Capítulo 2: El Encuentro con los Seres Misteriosos
No eran criaturas comunes las que encontraron al bebé. En el silencio del claro, de las sombras emergieron seres de tres tamaños diferentes, cada uno más extraño que el anterior. Los pequeños, de un metro de altura, eran negros, con cuatro patas que se movían con una agilidad sorprendente. Sus cuerpos oscuros brillaban tenuemente a la luz del sol, contrastando con su único ojo blanco que resplandecía con una luz interna. Sus encías rosadas eran visibles cada vez que abrían sus bocas, mostrando pequeños dientes afilados y dándoles un aspecto inquietante.
Los jóvenes, de dos metros, compartían la misma apariencia oscura, pero con dos ojos blancos en lugar de uno. Sus movimientos eran más seguros y sus cuerpos, aunque aún ágiles, mostraban una fuerza contenida. Sus ojos brillaban con una curiosidad infantil mientras rodeaban el cráter, observando al bebé con una mezcla de interés y cautela.
Los adultos, imponentes y de tres metros de altura, tenían seis patas que les otorgaban una estabilidad formidable. Sus tres ojos observaban el entorno con una sabiduría tranquila, evaluando cada detalle con precisión. Sus cuerpos musculosos y bien definidos eran una mezcla de poder y elegancia, moviéndose con una gracia inesperada para su tamaño. La curiosidad silenciosa con la que miraban al niño era profunda, como si intentaran entender el misterio detrás de su llegada.
El líder de todos estos seres, una figura colosal de cinco metros, era llamado Terramat. Su presencia era imponente, con un cuerpo que parecía tallado de la misma oscuridad que lo rodeaba. Tenía siete ojos, cada uno observando con una intensidad que solo los seres más sabios poseen. El ojo del medio destacaba por ser el más grande y brillante, irradiando una luz que parecía penetrar hasta el alma. Su imponente cuerpo poseía seis patas robustas que le daban una estabilidad impresionante, y dos brazos en su espalda, capaces de realizar tareas precisas con una delicadeza sorprendente.
Terramat se acercó al bebé que yacía adolorido pero vivo. Cada paso que daba resonaba en el claro, un recordatorio de su tamaño y poder. Los otros seres se apartaron respetuosamente, abriendo un camino para su líder. Terramat se inclinó hacia el niño, y con una suavidad que contrastaba con su apariencia formidable, utilizó sus brazos traseros para levantarlo. Sus movimientos eran cuidadosos, asegurándose de no causarle más dolor al pequeño ser.
El líder de las criaturas sostuvo al bebé cerca de su cuerpo, ofreciendo una calidez reconfortante que tranquilizó al niño. Con una determinación silenciosa, Terramat llevó al bebé al corazón de su refugio, seguido por los otros seres que formaban una guardia respetuosa a su alrededor. A medida que se adentraban más en el bosque, la luz del sol se filtraba a través del dosel de los árboles, creando un juego de sombras y luces que daban al entorno un aire mágico y protector.
El refugio de estas criaturas era un lugar oculto, envuelto en un misterio que pocos habían presenciado. A medida que se acercaban, el sonido del viento entre los árboles y el canto distante de los pájaros se desvanecían, reemplazados por un silencio profundo y reverente. Al llegar, Terramat depositó al bebé en un lecho suave, rodeado de los jóvenes y adultos que observaban con atención.
Las criaturas sabían que el niño que había caído del cielo no era común. Su llegada marcaba el inicio de algo grande y desconocido, un cambio que resonaría a través de sus vidas y más allá. Y así, en la tranquilidad de su refugio, se prepararon para proteger y cuidar al bebé, guiados por la sabiduría y la fuerza de Terramat, el líder que entendía más que nadie la importancia de este misterioso visitante.
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