Viéndose frente a las miradas curiosas de los demás, Marvin tosió.
—Es un secreto.
Madeline abrió los ojos de par en par. Deseaba tan solo poder sacar su látigo y hacer que ese muchacho insoportable rogara por misericordia, pero cuando esta idea cruzó su mente, sintió repentinamente un dolor agudo.
—Mientras no hagas nada que viole el contrato de la orden, no te sucederá nada malo, ¿verdad? —inquirió Marvin sonriente.
La cara de Madeline palideció de disgusto. De repente, se volvió y recorrió con la mirada el ejército de Ciudad Costa del Río. Todos estaban en silencio. Collins de Túnica Blanca forzó una sonrisa, extendiendo las manos.
El Santo de la Espada Celestial estaba sentado allí y, aparte de Marvin, ¡nadie podía vencerle!
—¡Me convertiré en una leyenda algún día! —exclamó Madeline respirando hondo, observando al Santo de la Espada Celestial. —Limpiaré completamente este lugar después.