Parpadeé confundida, mirando fijamente el techo blanco de la enfermería.
—¡Harper! ¡Despertaste! —Giré la cabeza, y el rostro de Damon llenó toda mi visión. Entrecerré los ojos, tratando de mantenerlo todo a la vista—. ¿Cómo te sientes?
—Cansada —dije sinceramente, con una voz más débil de lo que jamás la había oído. Intenté incorporarme, pero había una molestia peculiar en uno de mis brazos. Tropecé, y Damon rápidamente me empujó de nuevo hacia abajo con sorprendente delicadeza. Mi cabeza golpeó la almohada con un suave golpe, haciéndome hacer una mueca.
—Lo siento. Instinto —dijo Damon, con la más leve pizca de vergüenza en su voz. Quise alzar una ceja, pero me di cuenta que no podía manejar tal gesto simple.