Baixar aplicativo
50% Relatos de terror. / Chapter 1: El Santo que crece.
Relatos de terror. Relatos de terror. original

Relatos de terror.

Autor: Cristian_zz

© WebNovel

Capítulo 1: El Santo que crece.

Por razones de la vida, en mi época de adolescente, me tocó irme a vivir con una tía que se había encariñado conmigo. Mi mamá le había pedido ayuda, pues en la casa éramos siete y no había suficientes ingresos. Vivíamos mal, a veces ni comíamos y eso se estaba empezando a ver en constantes enfermedades y problemas de desnutrición. Un día, esta señora llegó a la casa y mi mamá habló con nosotros. Cuando ella dijo que quién se quería ir con la tía, emocionada dije que yo, pensando que era un paseo o algo así, no que me iba a ir de la casa, alejarme de mis hermanos e irme a vivir con otra persona que nunca había visto en mi vida.

Ese mismo día cogí mis tres trapitos, una muñeca y un bolsito que me había dejado mi abuela, y fui diciéndoles a los niños que les iba a traer empanaditas en la noche para comer.

La tía, bueno, la verdad, nunca supe si era realmente mi tía. Mi mamá dice que era la hermana de mi papá, pero nunca lo pude comprobar porque mi papá nunca nos presentó a su familia, y cuando lo mataron, nadie, excepto nosotros y algunos vecinos, fue a su entierro. Yo le pregunté varias veces a mi tía sobre él, pero sus respuestas eran vagas, nada concreto que me permitiera atar cabos sueltos. Solo sabía que ella era una señora viuda sin hijos, con mucha plata, y que por alguna razón vivía en una casa enorme pero horrible. Más adelante les cuento detalles. Resulta que ella se dedicaba al comercio, al menos eso decía ella. Viajaba todos los fines de semana a Maicao y de allá siempre regresaba con un bolso lleno de cosas que yo nunca vi.

Lo que sí es que cada vez que llegaba el lunes siguiente, iban llegando personas una tras otra de ahí, del mismo pueblo y de otras partes. También se metían a un cuarto que ya tenía al lado de la puerta de la calle. Duraban como media hora y salían, así como entraban, sin nada. La verdad, no sé qué le compraban o qué hacían. Bueno, en ese momento no lo entendía, pero ahora, pensando con más detalle, puedo saber que no era nada bueno.

A ella le decían "La Mayona", una mujer de estatura imponente, cejas pintadas, ojos grisáceos, y cabello más negro que nunca vi en mi vida. La piel enrojecida como tostada por el sol. No era una mujer muy atractiva que digamos, pero tampoco era desagradable.

De hecho, tuvo varios pretendientes, entre ellos, un señor que sabía de plantas, que siempre le llevaba esencias y hojas secas. Se tomaban el tinto con ella en la cocina, a solas, mientras yo, en la sala, los escuchaba decir cosas en voz baja y reían como si fueran dos adolescentes coqueteando. Hoy pienso que en realidad lo que hacían era otra cosa. A ese señor fue al que le escuché por primera vez el cuento del santo que crece. Recuerdo que yo estaba limpiando unos estantes que había al lado del comedor, y él le comentaba a mi tía de un santo que había que pedirlo por un encargo especial a una persona que tuviera el acuerdo de algo llamado las tres cruces. Que esas personas eran muy pocas y que por eso muy poca gente tenía el santo. Además, había que esperar si la persona aceptaba entregarlo porque eso suponía un contrato de sangre. No sé qué es eso. Además, no te decían si sí o si no. Simplemente hacías la audiencia y tenías que esperar a que te mandaran el santo o que más nunca volvieras a saber de esa persona. Él le decía a mi tía que tenía un contacto, una matrona que podía hacer el puente y llevarla, pero que el viaje era largo porque había que subir a una montaña, aunque ahora mismo se me olvida el nombre. Además, no dejaban pasar a cualquier persona. La segunda vez que escuché de ese tema fue cuando mi tía estaba hablando con un señor que le decía que se fuera del pueblo porque le habían mandado a matar. Ella decía que tenía miedo porque ella ya había mandado a pedir el santo y que más bien se agarraran los que querían hacerle daño. Una vez pasó que en serio sí llegaron por ella unos tipos extraños a buscarla. Yo, inocente, abrí la puerta, me acuerdo, me cogieron del pelo y me tiraron al suelo de la sala. Revolcaron toda la casa, sacaron un montón de cuadros que ella tenía en el primer cuarto, al que yo nunca entraba, estatuillas, velas, libros, frascos, los tiraron a la calle y les prendieron fuego con gasolina. A mí no me hicieron nada, ellos se quedaron allí afuera, esperando seguramente a que mi tía regresara, pero ella, no sé en qué momento de la madrugada, quizá presintiendo todo, se fue.

Fueron como año y medio que no la vi. Yo me quedé sola en esa casa. Semanalmente me llegaba una encomienda con plata que me tiraban por la ventana de la sala. No sé si lo hacía ella misma o la mandaba con alguien, pero era a una hora sagrada todos los lunes en la madrugada.

Con eso compraba comida y recuerdo que también me compré unos cuadernos, y una vecina me ayudó a meterme al colegio, pues mi tía me decía que eso no me iba a servir para nada, que tenía que preocuparme por ayudarla para que no me faltara la comida. Sin embargo, ya yo tenía 14 años, veía a mis vecinos de mi edad que sabían cosas que yo no, y eso me daba pena. De vez en cuando le pedía a una amiguita de al lado me enseñó cosas, y fue su mamá, que estaba embarazada de seis meses, la que me enseñó a leer y escribir. No había pasado un año y ya me defendía sola. Aprendía muy rápido, ya sabía sumar y restar. Me pasaron a tercer grado porque me iba mejor que a muchos niños. Con el tiempo, incluso una profesora me ponía a ayudar a otros. Y fue así como en las tardes llegaba a la casa un niñito de unos nueve años para que le ayudara con matemáticas.

Fue en esos días en que un lunes llegó a la casa una caja que tenía encima una mano de plátanos podridos. Cuando la vi, pensé que era basura de algún gracioso, pero me di cuenta de que también estaba el sobre donde me dejaban la plata. Entonces decidí abrirla. Era una bola de papel periódico. La desarmé y adentro había un taleguito de tela gris, como donde guardan las joyas, pero adentro no había una pulsera ni nada de eso, sino una figurita de yeso, un hombrecito con una túnica, de pie y con las manos hacia adelante como un santo. Ahí me acordé enseguida del santo que crece, pero me parecía raro. Se veía como una figura común y corriente, normal. Debe ser alguna cosa que le regalaron a mi tía, me dije, así que lo dejé en el comedor.

Desde ese día empezaron a suceder cosas. Yo pasaba sola en esa casa, nunca sentí miedo, además los vecinos siempre estaban muy pendientes de mí, me decían "mayorita" que si me faltaba algo, que si alguien raro llegaba a la casa que avisara, que si quería un tinto, cosas de pueblo pequeño en donde todo el mundo se conoce.

Además, a mi tía como que le tenían bastante respeto. Pero esa primera noche después de que llegó el santo, más nunca volví a dormir en paz. Recuerdo que esa vez, como todas las noches, me acosté después de un programa de radio que siempre escuchaba donde echaban cuentos de miedo. Yo no creía en eso, pero me entretenía. Cerré todo, apagué los mechones, acomodé mi toldo y me acosté en la hamaca del cuarto del medio, uno que no tenía puertas, pero tenía dos salidas desde donde se podía ver la entrada del patio, que estaba trancada con un pedazo de roble, y la puerta de la sala, que esta sí tenía un candado viejo. Esa casa estaba prácticamente a medio construir. Era enorme, de tres cuartos amplios, el techo de zinc oxidado era altísimo, tanto que arriba en los listones anidaban palomas, y era casi imposible espantarlas. Las paredes tenían dos hileras de calados en forma triangular en la parte media, por donde se metía el sol en las tardes. Todo estaba pintado de un azul verdoso que se notaba era de hace muchos años, como comején y grillos por todas partes.

En la casa solo había una cama de esas pequeñitas de hierro, estaba en el último cuarto, pero nadie la usaba. De hecho, ese cuarto siempre estaba solo porque mi tía dormía en la silla que estaba en la sala, y yo dormía en una hamaca de pita en el cuarto del medio, que tenía más cara de bodega que de cuarto, porque tan solo había un canasto en donde yo guardaba mi ropa y el resto era un montón de cajas vacías donde mi tía traía sus cosas cuando venía de Maicao.

Yo dejaba una lata de ACPM debajo de la hamaca para que medio alumbrara porque esa casa quedaba demasiado oscura desde que caía la tarde. Bueno, esa noche ya estaba quedándome dormida cuando tuve la impresión de que alguien pasó caminando por la sala y salió del otro lado por la cocina. Solo me pareció ver la sombra, como de alguien enorme y con túnica. Pensé que había sido cosa del sueño, pero justo cuando traté de dejar de pensar en eso, vuelvo a ver. Esta vez sí, directamente la sombra pasando por la sala.

Quedé espantada, sin creer lo que estaba viendo. Se veía como un hombre caminaba con pasos alargados y las manos puestas hacia adelante como si estuviera cargando algo en sus brazos. Pensé que era uno de esos tipos que había venido a buscar a mi tía la otra vez.

Así que me tiré de la hamaca sin hacer ruido, me di la vuelta con la lata de ACPM por la entrada del cuarto que sería la cocina, alumbre, pero no había nadie. Entonces, prendí uno de los mechones de la sala y me di cuenta de que la figurita del santo no estaba en la mesa, sino que estaba de pie en el suelo, casi al lado de la puerta de la calle, que estaba como a seis metros de la mesa del comedor.

No pude dormir esa noche del miedo. Tuve que Aprender todos los mecanismos y ponerme un trapo en la cara. No me atreví tampoco a tocar la figurita. Esa mañana, cuando fui al colegio, la dejé ahí, en la puerta. Ni siquiera regresé enseguida al morro, donde una profesora con la que siempre hablaba. De regreso, me encontré con el niño al que ayudaba, que ya me estaba esperando enfrente de la casa.

Lo primero que hice al entrar fue fijarme dónde había dejado el santo cuando me fui, pero no estaba ahí. Miré la mesa y tampoco estaba. Me asomé a los cuartos y no lo vi por ninguna parte. Me asusté, pero no quise prestarle atención para no asustar al niño. Así que le dije que nos sentáramos mejor en la mesita del patio, donde había más luz, era más fresco y, además, siempre estaba una vecina en el patio de al lado que todas las tardes montaba un fogón para hacer peto para la venta.

Fue cuestión de segundos; ya habíamos terminado unas sumas. Me levanté a estirarme, me asomé por la cerca, saludé a la vecina, que me ofreció un pocillo de peto, y cuando le estaba recibiendo, escuché que el niño pegaba un grito, pero uno horrible. La vecina alarmada salió corriendo a volarse por debajo del alambre para ver qué había pasado. El niño estaba en el pasillo entre la cocina y la sala. Había ido a buscar su bolso que había dejado adentro. Estaba paralizado, con las manitas empuñadas, no hablaba, la carita le temblaba y respiraba agitado. Yo le preguntaba qué había pasado, pero las palabras no le salían. En una de esas, me dio por revisarlo porque le veía algo como una cortada en la pierna. Me agaché y vi, a dos metros detrás de él, como escondido, la figura del santo en el suelo. Recuerdo que justo ahí la vecina me agarró fuerte del hombro y dijo: "Dios santísimo, ¿qué es eso?". Yo levanté la mirada y en la pared detrás del santo había reflejada la sombra de un hombre enorme que movía sus manos.

Entonces, cargué al niño y salimos corriendo. Cuando el niño se calmó, me llegó la mamá, preguntando qué había pasado. No dijo que él había entrado a buscar su bolso y cuando ya estaba de regreso vio a un hombre con una túnica sentado en el comedor. Se asustó tanto que quiso correr, pero el hombre le mandó un manotazo y le golpeó la pierna. De hecho, el niño sí tenía una marca en la piernita derecha como si un perro lo hubiese mordido.

Fue tanto mi horror que hablé con la vecina para que me dejara dormir, aunque fuera en el suelo de su casa, pero que yo no quería volver a entrar ahí. En eso se fueron como tres semanas; todas las noches escuchaba que alguien me llamaba por los calados de la pared, que me miraban en el baño. Era tanta la presión que había que la vecina dejó de poner el fogón del peto donde siempre porque sentía que por la puerta del patio de mi tía alguien se asomaba y cuando ella volteaba a ver, se escondían. Un día cualquiera apareció mi tía como si nada, ni preguntó por mí que estaba en el colegio. No saludó a nadie, todo el mundo la calle, que se metió a su casa y se encerró todo el día. Yo llegué en la tarde, esperé como cinco horas en la terraza de la vecina a ver si ella salía, hasta que de pronto apareció casi cayendo la noche. "Ven para que comas", fue lo que me dijo. Se veía agotada, anciana, con el pelo enredado y canoso.

Era una mujer completamente distinta; era como si en lugar de un año y medio hubiesen pasado 30 años. Yo le dije que no quería entrar porque en la casa había algo, a lo que ella me respondió que ya se había encargado.

Por alguna razón decidí confiar en ella, pero entré y lo primero que vi fue una estiba con velas en la sala. Arriba estaba la figurita del santo, en toda la mitad, y al lado de la figurita había un plato de arroz cocido. "No va a pasar nada", me dijo mi tía al ver mi cara de impresión, pero yo no daba para estar tranquila. Me contó que había estado escondida en un pueblo que se llama El Jonito en Arauca, esperando que le avisaran que ya pudiera regresar; que era el amigo de ella, el de las Matas, el que me dejaba la plata en la casa, que no sabía que ya había llegado el santo; que ella lo había mandado a cargar, pero que no me preocupara, que eso era para cuidar la casa, que siempre que tuviera comida, no nos iba a pasar nada.

Pero esa noche fue la última que pasé ahí. Nunca me sentí, segura ni un solo segundo. Aún así, decidí acostarme en mi hamaca, aunque no pude dormir. Solo me acosté ahí, tiesa, mientras escuchaba a mi tía en la sala como rezando algo. Ahí se me hicieron las cuatro de la mañana, con el ojo abierto, viendo cómo el mechón de mi lata de la cpm se tambaleaba de un lado a otro, y entre veces la luz se hacía tan diminuta que quedaba totalmente oscuro. En una de esas, que casi se apaga por completo, siento que alguien pasa delante de mí. Enseguida saqué medio cuerpo del toldo, me estiré hacia el suelo para levantar el mechón y en ese momento vi, delante mío, iluminados por la luz, unos pies enormes y negros como los de un hombre descomunal.

Como tenía la barriga presionada con la hamaca, no fui capaz de soltar un grito, pero con las mismas me tiré y salí corriendo. Mi tía, a la que hasta ese momento escuchaba rezando en la sala, estaba en su silla, profunda y en silencio. El altar del santo estaba vacío, al igual que el plato de arroz. Ahí me quedé, al lado de ella, hasta que amaneció. Cuando despertó, le dije lo que había pasado y que yo me iba, que ya no quería estar ahí. A mí me terminó ayudando una profesora que era la que siempre me invitaba a almorzar y estaba muy pendiente de mí.

Mi tía, en esos tres años más que duré en ese pueblo, se envejeció muy rápido. Yo nada más la veía cuando me la encontraba en la calle, ni me saludaba, me había cogido rencor. Dicen que ella hizo mal el contrato con el santo y este, en vez de protegerla, la consumió. Bueno, en realidad no sé si llamarle santo; eso era otra cosa, algo muy malo. He preguntado en varias partes y solo una persona me ha dado una explicación amedias. Dijo que eso lo usan los brujos y la gente que anda en negocios peligrosos para que no los maten, pero dicen que es un acuerdo que necesita mucha energía y muchas ofrendas.


next chapter

Capítulo 2: La casa de la abuela.

Esta experiencia nos sucedió a mi hermana y a mí cuando éramos pequeños. Mi madre siempre nos llevaba a casa de nuestra abuela en las vacaciones de verano y nos dejaba ahí con ella durante las vacaciones, pues mi madre aprovechaba ese tiempo para viajar por cuestiones de trabajo. Como mi papá falleció cuando estábamos muy chicos, ella casi no tenía tiempo porque tenía que cuidarnos, pero mi abuela siempre se ofrecía a cuidar de nosotros durante las vacaciones. A nosotros siempre nos había gustado ir, pues teníamos un terreno muy grande para jugar y queríamos mucho a nuestra abuela. Pero de pronto, todo eso cambió.

Tengo que empezar contándoles que mi abuela vivía en un rancho a las afueras de la ciudad. Ahí fue donde creció mi madre. Alrededor no hay nada, las otras casas están a kilómetros de distancia, solo hay naturaleza con árboles muy grandes, atrás en el bosque. Todo comenzó un verano cuando mi madre nos llevó a quedarnos por todo un mes en casa de mi abuela, como cada verano en ese entonces. La era del internet apenas comenzaba y nosotros no teníamos celulares ni nada de eso en ese entonces, solo era para la gente adinerada. Así que para entretenemos, jugábamos afuera o veíamos televisión. Una noche, mi hermana y yo estábamos en la sala viendo la televisión y comiendo postres, cuando de pronto escuchamos unos ruidos venir del cuarto de mi abuela, la cual para esa hora sabíamos que ya debía estar dormida. Se escuchaba como si alguien arañara la puerta de madera. Yo subí hasta la mitad de las escaleras y le grité a mi abuela si necesitaba algo. Ella me respondió "Sube, Carlos". Subí las escaleras y toqué la puerta de su cuarto preguntándole de nuevo si necesitaba algo. Ella solo me dijo: "Abre la puerta". En ese mismo instante, volví a escuchar a mi abuela hablarme, pero ahora desde abajo: "Carlos, les traje de cenar a ti y a tu hermana, baja por favor".

Mi corazón se detuvo por segundos. Traté de asimilar lo que acababa de ocurrir cuando de pronto escuché más arañazos detrás de la puerta del cuarto de mi abuela, y bajé corriendo las escaleras, con mi cara pálida, completamente confundido y muy asustado.

Mi abuela estaba con mi hermana en la cocina. Ella me preguntó que, si me ocurría algo, y yo le pregunté que, si ella no estaba arriba en su cuarto, pero me dijo que no, que se le había olvidado avisarnos que saldría a la tienda unos minutos. Ya que cuando se fue, yo estaba dormido y mi hermana estaba cambiándose en su cuarto.

Yo no quise mencionar nada de lo que había escuchado. Alguien o algo me había hablado con su misma voz desde su cuarto. Yo era muy joven como para darle la importancia que debía, así que simplemente lo dejé pasar, tal vez por miedo a que no me creyera. En fin, llegó la hora de irnos a dormir. Mi hermana se quedaba en un pequeño cuarto al lado del mío, pero esa noche me preguntó si podía dormirse en mi cuarto, pues tenía un miedo inexplicable. No sabía decirme por qué, pero sentía que alguien la estaba viendo por la ventana.

Para ser sincero, yo también tenía miedo por lo que había ocurrido esa noche, así que le dije que sí. Ella tenía una colchoneta en el piso y ambos nos quedamos dormidos. Poco tiempo duró nuestro descanso, pues a eso de las 2 de la mañana se escuchó un golpe viniendo del piso de abajo. Los dos nos despertamos de golpe, ella muy asustada me preguntó que, si había escuchado, y yo le respondí que sí, que me esperara y que iría a revisar.

Encendí la luz de las escaleras y bajé lentamente. Ahí no había nadie, pero se escuchaban risas, unas risas tan horrendas y perturbadoras. No sabía exactamente de dónde venían, pero sabía que era dentro de la casa. Subí corriendo y cerré la puerta con llave. Mi hermana estaba asustada, preguntándome qué había ocurrido, pero yo no podía hablar, solo me quedé parado detrás de la puerta y escuchamos como alguien venía subiendo las escaleras.

Yo le hice una seña a mi hermana de que no hiciera ruido, y de pronto vimos una sombra de algo caminando por debajo de la puerta, algo que iba y venía pasando de un lado a otro afuera de nuestro cuarto. Mi hermana comenzó a llorar y se le salió gritarle a mi abuela. En eso, aquella sombra dejó de caminar y se detuvo justo enfrente de nuestra puerta. No les puedo explicar el miedo que sentía recorrer por todo mi cuerpo.

Solo corrí a abrazar a mi hermana, a quien no paraba de llorar. Mi abuela parecía que seguía dormida, sin darse cuenta de nada, pues en ningún momento acudió a ver qué necesitábamos. Después del fuerte grito de mi hermana, aquello que estaba fuera comenzó a tocar nuestra puerta poco a poco, pero al punto de que los golpes se hicieron cada vez más rápidos y fuertes.

Los golpes no paraban ni un solo segundo, estábamos tan aterrados de lo que estaba pasando, hasta que mi hermana gritó: "¡Ya basta!" y aquello se detuvo, y hubo un silencio absoluto.

Pero pudimos ver movimiento por debajo de la puerta. Yo me agaché para intentar ver quién estuvo provocando esos golpes y enfrente de mí pude ver unos ojos completamente blancos y brillantes, viéndome fijamente. Yo grité con todas mis fuerzas, hasta que por fin escuché la puerta del cuarto de mi abuela, aliviado de que vendría para ver qué pasaba. Ella nos tocó la puerta diciéndonos que la abriéramos. Mi hermana corrió a abrir la puerta, pero ahí no había nadie. Yo corrí hacia mi hermana y la tomé del brazo para meterla al cuarto de nuevo, cerrando la puerta con llave de inmediato. Toda esa noche no pudimos dormir, nos quedamos sentados abrazados, y los ruidos de afuera de nuestro cuarto no cesaban. Se escuchaban pasos, lamentos, y nos arañaron la puerta varias veces. Fue una noche infernal. No sé cómo describirlo, pero simplemente algo que ni mi hermana ni yo le deseamos a nadie.

Cuando por fin amaneció, mi abuela, como si nada hubiera ocurrido, nos dijo que bajáramos a desayunar. Pero nosotros ya no sabíamos si en realidad era ella, así que no queríamos salir. También le respondí, pero a los pocos minutos escuchamos que se acercaba con el ruido de las llaves para abrir nuestra puerta. Fue entonces cuando la abrió y esta vez sí era ella. Estaba muy preocupada porque no le respondíamos. Nos preguntó que por qué no le hacemos caso y que por qué no queríamos abrirle. Mi hermana solo corrió a abrazarla llorando y le contó todo lo que pasó esa noche, mientras abrazaban y escuchaba todo lo que había sucedido.

Noté que mi abuela no hacía ninguna expresión, como si no le sorprendiera lo que mi hermana le estaba contando. Solamente le dijo que ya había pasado todo y que todo iba a estar bien. Y sin ninguna preocupación, solo nos dijo que ya bajáramos a desayunar. Yo presentí que algo no andaba bien, así que le pedí que le marcara a mi madre, pues solo podíamos hablar con ella una vez al día, porque las llamadas a larga distancia en ese entonces salían muy caras.

La abuela me dijo que no era el momento, que mi madre estaba trabajando, y mejor más tarde le llamaría. Así que obedecí y tuve que esperar. Todo ese día transcurrió normal, nada inusual pasó durante el día.

A eso de las 8 de la noche, mi abuela nos dijo que ya era hora de meternos de nuevo a la casa, pues mi hermana y yo nos lo habíamos pasado afuera jugando todo el día, tratando de olvidarnos de lo que había ocurrido la noche anterior. Al entrar a la casa, yo le pedí a mi abuela que le llamara a mi madre, pues ya era de noche y todo el día estuve esperando el momento para hablar con ella, pero mi abuela me dijo que justo ese día le habían cortado el teléfono y que hasta el día siguiente iría a pagar la cuenta. Pero que no me preocupara, que al día siguiente hablaría con ella y que no pasaba nada.

Tengo que mencionar que al ingresar a la casa algo era muy extraño, había un olor desagradable. Mi abuela nos dijo que se le había echado a perder una carne que había dejado afuera por días, por eso el olor.

Mi abuela solo se dio la vuelta y subió a su cuarto a dormir, y mi hermana y yo nos quedamos en la sala porque estaban pasando películas de esas que nos gustaban en la tele, maratones de fin de semana que antes ponían en los canales para niños.

Así que decidimos quedarnos abajo esa tarde, ya que en nuestros cuartos no había televisión. Ya iban a dar las 11 de la noche, mi hermana y yo seguíamos en la sala viendo televisión cuando de pronto escuchamos pasos en el segundo piso.

Mi hermana bajó el volumen de la televisión para poder escuchar bien, y en efecto, se escuchaban pasos lentos caminando en la planta alta. Mi hermana corrió hacia a mí y ambos nos quedamos viendo hacia las escaleras con el mismo miedo de la noche anterior.

De pronto se escuchó la voz de mi abuela, nos decía: "Carlos, María, suban". Mi hermana y yo nos volteamos a ver, pero le dije en voz baja que no íbamos, pues no sabíamos si realmente era la abuela. Ella obedeció y solo estaba abrazándome, sin dejar de ver las escaleras.

En eso, la voz de la abuela volvió a hablarnos, pero esta vez en un tono molesto. Su voz se hacía cada vez más y más grave, aterradora. Esa ya no era la voz de mi abuela. María comenzó a llorar de nuevo. Yo la tomé de la mano y caminamos hasta la puerta de la entrada. Quería llevármela de ahí, pero la puerta estaba cerrada con llave. No la podía abrir, ni tampoco la de la cocina. Estábamos encerrados totalmente desprotegidos.

Traté de usar el teléfono para pedir ayuda, pero olvidé que no tenía línea. Así que corrimos al baño, que estaba al lado de la cocina, y ahí nos encerramos. De pronto, escuchamos pasos de nuevo. Pero esta vez venían bajando las escaleras y se escuchaba a la abuela riéndose de una forma muy tétrica, como jamás la habíamos escuchado.

Los pasos ahora se escuchaban en la planta baja, caminando hacia donde estábamos nosotros. Mi hermana no paraba de llorar y yo estaba petrificado del terror, pero no podía quebrarme, tenía que cuidar de mi hermana.

De pronto, escuchamos que la abuela se paró frente a la puerta y nos dijo: "Salgan, mis niños, ya están a salvo". Nosotros no respondimos nada, y por supuesto, no abrimos la puerta. Ella volvió a pedirnos que la abriéramos, que ya había pasado todo, pero nosotros por nada del mundo pensábamos abrir esa puerta.

En eso, de un momento a otro, comenzó a maldecirnos y a golpear la puerta de forma tan agresiva, gritándonos que la abriéramos. Pero de pronto escuchamos la voz de mi hermana fuera, pidiéndome que saliera para ayudarla. María y yo nos volteamos a ver. Ella se tapaba los oídos, llorando y temblando. Aquella cosa estaba imitando la voz de mi hermana para engañarme y que le abriera la puerta. Era algo tan macabro, tan retorcido.

Nos quedamos ahí encerrados hasta que dejaron de escucharse los ruidos. No sabíamos qué hora era, pero ya debía estar a punto de amanecer. Yo deseé abrir la puerta para ver si podía encontrar la llave que abría la puerta de la cocina, pues recordé que mi abuela la guardaba en un cajón de la cocina. Y tenía que sacar a mi hermana de ahí.

Salí del baño y mi hermana detrás de mí. Pero antes de que pudiéramos buscar la llave, vimos por la ventana muchas mujeres mayores paradas afuera de la casa, con una extraña vestimenta blanca, viendo hacia dentro. Una de ellas gritó: "¡Ya es hora!", y las mujeres empezaron a caminar hacia la casa, comenzaron a forzar la chapa de la puerta queriendo abrirla.

Le dije a mi hermana que me ayudara a buscar rápido en todos los cajones de la cocina, que debíamos salir de ahí antes de que aquellas señoras pudieran entrar, pues sabía que querían hacernos daño. Mi hermana encontró la llave de la puerta de atrás y pudimos salir corriendo a toda velocidad. No sé cuánto corrimos, yo estaba descalzo y me lastimé los pies con muchas piedras en el camino, mis pies sangraban, pero no me importaba, no quería parar de correr.

Después de correr por mucho tiempo, por fin llegamos a una casa en medio del camino, con un taller en el primer piso. Apenas estaba amaneciendo, no sé qué hora sería, pero el dueño apenas estaba preparando todo para abrir su taller, y al vernos llegar llorando y pidiendo ayuda, nos abrió rápido la puerta y nos dio refugio.

Le conté todo lo que había pasado, y el hombre rápidamente nos prestó su teléfono para que llamáramos a mi madre, quien asustada de inmediato fue a buscarnos. El señor también llamó a la policía, quienes llegaron antes que mi madre. Ellos fueron directo a la casa de mi abuela para ver qué estaba pasando.

Nosotros no quisimos ir con ellos, nos quedamos con aquel señor, quien con mucho gusto cuidó de nosotros y su esposa hasta que mi madre por fin llegó a buscarnos. De inmediato le contamos todo, pero en eso, los policías llegaron a buscarla, diciéndole lo que habían encontrado: a mi abuela sin vida en el armario de su cuarto.

Pero eso no fue lo más perturbador, sino lo que nos dijeron después: mi abuela llevaba al menos dos días sin vida. Todo a mi alrededor se puso borroso. No podía creer lo que estaba escuchando. Entonces, ¿con quién habíamos estado mi hermana y yo esos últimos días? ¿Qué cosa se hizo pasar por mi abuela? No pude con la impresión y me desmayé. Cuando desperté, ya estaba en el hospital de mi ciudad y de inmediato me dieron de alta.

Al llegar a casa, mi madre habló con nosotros, contándonos lo que le había pasado a mi abuela y que no encontraron a ninguna de aquellas señoras que mi hermana y yo les contamos que estaban afuera.

Cuando logramos escapar, ella nos contó que aquel señor del taller que nos había ayudado a mí y a mi hermana le había contado algo a mi mamá que la hizo arrepentirse de habernos dejado en manos de mi abuela. El señor le contó que había rumores en el pueblo de que mi abuela, junto con otra señora, hacían rituales extraños en el bosque cerca de la casa de mi abuela. Un día, un señor que pasaba por la zona vio fuego entre los árboles. Se acercó para ver qué era y dice que vio a varias mujeres, en su mayoría ancianas, alrededor de algo que parecía una fogata. Ninguna llevaba ropa y todas danzaban haciendo movimientos extraños y se reían entre ellas.

El señor corrió de ahí muy asustado hasta llegar al pueblo, y cuando les contó a sus amigos en la cantina, el rumor fue corriendo de boca en boca. Dijo no reconocer a ninguna de las señoras, pues todas tenían el pelo en la cara. La única que logró reconocer fue mi abuela, pues era la única que tenía el cabello corto, así que cubrió su cara con él. Le contó que ya hacía un año de ese suceso, pero que las personas del pueblo empezaron a alejarse de mi abuela porque le tenían miedo. Decían que hacía rituales satánicos, sacrificios de animales y brujería en general. Era una bruja negra.

Mi madre nos dijo que ella sí creía todo eso, pues hacía exactamente un año que mi abuela dejó de llamarla. Las veces que hablaban era porque mi madre le llamaba y mi abuela contestaba muy distante. De hecho, pensó mucho en llevarnos ese verano a que nos quedáramos con ella, pues pensaba que mi abuela estaba enojada, pero que decidió hacerlo de todos modos por necesidad, ya que tenía que salir de la ciudad por su trabajo, aunque nos expresó su arrepentimiento y no se cansaba de pedirnos perdón.

Yo le dije que ella no había tenido la culpa, pues nadie sabía en lo que mi abuela se había metido ni el por qué. Es algo que aún no sabemos después de tantos años. Poco tiempo después, mi madre puso en renta la casa de mi abuela, pero ninguno de los inquilinos duraba mucho tiempo ahí, pues le decían a mi madre que muchas cosas extrañas pasaban allí: ruidos por la noche, pasos y risas.

Una familia que fueron los segundos en alquilar la casa le contó a mi madre que su niña, de apenas 5 años, empezó a hablar con voz de mujer adulta de la tercera edad, y que a veces también la escuchaban platicando con esa misma voz que parecía de una anciana. No soportaron estar más ahí y le recomendaron a mi madre que mejor la demoliera. En menos de una semana, la familia que más aguantó fue una conformada por un matrimonio de unos 50 años que, aún advirtiéndoles lo que decían los otros inquilinos, decidieron rentarla porque ellos eran cristianos y decían que podían ahuyentar al demonio que vivía ahí.

La gota que derramó el vaso para ellos fue que aquella cosa visitaba todas las noches a la mujer del matrimonio y le hacía cosas repugnantes. También dijeron que veían mujeres ancianas afuera muy seguido, sin ropa, diciendo cosas en otro idioma para correrlos de ahí. Después de eso, mi madre hizo caso y demolió la casa. Después vendió todo el terreno a un campesino que lo quería para sembrar. Ya nunca volvimos a saber qué pasó con ese lugar, o si aún siguen pasando cosas. Si aún habitan demonios ahí o ancianas con el dinero de esa venta, nos fuimos a vivir al otro lado del país, pues aquí vive la familia de mi papá, quienes nos tienen mucho cariño, y nosotros a ellos. Aquí hicimos nuestras vidas y siempre vamos a la iglesia para pedir por el alma de mi abuela. Sin duda, es algo que nos marcó a mi hermana y a mí, algo que nunca podremos olvidar y que nos acompañará por el resto de nuestras vidas, hasta la muerte.


Load failed, please RETRY

Novo capítulo em breve Escreva uma avaliação

Status de energia semanal

>15,000 palavras necessárias para o ranking.

Capítulos de desbloqueio em lote

Índice

Opções de exibição

Fundo

Fonte

Tamanho

Comentários do capítulo

Escreva uma avaliação Status de leitura: C1
Falha ao postar. Tente novamente
  • Qualidade de Escrita
  • Estabilidade das atualizações
  • Desenvolvimento de Histórias
  • Design de Personagens
  • Antecedentes do mundo

O escore total 0.0

Resenha postada com sucesso! Leia mais resenhas
Vote com Power Stone
Rank N/A Ranking de Potência
Stone 0 Pedra de Poder
Denunciar conteúdo impróprio
Dica de erro

Denunciar abuso

Comentários do parágrafo

Login

tip Comentário de parágrafo

O comentário de parágrafo agora está disponível na Web! Passe o mouse sobre qualquer parágrafo e clique no ícone para adicionar seu comentário.

Além disso, você sempre pode desativá-lo/ativá-lo em Configurações.

Entendi