuridad arropa el manto de sus dominios.
Vivimos en un mundo rodeado de luz. Una luz que brilla intensamente incluso en medio de la negra noche. De ahí sale mi última pregunta, ¿sería posible vivir en la más profunda oscuridad? A cualquiera que le preguntaras te respondería casi seguro que no. Pero… ¿es eso una norma universal? Quizás existan otros mundos donde no predomine la luz y la oscuridad no sea solo una sombra de lo que solía ser…
***
La quietud reinaba en medio de una ciudad pintada de negro en casi su totalidad. Grandes y altos edificios, teñidos del mismo color que una noche sin luna, se alzaban espléndidamente por dondequiera que uno mirase, dándole ese característico e inexistente color que ni el mismo cielo nocturno podía conseguir por sí solo.
Aunque la forma de estas construcciones difería ligeramente las unas de las otras, en su mayor parte eran redondeadas y generalmente terminaban con un techo puntiagudo. Formando así algo parecido a un montón de agujas semicónicas. Algunas de ellas tenían ramificaciones laterales que conectaban directamente con enormes esferas que parecían estar flotando por sí mismas.
Justo en medio de la ciudad se levantaba otro gran edificio algo distinto a los que lo rodeaban. Su estructura se asemejaba a un montón de discos de distintos tamaños apilados los unos encima de los otros, ordenados del más grande al más pequeño, terminando finalmente con el mismo techo puntiagudo de los demás. Dentro de este mismo edificio, unos pasos apresurados resonaban con fuerza por los pasillos.
—¡Siempre igual! ¡Ya no puedo soportarlo más!
La dueña de esas pisadas se quejó en voz alta antes de llegar delante de lo que parecía ser su habitación. Puso su mano en el pomo de la puerta y la abrió lentamente. Sin embargo, apenas la abrió dos dedos, volvió a cerrarla con aún más lentitud.
—Siempre igual…
Sus ojos de color rojo quedaron fijos en el pomo, que apretó con fuerza tras unos segundos. Entrecerró ligeramente los ojos y, después de dar un aleteo con el par de alas negras que crecían desde su espalda, echó a correr en dirección contraria a por donde había llegado.
Su carrera no fue muy larga. Su velocidad descendió hasta quedar en lentos pasos irregulares, intentando hacer el mínimo ruido posible. Se escabulló sigilosamente por los pasillos, asegurándose en cada esquina de que nadie la viera. Manteniendo esa cautela durante todo su camino, consiguió alcanzar una habitación completamente apartada de las demás. Abrió la puerta de golpe y se metió dentro a toda velocidad, tras lo que la cerró aún más rápido. Pasó un par de minutos pegada de espaldas a ella, escuchando en silencio por sí se acercaba alguien.
—Uf, no me vieron.
Suspiró aliviada, al mismo tiempo que se dejaba caer de espaldas contra la puerta y se secaba el sudor de su frente, en la que se pegaba ligeramente su largo cabello plateado.
Acababa de entrar en una gran habitación que sin duda era de hombre. Gran emoción se dibujó en su cara al levantar la vista y fijarse en la pared que tenía justo en frente. Al lado de una cama de matrimonio, justo encima de una lujosa mesa de noche descansaba tranquilamente una espada corta, colgada en un mostrador de armas. Se trataba de una simple espada de doble filo, sin ninguna decoración a excepción de una gema transparente incrustada en medio de la cruz.
—Por fin nos encontramos de nuevo, mi querida Vurtalis.
Lentamente se acercó y levantó temerosamente los brazos hacia ella, parándose justo antes de terminar de cogerla. Finalmente, la retiró gentilmente de la pared con sumo cuidado al mismo tiempo que una temblorosa sonrisa melancólica se dibujaba en su cara. Abrazó esa espada como si fuera la cosa más valiosa del mundo para ella y miró hacia la foto que reposaba silenciosamente encima de la mesa de noche.
—Mamá, te lo suplico. Aunque sea solo por unas pocas horas, llévame lejos de aquí.
Como si reconociera las palabras de la chica, la espada empezó a brillar intensamente, hasta que la misma luz se la tragó…