Sterling notó que Faye ya no respiraba. Apoyó su helado cuerpo contra el suyo—Faye... Su voz se quebró al llamar su nombre. Le dio palmaditas en la mejilla con la mano y le frotó la espalda con vigor.
—Faye… Por favor, mariposa, despierta por mí —el dolor tejiendo su tono—. Lo siento, te he fallado.
Le besó la cima de la cabeza, y su corazón se hundió. Luego sintió cómo una furia calenturienta recorría cada vena de su cuerpo. No iba a terminar así.
—No así… —susurró en la cima de la cabeza de Faye.
La acostó en el suelo y un recuerdo de su infancia inundó su cerebro. Había visto al Fraile Tillis salvar a un niño que casi se había ahogado en las cercanías en una excursión un día.
Le dio una palmada suave en la mejilla a Faye, y ella no respondió. Podía ver el color de su piel cambiar, tornándose azul, y enfriándose por segundos.
No había movimiento en su pecho.
—¡MALDITA SEA! ¡FAYE, DESPIERTA! —le gritó en su cara. Yacía en silencio e inerte.