Esa noche, Gu Jingze durmió en el sofá a un lado. Cuando Lin Che se levantó para ir al baño, vio a Gu Jingze ahí recostado. Por desgracia, el sofá en efecto era demasiado corto para su altura de 1,90 metros. Tuvo que apoyar las piernas en lo alto para caber en el sofá. Lin Che se sintió un poco incómoda al verlo. Bajó la cabeza y lo observó.
Profundamente dormido, los finos labios de Gu Jingze estaban fuertemente fruncidos. Su frente estaba relajada y carecía de la habitual dureza, haciéndolo lucir más gentil. Su bellísima piel era suave a la perfección al punto que ningún poro era visible y hacía de verdad que las mujeres sintieran envidia.
Ella lo observó por momento antes de sostener su barbilla e instintivamente acercarse un poco más a él.
Este hombre de verdad era su marido.
Pensándolo, ella aún sentía que era un milagro. Además, su marido era apuesto a más no poder.
Ninguna celebridad o artista que ella haya conocido lucía más perfecto que él.