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47.9% El diario de un Tirano / Chapter 80: Lucian <El Invicto>

Capítulo 80: Lucian <El Invicto>

Disminuyó la velocidad del galope al encontrarse a una distancia considerable, admirando con una sonrisa las murallas del interior de la ciudad.

--Otra vez en este maldito lugar. --Suspiró, deshaciéndose de todos los malos pensamientos que ahora rondaban por su mente.

Los guardias de la entrada se movilizaron al instante de observar al jinete, interponiéndose en su camino. Tragando saliva a segundos de reconocerlo.

--Le rogamos nos perdone, señor Lettman.

Se hicieron a un lado con rapidez, haciendo una muy inclinada reverencia por el miedo y la vergüenza.

Lucian asintió, no tomándole importancia al acto irrespetuoso de los subalternos de su madre, emprendiendo de vuelta la marcha.

La ciudad al interior de los muros era muy distinta al exterior, destacando por las construcciones de piedra lisa y demás materiales poco comunes; jardines y caminos mejor desarrollados. Las pocas personas que se dejaban ver al transitar por las calles mostraban vestimentas de buena calidad, con accesorios brillantes y posturas bien entrenadas. Sus cuerpos delgados, delicados hasta cierto punto, con la arrogancia bien arraigada en sus ojos.

Al centro de la durda (ciudad grande) se encontraba el símbolo del territorio, el hermoso e impenetrable palacio de la familia Lettman. Decorado en su patio delantero con un hermoso jardín y cuatro estatuas de los Sagrados, dos por cada lado del ancho camino, que representaban algo que Lucian había olvidado hace bastante tiempo.

--Señor, su caballo. --Dijo un mozo, limpiando con su antebrazo el escurrimiento de su nariz.

--Tratalo bien --Se bajó de un salto, acariciando las crines y parte de su cabeza--. O arriésgate a morir por mi espada.

El mozo le miró con una sonrisa petrificada, no recordaba al muchacho, pero no por ello se atrevió a ser irrespetuoso, conocía las personalidades de los bastardos al interior de los muros, no siendo tan tonto como para pensar que el joven no cumpliría con su amenaza.

--Sí, señor.

Lucian ignoró al sirviente constipado, siguiendo su camino al subir los cinco escalones que llevaban a la puerta principal.

--Su espada, señor. --Dijo el guardia de la entrada con respeto.

Lucian se detuvo, disgustado por la solicitud, pero sin el ánimo para mostrar su enojo. Desabrochó el cinto con la vaina y la entregó, mirando con frialdad al guardia, quién agarró el arma sin un cambio en su expresión.

--¿Sabes dónde se encuentra mi madre?

--¿Su madre, señor? --Regresó la pregunta, confundido y lleno de burla en su interior por el muchacho desorientado.

--Sadia Lettman, la Durca.

El guardia tragó saliva, casi perdiendo el equilibrio por su ignorancia. Hasta ahora podía apreciar el parecido entre madre e hijo y, se agradecía por no tener una lengua suelta como la anterior guardia, porque si hubiera sido así, estaba seguro de que su destino habría sido lamentable.

--No, señor Lettman. Lo lamento. --Agachó la cabeza.

--Cuida mi espada con tu vida. --Dijo al retirarse con una mala cara.

El interior del recinto era tan único como simple, los suelos blancos brillosos que los esclavos limpiaban con esmero, las puertas grandes de madera talladas con símbolos antiguos, las decoraciones hechas por artesanos habilidosos, todo ello representaba la belleza del interior del palacio, además de una sutil, pero poderosa energía mágica que acompañaba a Lucian a cada paso.

Comenzó a impacientarse, el paradero de su madre no era claro y, aunque estaba reacio a encontrarla para soportar su verborrea cínica y molesta, deseaba aún más salir de las malditas paredes que lo rodeaban.

Se detuvo al ver la puerta cerrada, con la boca de un león en la manija como decoración. Su pulso se aceleró, sintiendo un temblor en su interior. Inspiró profundo, empujando el frío hierro para develar los secretos que guardaba.

<<Y el gran Lucian peleó con valentía y, como honor la gran serpiente lo perdonó.>>

Notó su pequeña silueta sentada en la alfombra polvorienta como si volviera al ayer, vislumbrando con gran dolor al ilusorio individuo que charlaba con el infante con una sonrisa en su rostro. Introdujo sus labios a su boca, apretando con fuerza para suprimir sus pesados sentimientos.

<<¿Por eso me llamo Lucian?>>

Se sentó en el único sofá disponible, polvoroso y mal cuidado, observando en su mente el pasado que tanto conflicto le causaba a su corazón.

<<Sí, pequeño gran héroe.>>

<<¿Yo también podré salvar a todos?>>

<<Claro que sí, mi pequeño. Algún día podrás demostrar tu heroísmo. Y talvez hasta una gran serpiente te reconozca.>>

<<Ja, ja, ja, ja. Espera... papá, no más cosquillas. Ja, ja, ja, ja.>>

--Espero estés orgulloso... --Bajó el rostro con el dolor dibujado en que cada centímetro de su piel. Las cristalinas lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta caer al suelo, mientras su pecho se desgarraba al intentar calmarse.

--¿Señor Lucian?

Fue interrumpido por una voz madura, servicial y educada, pero por su ahora apariencia no hizo por voltear, no hasta secar sus lágrimas con el antebrazo y respirar profundo.

--Soy yo --Se levantó del sofá, dándose la media vuelta--. Ah, consejero Thibo, eres tú.

El anciano se alegró al ver muchacho, notando como la madurez ya se había apropiado de gran parte de su anterior rostro juvenil.

--Tu madre te ha estado esperando...

--¿Dónde está? --Cortó de tajo el cansado discurso que estaba seguro le sería dado.

El consejero no mostró su desacuerdo, solo asintió lentamente al permitir que Lucian saliera del cuarto del fallecido Durca, cerrando la puerta con calma.

--Sígueme. --Dijo con un tono calmo, no forzando a que su tono sonara como una orden.

Afirmó, comenzando a caminar a dos pasos del consejero, lo que se consideraba apropiado en la etiqueta del reino para que su honor como superior no fuera mancillado.

--Mi espada, debo volver por ella. --Dijo al notar la salida Norte del palacio.

--Haré que alguien la entregue --Dijo, sin cambiar el rumbo--. Sigamos. Tu madre espera.

La luz del sol impactó en sus ojos justo al cruzar el umbral de la gran entrada, el territorio trasero del palacio se extendía tanto que era imposible ver el final, tanto por las construcciones que comenzaban a unos quinientos pasos del palacio, como por innumerables individuos en entrenamiento.

--¿El segundo y tercer ejército no fue destruido? --Dudó de la noticia de su hermano-- ¿Por qué hay tan gente?

--No tengo permitido responder, señor Lucian. --Se detuvo, esperando a que el joven noble se adentrara en el carruaje, luego de ordenar a uno de los sirvientes que fuera con el guardia de la entrada principal por la espada de Lucian.

--La energía ha cambiado --El cochero ordenó a los caballos moverse--... la siento más pesada.

--No tengo permitido responder, señor Lucian.

--No fue una pregunta --Sonrió con frialdad--. Solo una observación.


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Capítulo 81: Madre e hijo

El silencio al interior del carruaje fue interrumpido tan pronto como el sirviente abrió la puertecita, permitiendo que el joven Lucian tomara la iniciativa de salir.

Los alrededores eran muy distintos a los terrenos cercanos al palacio, no había belleza en la arquitectura de los edificios, jardines, o esculturas sobresalientes, todo era demasiado simple, tosco y aburrido, muy parecido a los lugares inhóspitos del reino, que se exentaba de describirse de tal manera por las largas construcciones. Casi todo el suelo era nada más que tierra infértil, agrietada por el daño del tiempo, o alguna otra consecuencia climática, o del propio hombre.

--Por aquí, señor Lucian.

El segundo hijo asintió, momentáneamente perplejo por lo que él pensaba imposible, deseando equivocarse al entrar al único edificio de dos pisos.

--Si puedo dar mi consejo, señor Lucian, le pediría que evitara cualquier confrontación verbal con la durca Sadia --Dijo con un tono calmo--. Conozco su temperamento, señor Lucian, el de ambos en realidad y, preferiría que todo termine de un modo tranquilo.

--Un consejo innecesario y no solicitado, anciano. --Le miró con disgusto, sin mostrar el respeto requerido por el título del viejo hombre.

Thibo suspiró, abatido por lo que suponía sería inevitable.

Al subir los escalones de piedra inspiró profundo más de una vez, calmando su acelerado corazón. La luz al final de trayecto fue evidente al llegar al penúltimo escalón, observando el umbral grabado con dos sabias palabras, alguna vez dichas por su padre: Voluntad y Temple.

--Durca Sadia. --Dijo el consejero, al tiempo que ejecutaba una muy bien entrenada reverencia.

En la tranquila terraza, una dama de aspecto elegante disfrutaba del té en la única silla circundante a la mesa de color blanco.

--Lucian. --Dijo con un tono tranquilo al despegar los labios de la taza de plata, grabada con hermosas siluetas de flores.

--Madre. --Respondió, con un tono seco y sin respeto.

Thibo suspiró con impotencia, su intuición no había fallado, aunque deseaba que en algunos casos así fuera.

--La guerra te ha vuelto irrespetuoso, hijo mío. --Le miró, inexpresiva, pero con el disgusto en sus ojos.

Bojana y Youns, los guardias personales de la Durca miraron al joven, mostrando sus intenciones sin movimiento alguno y, expresando que no les importaría su título como hijo de la señora Lettman al recibir la orden de atacar.

Lucian les lanzó una mirada a ambos, descargando una violenta ráfaga de energía de combatiente, pero muy bien controlada para solo afectar a ellos dos. Los guardias fruncieron el ceño, pero lo soportaron sin cambiar sus expresiones, aunque estaban sorprendidos por los grandes avances que había tenido el afamado cuarto general del reino e hijo de la durca Sadia: Lucian Lettman <El Invicto>.

--No fue la guerra, madre. --Se detuvo a dos pasos de la soberana del territorio.

--Lucian --Se levantó, sonriendo con calidez, una que el muchacho interpretó como falsa--, estoy muy feliz de verte a salvo.

--Gracias, madre. --Hizo lo posible por sonar convincente, algo que nadie en el lugar creyó.

La Durca abrió ambos brazos, esperando por la iniciativa de su hijo por ir a abrazarla. Lucian suspiró internamente, pero no se excusó, prefirió acabar con el teatro complaciendo a su madre con un delicado y breve abrazo.

--Es bueno que hayas vuelto.

--Respondí a mi deber como hijo y hermano, madre.

--Te eduqué bien.

Lucian forzó una sonrisa, al tiempo que su mirada se enfriaba. Su corazón hirvió de ira, pero no expulsó ni el más mínimo indicio de sus sentimientos, no era tan impulsivo. La durca Sadia descubrió el cambio en su hijo, pero no mencionó, o hizo algo para evidenciarlo.

--Tu impaciencia me complace, hijo mío. Yo también deseo que partamos cuanto antes con el ejército que he preparado.

--Es mi deseo, madre --Asintió con calma--. Ahora que lo menciona, madre, tengo dudas sobre el ejército. Aldurs mencionó sobre la destrucción del segundo y tercer destacamento, pero por lo que he observado, la cantidad de gente allá abajo supera por mucho la totalidad de ambos ejércitos ¿Será que fui engañado, madre?

--Tu hermano habló con la verdad, hijo mío. La general Génova fue encargada del liderar ambos ejércitos en la misión de rescate de tu hermana Helda. Una misión que resultó en un rotundo fracaso, que guarda demasiados secretos del cómo ocurrió.

--¿Sabemos quién es el enemigo y por qué secuestró a Helda?

--No. He mandado grupos de exploración, pero ninguno ha vuelto todavía. Algo ocurre en esas tierras malditas y, estoy preocupada porque algo le pase a tu hermana.

Notó que la preocupación de su madre era verdadera, algo que no fue una sorpresa, conocía los sentimientos de preferencia por su hermana Helda, no era un secreto. En cambio, lo que si le sorprendió fue el misterioso individuo que había logrado destruir al segundo y tercer ejército y continuar en la clandestinidad, preguntándose sobre sus verdaderas intenciones.

--Volviendo al tema del ejército, madre ¿Cómo reclutaste a tantos individuos? Y por favor, no me digas que son aldeanos.

--¿Recuerdas al Merdo Bastanno? --Lucian asintió, presintiendo lo peor-- Entonces ¿También recuerdas la proposición que me fue hecha hace un par de años?

--¿Aceptaste? --Preguntó, apretando los puños.

--Acepté.

--¡Por los Sagrados, madre! --Gritó, incapaz de contener su ira. Los guardias se dispusieron a actuar, pero por la mirada de su soberana entendieron que no era el momento-- Yo ya estoy unido en esta y en la siguiente vida, una unión que procreó a dos niños... ¡No puedes disponer de mí como un maldito objeto!

--Esa unión no fue aceptada por mí, por tanto, no tiene validez en este reino.

--Los Sagrados nos bendijeron ¡Tú no tenías derecho!...

--Tal vez en la siguiente vida --Interrumpió de inmediato--, pero aquí las reglas son distintas y lo sabes.

Se giró, soltando su furia en un violento suspiro. Observó el cielo, haciendo lo posible por recuperar la compostura, aunque sentía que por el momento le era imposible.

--Nunca cambiarás ¿Verdad? --Regresó su mirada a la bella dama.

--Soy tu madre y Durca, Lucian. Al menos muestra respeto al título. Tú en mi presencia solo eres un general, tenlo presente.

--Sí, tiene razón --Asintió con una fea mueca, pero sin las palabras para refutar--. Discúlpeme, Durca. Pero como usted ha dicho, soy un general del ejército real, no puede ocuparme como objeto de cambio en sus tratos con otros nobles, porque ese es mi título y antecede a mi responsabilidad como hijo, Gran Señora.

--No, si la presión al rey es suficiente. --Se burló la dama.

--Tal vez, pero recuerde que deje mi responsabilidad en el campo de batalla por un llamado suyo. Me enfrento a un castigo no menor a la muerte y, usted tampoco estará exenta del mismo.

--Bonita palabrería, hijo mío. Pero nadie se atreverá a tocar a un Lettman. Ni el rey, ni ese bastardo. Así que obedece a mis palabras y, prometo que la mujer con la que te uniste y procreaste a dos infantes no sufrirá un destino fatal. No es necesario mirarme así, porque en poder y capacidad, sigues siendo mi inferior. Podría si deseo hasta quitarte tus privilegios en la vahir Tethma.

--De acuerdo, madre, soy tuyo. --Se arrodilló, con la cabeza gacha y una furia incontenible en su corazón.


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