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Abel no sabía qué hacer cuando escuchó por primera vez que Dani se cortaba al hablar. Inmediatamente pensó que algo malo había ocurrido, y efectivamente, su esposa se había desmayado en medio del trabajo. Incluso ahora, mientras la sostenía en sus brazos, realmente no tenía nada que decir, más que esperar que lo que fuera que la afectara de esta manera no la llevara completamente lejos de él.
No, no estaba listo. No cuando ni siquiera le había dicho cuánto la amaba realmente.
—Vamos… Quédate conmigo, Dani…
Abel luchó contra las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos mientras hacía lo posible por mantener la calma, acercándola a su pecho. Seguramente, Zaila vendría en su rescate y curaría a Dani de cualquier enfermedad que fuera esta. A menos que... ¿Podría ser la peste? ¿De alguna manera había llegado a la capital?
—Abel...
O quizás ¿había algo más en todo esto? ¿Era un ataque de algún tipo? Se aseguraría de que se arrepintieran del día que incluso lo intentaron-