Tania tartamudeó hasta detenerse. Con él detrás de ella, bajo su toque mágico, podía sentir la tensión entre ellos. Era una atracción magnética que agarraba sus caderas y hombros. Le costaba todo su poder no sucumbir a la atracción enloquecedora. Estaba tan concentrada en mantenerse controlada que cuando dijo:
—Háblame Tania —ella jadeó.
Con su mano libre Eltanin apretó el frasco con fuerza mientras un temblor le recorría. Era como si una olada tormentosa le golpeara una y otra vez.
Tania no sabía qué decir. Se sonrojó como el tono más profundo de una rosa. Balbuceó:
—Umm... Quiero saber cómo eran mi madre y mi padre.
Eltanin dejó de hacer lo que estaba haciendo en su espalda por un segundo. Sus cejas se fruncieron. Cerró sus ojos y soltó un suspiro. Gracias a Dios. —¿Por qué? —preguntó. De repente, sintió que sus rasgos se parecían a alguien que había visto antes. ¿Pero a quién?
Ella soltó una risita nerviosa y su mano se relajó sobre ella naturalmente.