Examinó su pecho, estómago, brazos y cuello pero no encontró nada. —Dáte la vuelta —le instruyó.
Arlan se giró, presentando su espalda a ella, suprimiendo una sonrisa. —Asegúrate de revisar bien.
—No estoy buscando con los ojos cerrados —repuso ella, su mirada recorriendo su espalda. Mientras buscaba el tatuaje, sus dedos trazaban la piel de su espalda ancha y fuerte, sintiendo la tentación de explorar más.
—¿Ahora estás intentando seducirme? —preguntó Arlan.
Oriana retiró sus dedos y tomó una respiración profunda para calmarse. —No veo nada.
—Todavía no estoy completamente desnudo —comentó Arlan.
—Me preguntó cómo un hombre puede estar tan desesperado por ponerse desnudo delante de su esposa —repuso ella.
—Solo estoy tratando de dejarte buscar el tatuaje. Si no quieres, podemos dejarlo así.
—No. Solo quítate los pantalones —insistió ella.
—Me han instruido a mantener mis manos quietas como troncos de madera —contraatacó Arlan.