"Si no he de inspirar amor, inspiraré temor"
Mary Shelley
Un nuevo día, una nueva semana. Una nueva oportunidad de obtener aquello que para todos, a excepción de Alessio y Stefano, estaba perdido: su culpabilidad. La primera helada del año vistió a toda la ciudad de blanco y plateado. La prisión no pudo sentirse aún más fría aquella mañana, Stefano apuró el paso antes de ser detenido en las escaleras de entrada por una voz femenina.
— ¡Stefano! ¡Alessio!
Ah, sí, su propio guardia personal de la prisión había llegado justo a tiempo. Ella perdió el equilibrio brevemente cuando corría para alcanzarlo, un ciervo de pie por primera vez, pequeño Bambi. Estaba vestida con su camisa blanca habitual, corbata holgada y chaqueta de color azul oscuro. Fiorella se acercó a él, un ligero rubor cubrió sus pómulos y orejas, debido al frío o la vergüenza. Luego de la noche anterior, donde Stefano había sostenido sus penas entre sus brazos en aquel callejón oscuro y destartalado, se habían ido por caminos separados. Ambos habían llegado a un entendimiento mutuo de no discutir la noche anterior, Stefano fue demasiado insensible para mantener cualquier intercambio de palabras, y Fiorella comprendió su propia inestabilidad emocional. Fue el curso de menor resistencia y les permitió a ambos simplemente hacer su trabajo y tratar de protegerse mutuamente de cualquier ataque a la prosperidad de su amistad.
Alessio los observó a ambos sin el conocimiento del estado actual de la extraña relación que compartían sus compañeros.
— A tiempo entonces, excelente.— Alessio rompió el silencio incómodo entre ambos a medida que caminaba en dirección a la prisión.
— ¿Estás bien? — Stefano murmuró mirándola de soslayo. Sus ojos diferentes observaron con desconfianza el recinto en el que estaban: allí hasta las paredes tenían oídos, y demostrar debilidad siempre era el primer error.
— Sí, estoy bien. — respondió torpemente la joven, arreglando algunos cabellos rubios que enmarcaban su rostro. Su mirada estaba directamente enfocada en los zapatos negros de su compañero.
— Vamos, tenemos que hablar.— Alessio llamó la atención del detective, mientras una nueva hilera de rejas de seguridad se abría para ellos.
— Sí, a dónde él vaya yo voy. Son las órdenes de Leonzio.
Ambos muchachos se miraron de soslayo por algunos segundos mientras caminaban a la par. Stefano gesticuló un silencioso "fue tu maldita idea", a la vez que avanzaban por el pasillo. Alessio solo sonrió con burla.
Stefano no pudo experimentar mayor molestia por la mofa de su compañero ya que todo el movimiento a su alrededor llamó su atención. Por defecto, la prisión siempre tenía a guardias custodiando las zonas, pero en esta ocasión la cantidad de personal parecía no sólo alterado, sino que además, mucho más numeroso.
— ¿Qué sucedió? —preguntó Stefano a su compañero.
— Una mujer fue asesinada anoche, en el bloque de celdas de D'Angelo.
— ¿Qué?
— La encontraron con treinta y cuatro puñaladas, todas realizadas con un instrumento contundente.
— ¿Encontraron algo más?
— Aún no pudieron localizar sus ojos y lengua.— Alessio miró fijamente a Stefano, elevó sus cejas mientras apretaba los labios.
— ¿Quién es la víctima? —Fiorella estaba pálida, ella realizaba las rondas de vigilancia dos noches por semana desde que había aceptado la participación en el caso, desempeñando un papel de infiltrada dentro de la prisión donde creían que no sólo algunos trabajadores actuaban como informantes, sino que vendían la información a personas del exterior.
—Bianca Bianchi, partícipe y coautora de un culto sectario que secuestraba personas para torturarlas y violarlas.
— ¿D'Angelo es considerada como acusada?
— Se la vio hablando con ella durante la cena, abandonó el comedor después de la conversación y sus guardias la acompañaron a su celda nuevamente.
— Quizá pudo salir de allí.
— No.— Fiorella intervino nuevamente.— Los guardias la encadenan cada vez que está en su celda.
Stefano se giró para observarla directamente.
— ¿Todo el tiempo?
Fiorella frunció el ceño ante su consulta.
— Sí, todo el tiempo.
Stefano guardó esa información en algún rincón de su mente mientras seguía caminando, faltaban pocos pasos para llegar al complejo donde ella se alojaba temporalmente.
—¿Resultados de la autopsia?
— Aún no ha tenido una autopsia extensa y no se me permitió el acceso a la escena del crimen, órdenes del maldito Giovanni.— Alessio realizó una breve pausa.— Pero escuché a un camillero hablar sobre cómo " l'angelo della morte" se veía bastante terrible esta mañana, supuestamente por falta de sueño. Al parecer se niega a ver a nadie.— los ojos diferentes de Stefano observaron a su compañero cuando él pareció dudar en continuar, un latido retumbando en sus tímpanos.— Nadie excepto tú.
Fiorella intervino entre ambos, su rostro luciendo aún más pálido de lo normal, uniendo rápidamente los puntos de la conversación entre ambos.
— Espera, no pueden estar insinuando que D'Angelo salió de su celda y asesinó a Bianchi. Yo los he escuchado, a sus guardias, el cómo se vanaglorian de ajustar sus cadenas. Y aún si no lo hicieran, esta es una instalación de máxima seguridad, con estadísticas impecables acerca de la fuga de prisioneros: jamás ocurrió una. Es... bueno, imposible.
Se acercaba el giro final antes de la celda de D'Angelo. Ninguno de los jóvenes se atrevió a contradecir a su compañera.
— Supongo que deberán reestablecer el contador nuevamente.— Alessio murmuró al detective justo cuando llegaron frente a la puerta.
La capa de acero frente a ellos no parecía suficiente para protegerlos de la maldad del otro lado. ¿La sal haría el truco? ¿Un crucifijo tendría poderes contra aquel monstruo?
— Supongo.
Los guardias asintieron con la cabeza mientras quitaban los seguros a la puerta, Stefano empujó la puerta y estuvo a punto de introducirse, o, más bien, lo habría hecho si la pequeña mano de Fiorella no se hubiera cerrado alrededor de su antebrazo justo cuando la puerta se abrió.
D'Angelo se sentó en su posición habitual, esperando, observando, siempre catalogando su entorno. Sus ojos se agudizaron cuando vio el toque, la forma en que Fiorella lo retuvo con tanta facilidad. Se enderezó en su silla, una dureza en su rostro que encendió algunas advertencias en la cabeza del detective.
— Stef, sólo... ten cuidado.— Fiorella se inclinó, sus labios tan cerca de su oreja.
No pudo mirar a Fiorella, no, sus ojos estaban firmemente puestos en D'Angelo. Donde por lo general había un frío desinterés, ahora había una furia de la que rara vez había visto, tan caliente, tan fuerte que se sorprendió de que incluso Fiorella no lo notara. Le dispararon dagas en la espalda, tallando su piel como una calabaza en Halloween. Desollada y quemada viva hasta que todo lo que quedó de ella fue podredumbre y cenizas. No, Fiorella no pareció darse cuenta cuando su mano se deslizó por su brazo antes de darle lo que él supuso sería un apretón tranquilizador en su mano.
No estaba preocupado, no por él, pero su compañera no tenía dimensiones de lo que acababa de hacer, tampoco él realmente estaba al tanto de lo que sucedía.
La puerta se cerró con un fuerte traqueteo.
Estaban solos.
Stefano se movió para sentarse, tomó entre sus manos la silla, intentado retener en su memoria las reacciones de ella luego de su breve interacción voyeurista. Lentamente, dándole espacio a que reconstruya su fachada de tranquilidad, empezó a organizar su carpeta, su libreta, su pluma, sintiendo todo el tiempo esa mirada embelesada sobre él. D'Angelo tenía la habilidad de hacer sentir a las personas como la única cosa en el mundo, permitiéndoles un lugar en un pedestal que muchas de sus víctimas y facilitadores habían sentido antes, supuso Stefano.
Sus ojos diferentes miraron al frente sin expresión, y no encontró su sonrisa. Nada de su habitual encanto carismático y arrogante con el que jugaría para conseguir lo que quería. No. Simplemente hubo ira.
— Buenos días, Srita. D'Angelo.— comenzó Stefano, su voz retumbando en el resto de la celda— Me sorprende que quisieras verme, después de todo, debes haber tenido una noche estresante.
La observó fijamente, esperando que hablara, interviniera como normalmente lo hacía, pero simplemente permaneció en silencio.
— Gente moviéndose de un lado a otro, por tu compañera de prisión encontrada muerta, bastante espantoso por cierto, ¿no? — ella no emitió un sonido.— Especialmente después de su discusión durante en la cena de...
— ¿Quién era esa? — su voz era baja, un ronroneo bajo como un león antes del rugido.
— ¿Es pertinente para nuestra discusión, señorita D'Angelo?
Sus manos estaban debajo de la gruesa mesa entre ellos, era desconcertante. Por lo general, D'Angelo gesticularía con sus dedos delgados, siempre moviéndose, siempre ilustrando lo que realmente había en esa cabeza enferma suya. Pero ahora la cadena que los ataba se deslizó fuera de la mesa como una serpiente.
— ¿Qué discutieron usted y la Sra. Bianchi anoche? — Stefano preguntó, inclinándose hacia adelante sobre sus codos. El sacerdote tratando de persuadir a una confesión del pecador.
Silencio.
Sus ojos amarillos fueron los de un demonio debajo de la luz artificial, la cruz incrustándose en su pecho ante la manifestación maldita delante de él.
— Bien.— murmuró finalmente Stefano luego de un prolongado silencio, se tomó el tiempo de arremangar su camisa antes de apoyar los codos nuevamente sobre la mesa que los unía y a la vez separaba.— Tu amiga me confrontó ayer: Adrianne. Parecía estar tratando de reclutarme para tu causa.— él utilizó un tono casual que solo empleaba con sus compañeros.— Ella no sabe ser demasiado sutil, ¿cierto?
D'Angelo arqueó una ceja en respuesta.
Bien, podría comenzar a trabajar con eso.
— Ella insinuó que estaba en comunicación contigo. No directamente, por supuesto, pero subestimó mi inteligencia por "mis orígenes" .— Ninguna respuesta.— Aunque también intentó coquetear conmigo, supongo que eso la hace la soltera más codiciada de la ciudad, ¿no?
— Adrianne no me dijo eso.
— ¿Entonces sí estás en comunicación con ella? — él no intentó ser sutil en lo absoluto, quiso fingir falta de prudencia.
D'Angelo se dio cuenta. Ella sonrió.
La ira aún estaba encendida en sus ojos.
— Señor Caciatore, creí que habíamos llegamos a un acuerdo hace apenas dos días sobre nuestro arreglo.— comenzó ella.— Una pregunta por una pregunta. Una respuesta por una respuesta.
— Aún no he escuchado una respuesta a ninguna de mis preguntas.— él pareció retarla aún dentro de su juego, la burla bailando en sus ojos.
D'Angelo torció una de las comisuras de su boca, y él conoció el rostro que había inventado aquella expresión: ella fue la encarnación de la sorna y la superioridad. Tomó su burla como una molestia leve que podría solucionar con palabras dulces y falsas promesas.
— Si no recuerdo mal, y estoy segura de que sí, fue usted quien hizo la última pregunta, Señor Cacciatore.— Stefano arqueó una de sus cejas ante sus palabras, ella siguió.— Por qué, ¿te suena? — ella sonrío mientras él fruncía el ceño.— Jaja. No, Stefano. No faltarías a tu palabra, ¿verdad? La palabra de un hombre es sagrada, pero si estás dispuesto a retractarte de tu acuerdo, felizmente pondré fin a este tenue arreglo ahora.
Con eso, D'Angelo levantó las manos de debajo de la mesa. Púrpura, azul y rojo florecieron sobre sus nudillos. Los moretones pintaron su piel pálida como el presagio de un amanecer. Stefano recordó distraídamente un viejo dicho: cielo rojo por la mañana, advertencia de pastores. Se sintió extrañamente apropiado cuando vio el profundo óxido debajo de sus uñas.
Bianchi pudo ser una distracción mucho más entretenida de la esperada.
— Bien.— Stefano habló superficialmente, su atención totalmente enfocada en los colores comprometedores de su piel cremosa.— Contestaré cualquier pregunta que tengas.
Era extrañamente hermosa la combinación.
— Entonces, Stefano.— su lengua se curvó sensualmente alrededor de su nombre. — ¿Quién era esa mujer? — Su voz era baja, peligrosa. Enunciaba cada sílaba con una daga ensangrentada.
— Una amiga y una colega.— declaró de manera escueta Stefano.— ¿Cómo le hablas a Adrienna Salvatore?
D'Angello sonrió con pesar, aunque no había humor en ello, dejando escapar una risa áspera y moviendo el dedo hacia él.
— Stefano, Stefano, Stefano... Después de lo buena que he sido contigo. Respondiendo a tus pequeñas preguntas, dejándote jugar al médico: ¿y sin embargo me tratas así? — D'Angelo se recostó en su silla, sus cadenas chocando cuando levantó sus manos para acomodar un mechón de cabello fuera de lugar.— Si eso es todo lo que nuestro arreglo vale para ti, entonces supongo que todos los otros chicos valían aún menos.— apoyó su cabeza sobre el respaldo, su mentón alzándose, sus ojos ambarinos parecieron más juguetones que de costumbre.
Un maestro jugador de ajedrez esperando que su oponente haga su movimiento. Listo para capturar al Rey.
El psicólogo criminalista retuvo la información en la punta de su lengua, qué podría hacer ella con un poco de información escueta, allí, encerrada y encadenada como se encontraba.
¿Por qué se sintió como vender parte de su alma?
Tenía ganas de compartirles que fui bastante meticulosa al elegir los nombres de cada uno de los personajes principales, ya que el propio significado de sus nombres ha sido mi punto de partida al desarrollar sus personalidades o, incluso, tendrán incidencia en algunos acontecimientos futuros del relato. Es un dato innecesario para ustedes pero me divertí bastante; después de entrar a las páginas de "nombres para tu bebé" que encontré por internet, tuve tanta publicidad sobre descuentos de pañales que me sentí acosada por el algoritmo.
En fin, espero que hayan disfrutado de la lectura, quedan invitados e invitadas a dejar un pulgar arriba y comentar qué les pareció esta parte.