Olag y su grupo pudieron seguir el rastro de los intrusos con bastante facilidad. Podían ver la destrucción que habían dejado atrás y avanzaban por los grandes agujeros creados en las paredes uno por uno.
Finalmente, llegaron al último agujero en la pared y todos sabían lo que les esperaba adelante.
«Espero que esos chicos no hayan sido muy duros con ellos; ¡yo quería darles una paliza a estos valientes idiotas yo mismo!», pensó Olag.
Cuando entró por el último agujero en la pared al salón de entrenamiento, la vista no era lo que esperaba, y eso era cierto en más de un sentido.
Observaba cuidadosamente la situación. Por un lado, vio al hombre con un extraño blazer esquivando los golpes de tres de los guerreros. Se movía hábilmente de lado a lado, y cuando un ataque de una garra bestial estaba a punto de golpear su cabeza, él lo desviaba con su espada.