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47.31% EL Mundo del Río / Chapter 132: EL OSCURO DESIGNIO (70)

Capítulo 132: EL OSCURO DESIGNIO (70)

Tai-Peng llevaba solamente un atuendo de hojas de árbol de hierro y flores de enredadera. Con una copa de vino en su mano izquierda, caminaba arriba y abajo, improvisando poemas con la facilidad del agua fluyendo colina abajo. Un poema que brotaba en la sincopada lengua de la dinastía T'ang, sonando a los no chinos como dados en un cubilete. Luego los traducía al dialecto local del Esperanto.

Gran parte de las sutilezas y referencias se perdían en la traducción, pero quedaba retenido lo suficiente como para hacer que los oyentes estallaran en risas y lágrimas.

La mujer de Tai-Peng, Wen-Chin, tocaba suavemente una flauta de bambú. Aunque normalmente la voz de Tai-Peng era fuerte y chillona, la controlaba para esta ocasión. En Esperanto era casi tan melodiosa como la flauta. Sus ropas eran utilizadas únicamente en estas ocasiones, combinando las hojas listadas en verde y rojo con las flores listadas también en rojo, blanco y azul. Flores y hojas se agitaban como felinos enjaulados mientras caminaba arriba y abajo.

Era alto para un hombre de su raza y época, el siglo VIII después de Cristo, y sus hombros eran anchos y sus brazos y piernas musculosos. Su largo pelo resplandecía al sol del atardecer; arrojaba reflejos como un oscuro espejo de jade. Sus ojos eran grandes y de color verde pálido, brillantes, un hambriento tigre... pero herido.

Aunque era descendiente de un emperador a través de una concubina, estaba alejado nueve generaciones de él. Su familia inmediata habían sido ladrones y asesinos. Algunos de sus abuelos estaban en las tribus de las colinas, y era de esa gente salvaje de quien había heredado sus feroces ojos verdes.

El y su audiencia estaban en una alta colina desde la que se dominaba toda la llanura. El Río, y las tierras del valle al otro lado hasta las montañas, podían verse también. Sus oyentes, más borrachos aún que él, aunque ninguno había bebido demasiado, formaban una media luna. Esto dejaba una abertura por la que él pudiera entrar y salir. A Tai-Peng no le gustaban las barreras de ninguna clase. Las paredes le hacían sentirse intranquilo; los barrotes le volvían loco.

Aunque la mitad de la audiencia eran chinos del siglo XVI después de Cristo, los otros eran de aquí y de allí, un poco de todas partes.

Tai-Peng dejó de componer, y recitó un poema de Chen TzuAng. Primero, afirmó que Chen había muerto unos pocos años antes que él, Tai-Peng, naciera. Aunque Chen era rico, había muerto en prisión a la edad de cuarenta y dos años. Un magistrado lo había encarcelado con la única finalidad de apoderarse de la herencia de su padre.

Los hombres de negocios están orgullosos de su habilidad y astucia. Pero en el Tao aún tienen mucho que aprender.

Están orgullosos de sus explotaciones,

Pero no saben lo que ocurre en sus cuerpos.

¿Por qué no aprenden del Maestro de la Oscura Verdad,

Que contempla todo el mundo desde una pequeña botella de jade? Cuya resplandeciente alma estaba libre de Tierra y Cielo,

Y cabalgando en el Cambio penetró en la Libertad.

Tai-Peng hizo una pausa para vaciar su copa y tenderla para que volviera a ser llenada.

Uno de los componentes del grupo, un negro llamado Tom Turpin, dijo:

No hay más vino. ¿Qué te parece un poco de alky?

¿No hay más néctar de los dioses? ¡No deseo vuestro bárbaro jugo! ¡Embota, allá donde el vino enaltece!

Miró a su alrededor, sonrió como un tigre en plena estación de caza, y alzó a Wen- Chun y entró con ella en brazos en su cabaña.

¡Cuando se acaba el vino, es el momento de empezar con las mujeres!

Las brillantemente coloreadas hojas y flores cayeron al suelo, mientras Wen-Chun pretendía debatirse. Tai-Peng parecía como un ser surgido de los antiguos mitos, un hombre planta raptando a una hembra humana.

Los otros se echaron a reír, y el grupo empezó a disolverse antes de que Tai-Peng hubiera cerrado la puerta de su cabaña. Uno de ellos rodeó la colina hacia su propia cabaña. Una vez dentro, atrancó la puerta y bajó las cortinas de bambú y piel de todas las ventanas. Se sentó en un taburete a la luz del crepúsculo. Abrió la tapa de su cilindro, y se quedó un rato contemplando su interior.

Un hombre y una mujer pasaron cerca de su puerta. Estaban hablando del misterioso acontecimiento que había ocurrido haca menos de un mes, Río abajo. Un enorme monstruo ruidoso había surgido de encima de las montañas occidentales en plena noche y se había posado en el Río. Los valientes, o más bien estúpidos, habitantes del lugar se habían dirigido en sus botes hacia él. Pero se había hundido en las aguas antes de que pudieran llegar a sus proximidades, y no había vuelto a emerger.

¿Era un dragón? Algunos decían que nunca habían visto dragones. Se trataba, sin embargo, de escépticos de los degenerados siglos XIX y XX. Todo el mundo menos los tontos sabían que los dragones existían. Por otra parte, podía tratarse de una máquina volante de los seres que habían construido aquel mundo.

Se decía que algunos habían visto, o habían creído ver, una figura de aspecto humano alejándose a nado del lugar donde el dragón se había hundido.

El hombre en la choza sonrió.

Pensó en Tai-Peng. Aquel no era su auténtico nombre. Sólo el propio Tai-Peng y algunos otros sabían cuál era. Su nombre adoptivo significaba «El Gran Fénix», una clave de su auténtico nombre, puesto que a menudo se había vanagloriado en su vida terrestre de ser precisamente eso.

Tai-Peng y él se habían conocido hacía mucho tiempo, pero esto el otro no lo sabía.

El hombre en la choza pronunció una palabra clave. Instantáneamente, la parte exterior del cilindro se iluminó. La luz no brillaba igual en toda la superficie. Contra el metal gris había dos grandes círculos, uno a cada lado del cilindro. Dentro de cada círculo, que representaba un hemisferio del planeta, había miles de delgadas, retorcidas y brillantes líneas. Intersectaban muchos pequeños círculos resplandecientes. Todos estaban vacíos excepto uno. Este englobaba un llameante pentagrama, una estrella de cinco puntas.

Cada circulo, excepto el que contenía la estrella, emitía destellos intermitentes de luz.

El esquema era un mapa no hecho a escala. Las líneas eran los valles, y los círculos indicaban hombres y mujeres. El tipo de pulsación de cada uno era un código de su identidad.

Clemens y Burton, entre otros, habían oído decir a X que había elegido tan sólo a doce para que le ayudaran. Había doce veces doce símbolos en las líneas, sin contar la estrella en el círculo. Ciento cuarenta y cuatro en total.

Un cierto número de círculos pulsaban según idéntico esquema. El hombre suspiró, y pronunció una frase código. Instantáneamente, los símbolos que emitían la misma frecuencia de pulsaciones desaparecieron.

Otra frase código. Dos símbolos resplandecientes aparecieron cerca de la parte superior del cilindro.

Sólo setenta reclutas seguían aún con vida. Menos de la mitad de los elegidos.

¿Cuántos quedarían dentro de cuarenta años?

Y de esos, ¿cuántos abandonarían antes de este lapso de tiempo?

Sin embargo, en la actualidad, había muchos no reclutados que sabían de la existencia de la Torre. Algunos de esos incluso sabían de la persona a la que Clemens llamaba el Misterioso Extraño o X. El secreto ya no existía, y algunos que lo habían sabido de segunda mano se sentían tan intensamente motivados como los propios reclutas.

Dada la nueva situación, era inevitable que otros se lanzarían a la conquista de la fortaleza del Polo. Y era posible que ningún recluta consiguiera alcanzar la Torre, mientras que algunos de los no reclutas sí lo hicieran.

Pronunció otra frase código. Los círculos se vieron de pronto acompañados por otros símbolos. Triángulos, un pentagrama sin círculo, y un hexagrama, una estrella de seis puntas. Los triángulos, que pulsaban en grupos de códigos, eran los símbolos de los Eticos de segundo orden, los agentes.

El hexagrama era el Operador.

Habló de nuevo. Un cuadrado de luz apareció en el centro del hemisferio que estaba frente a él. Entonces el esquema fuera del cuadrado se desvaneció. Inmediatamente, el cuadrado se expandió. Era una ampliación de la zona donde se hallaban las tres estrellas y unos cuantos círculos.

Otra frase hizo aparecer unos dígitos luminosos encima del cuadrado. De modo que la estrella de seis puntas estaba a varios miles de kilómetros de distancia Río abajo. El Operador había fracasado en abordar al Rex. Pero el segundo barco de paletas tenía que llegar allí, aunque más tarde.

En el valle contiguo hacia el este se hallaba Richard Francis Burton. Tan cerca, y sin embargo tan lejos. Sólo un día de camino en línea recta... si la carne pudiera cruzar como un fantasma la masa de piedra que los separaba.

Burton estaba indudablemente en el Rex Grandissimus. Su círculo se había movido demasiado rápidamente a lo largo de su línea como para estar viajando en un barco de vela.

El Operador... ¿qué acción iba a emprender el Operador si conseguía subir al Mark Twain? ¿Revelar una parte de la verdad a Clemens? ¿Toda la verdad? ¿O guardar silencio?

No había forma de decir lo que ocurriría. La situación había cambiado tan drásticamente. Incluso la computadora en el Cuartel General no era capaz de señalar más que un pequeño porcentaje de las probabilidades.

Por ahora, sólo había un agente a bordo de un barco, el Rex. Al menos diez podían ser enrolados en el Mark Twain, pero era improbable que más de uno lo consiguiera. Si lo conseguía.

Había otros cincuenta alineados entre el Rex y Virolando.

De este total de sesenta, sólo podía identificar a diez. Los que se hallaban más arriba en el escalafón, los jefes de sus secciones.

Todas las probabilidades eran de que no llegara a encontrar nunca a ninguno de los sesenta.

Pero... ¿y si fracasaba en abordar cualquiera de los dos barcos? Se sintió enfermo.

De alguna forma, lo haría. Tenía que hacerlo.

Pero siendo realista, tenía que admitir también que podía fracasar.

Hubo un tiempo en el que había creído que podía hacer cualquier cosa humanamente posible, y algunas cosas que otros seres humanos no podían hacer. Pero esta fe en sí mismo había ido esfumándose con el tiempo.

Quizá fuera debido a que llevaba demasiado tiempo viviendo entre la gente del Río. Había tantas personas viajando ahora Río arriba, movidos por un mismo gran deseo. A

estas alturas muchos de ellos habían oído la historia de Joe Miller, aunque fuera de centésima boca. Esperaban encontrar la cuerda de toallas con la que poder trepar por el precipicio. Esperaban encontrar el túnel que les permitiría vencer una montaña casi inescalable. Esperaban también hallar la cornisa a lo largo de la cara de la montaña.

Ya no había nada de eso.

No estaba el túnel al final del camino, en la base de la montaña. Se había fundido en lava.

Miró de nuevo a la estrella que no tenía ningún círculo a su alrededor. Muy cerca. Demasiado cerca ya. Tal como estaban ahora las cosas, representaba el mayor peligro.

¿Quién podía saber cómo iba a cambiar la situación?

La pesada voz de Tai-Peng penetró en la cabaña. Estaba fuera, tras haberse revolcado con su mujer, y estaba gritándole algo ininteligible al mundo. ¡Que ruido hacía el hombre en este mundo!

¡Qué torbellino!

Si no puedo sacudir a los dioses allá, al menos organizaré una buena conmoción en el

Aqueronte.

Ahora Tai-Peng estaba más cerca, y su discurso podía ser oído claramente.

¡Como igual que un tigre! ¡Cago como un elefante! ¡Puedo beber trescientas copas de vino en una sentada! ¡Me he casado tres veces, he hecho el amor a un millar de mujeres!

¡Gano a cualquiera en la flauta y el laúd! ¡He escrito poemas inmortales a miles, pero los he arrojado al Río tan pronto como los he terminado y me he quedado mirando el agua, el viento, y los espíritus que se los llevaban a su destrucción!

»¡Agua y flores! ¡Agua y flores! ¡Eso es lo que más amo!

»¡Cambio e impermanencia! ¡Eso es lo que me hiere, me duele, me tortura!

»¡Sin embargo, el cambio y lo efímero de ls cosas es lo que hace la belleza! ¡Sin muerte y muertos, ¿puede existir la belleza? ¿Puede existir la perfección?!

»¡La belleza es hermosa porque está condenada a perecer!

»¿O no es así?

»¡Yo, Tai-Peng, pensé una vez en mí mismo como agua que fluye, como flores que se abren! ¡Como un dragón!

»¡Flores y dragones! ¡Los dragones son flores de la carne! ¡Viven en la belleza mientras generaciones de flores nacen y mueren! ¡Florecen y se convierten en polvo! Pero también los dragones mueren; ¡florecen y se convierten en polvo! ¡Un hombre blanco, pálido como un fantasma, con los ojos tan azules como los de un demonio, me dijo en una ocasión que los dragones vivían durante eones! ¡Eones, digo! ¡Durante años, la mente desvariaba pensando en ellos! Y sin embargo... ¡todos perecieron hace millones de años, mucho antes de que Nukua creara a los hombres y las mujeres a partir del barro amarillo!

»¡Con todo su orgullo y belleza, murieron! "¡Agua! ¡Flores! ¡Dragones!

La voz de Tai-Peng se hizo menos audible cuando se alejó colina abajo. Pero el hombre en la cabaña oyó un pasaje especialmente vehemente:

¿Qué malvada persona nos trajo de vuelta a la vida y ahora desea que muramos para siempre de nuevo?

El hombre en la cabaña dijo:

¡Ja!

Aunque los poemas de Tai-Peng hablaban mucho de la brevedad de la vida de los hombres y de las mujeres y de las flores, nunca mencionaban la muerte. Ni nunca antes se había referido a la muerte en su conversación. Sin embargo, ahora estaba hablando claramente de ella, maldiciéndola.

Hasta ahora había parecido tan feliz como un hombre podía ser. Había vivido seis años en aquel pequeño estado, y aparentemente no sentía deseos de abandonarlo.

¿Estaba dispuesto ahora?

Un hombre como Tai-Peng sería un buen compañero en el viaje Río arriba. Era agresivo, inteligente, y un buen espadachín. Si podía ser influido sutilmente para que reanudara el camino que había abandonado...

¿Qué era lo que iba a ocurrir en las siguientes décadas?

Todo lo que podía predecir por ahora él también no era más que otra de las telas de araña en el oscuro designio, todo lo que podía predecir era que algunos alcanzarían Virolando y algunos no.

Los más astutos descubrirían un mensaje allí. Algunos de ellos seguramente lo descifrarían. Entre ellos habría reclutas y agentes.

¿Quién llegaría primero a la Torre?

Él debía ser uno de los que lo hicieran.

Y debía sobrevivir a los peligros del viaje. Probablemente el mayor de ellos seria la inevitable batalla entre los dos grandes barcos. Clemens estaba decidido a alcanzar al Rey Juan y a matarlo o capturarlo. Era posible, altamente posible, que ambas naves y sus tripulaciones fueran destruidas.

¡Salvajismo! ¡La imbecilidad del tigre!

Todo debido a aquel frenético deseo de venganza que aferraba a Sam Clemens. Clemens, que antes había sido el más pacífico de los hombres.

¿Era posible apartar a Clemens de su infantil pasión por la venganza?

Algunas veces estaba de acuerdo con lo que el Operador, en un momento de sombrío humor, habla dicho en una ocasión:

La humanidad sigue estando atravesada en la garganta de Dios. Pero... El mal santificará, y el hielo quemará.

Y el Maestro de la Oscura Verdad estaba cabalgando un impredecible Cambio.

¿Qué...?

Las brillantes líneas y símbolos habían desaparecido.

Por unos breves segundos se quedó mirando el cilindro, con la boca abierta. Luego recitó una retahíla de frases código. Pero la superficie del cilindro siguió gris.

Crispó los puños y los dientes.

Así pues... lo que tanto había temido había ocurrido por fin.

Algún elemento en el complejo del satélite había dejado bruscamente de funcionar. No era extraño. Tras más de un millar de años los circuitos necesitaban una revisión, pero nadie había sido capaz de examinarlos en su momento preciso.

A partir de ahora, ya no podría saber exactamente dónde estaban los otros hombres y mujeres. Ahora él también estaba en la casa de la noche, rodeado de brumas. La desaparición de las luces en el cilindro había dejado una más profunda oscuridad a su alrededor. Se sintió como un cansado y solitario peregrino en una playa abandonada, una sombra entre sombras.

¿Qué era lo que iba a estropearse a continuación? ¿Qué podía estropearse? Por un lado no, seguramente no... Pero si ocurría, posiblemente iba a faltarle tiempo para hacer todo lo necesario.

Se puso en pie y envaró los hombres. Era el momento de irse.

Una sombra entre las sombras, corriendo contra el tiempo.

Como los reclutas y los agentes, como los habitantes del Río, como todas las criaturas sentientes, tendría que fabricarse su propia luz.

Y así seria.

FIN


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