Jadeos pesados, respiraciones cortas, cortes apresurados...
--El combate ha terminado. --Dijo Astra al recibir la orden de su señor.
Ambos guerreros, desprovistos de aliento, sudorosos y con la condición al límite volvieron a una postura de adecuada, similar a la que ocupaban cuando sus superiores los requerían. Sus heridas abiertas, algunas ligeras, otras no tanto, con un dolor que llenaba sus cuerpos, pero, incluso con ello no se atrevieron a verse débiles ante el joven sentado.
--Sus habilidades son deficientes para mi ejército --Dijo, mirando de reojo el estado de ambos en su interfaz--, pero, creo en sus potenciales. A ambos los acepto como mis subordinados.
La noticia los llenó de una increíble felicidad, casi no logrando pensar por la extrema fatiga que sus cuerpos experimentaban.
--Gracias, Barlok. --Dijeron al unísono, despidiéndose al ver el ademán de mano del joven.
--Hemos superado los doscientos candidatos, señor Orion. --Dijo Fira al terminar de contar las marcas en la tarima, observando como Lork anexaba otras dos rayas con el cuchillo que le prestó.
Orion escuchó, calló, prefiriendo observar el desenlace de las veinte restantes batallas consecutivas.
--¿Cuántos muertos?
--Treinta, señor. --Respondió.
Asintió y continuó observando el panorama. Los veinte soldados de su ejército que laboraban como referís le lanzaban miradas constantemente, en espera de la orden para detener el enfrentamiento. Detuvo un par de ellas que no le convencieron, ordenando a los participantes al cruel destino de una vida de esclavo, mientras que a los demás les permitió continuar, terminando con un resultado de dieciséis nuevos reclutas, once esclavos más y cinco muertos.
--Marcalos, aliméntalos y después que ayuden a los otros esclavos en las construcciones --Ordenó al levantarse, un poco cansado por el monótono espectáculo--. A los nuevos reclutas solo aliméntalos, que descansen hoy y curen sus heridas. Y que mañana antes del primer rayo de sol se encuentren listos para el entrenamiento. .
--Sí, señor Orion. --Astra asintió, volviendo su mirada a los más de quinientos hombres después de ver partir a su soberano, acompañado de su séquito.
∆∆∆
El frío era intenso, los vientos feroces y la productividad mínima, perjudicando en mayor medida a la salud de los esclavos, quienes continuaban trabajando en la intemperie, forzados a culminar con la cuota del día para tener la oportunidad de comer.
Orion los observaba desde lo alto del palacio, intuyendo las maldiciones que ahora le estarían arrojando, pero aquello no influenciaba su humor, a todos ellos les había brindado la misma oportunidad de convertirse en hombres libres, salvo los recientes bandidos, quienes fueron tratados de inmediato como esclavos para salvaguardar sus vidas, por lo que los únicos culpables eran ellos mismos. Los miraba, con la niebla densa que compartía protagonismo con el frío, deseoso por ver terminadas las construcciones que solo siete días antes habían tenido inicio.
--¿Cuánto más debo observar? --Preguntó una dama, de vientre inflamado, mirada brillante y cabello opaco.
--Todos ellos son los que decidieron rescatarte --Sonrió, volteando para dirigir su mirada a ella--, ahora son mis esclavos... Una de los tuyos dice que todavía existe un ejército, más poderoso, liderado por tu hermano mayor --Acercó su mano a su rostro, sintiendo sus congeladas mejillas. Ella no hizo por resistirse--. Estoy esperando el momento a que vengan. Si es que todavía lo vales.
--¿Cuál es tu objetivo? --Preguntó, inspirando profundo y sin quitar la mano de sus mejillas enrojecidas por el calor.
--Dar muerte a quien apunta su hostilidad hacia mí. --Respondió con mirada solemne e indescifrable.
Helda acarició su brazo, sintiendo el pulso debajo de la túnica de cuero, su corazón comenzó a palpitar, su vientre a moverse y, la extraña energía en su interior a volverse más densa.
--¿Qué haces? --La frialdad de sus ojos fue más intensa que el propio frío que abrazaba Tanyer. Quitó la mano sobre su brazo, disgustado por la acción de la dama-- Jamás vuelvas a tocarme.
Helda asintió, alejándose, más por temor de lo que podría pasarle a la vida que cargaba dentro de sí, que por su propia seguridad.
--Tus manos se han recuperado. --Dijo al observar el imperceptible movimiento de sus dedos
--Lo han hecho --Afirmó, ella misma había estado sorprendida en su momento por la milagrosa e inesperada recuperación--. Pero no puedo hacer magia. No soy un peligro para ti.
Orion comenzó a reír con fervor, estaba muy impresionado con la valentía que seguía poseyendo.
--¿Peligro para mí? Ja, ja. Nunca fuiste un peligro, niña. Acaso no lo entiendes, vives porque es mi deseo, las vidas de todos aquí me pertenecen, nadie puede morir si no lo quiero ¿Entiendes?
Helda podía sentir la amenaza en sus ojos, la brutalidad de su cuerpo, los mares de sangre a su espalda, la muerte frustrada en su sombra, la interminable oscuridad en su alma. Podía sentirlo todo y, al mismo tiempo nada.
--Lo entiendo, Orion, eres nuestro soberano... Ahora, por favor, quiero regresar a mi cuarto. --Solicitó con el sudor resbalando por sienes.
Inspiró profundo, eliminando cualquier remanente de intención hostil de su cuerpo.
--¡Guardia!
La puerta fue abierta y, por el ademán de su joven señor, el custodio entendió la nueva orden.
--Sin juegos, maga, aún no tengo el deseo matarte.
Helda asintió con calma, desapareciendo al cruzar el umbral de la puerta.
*Tú no eres un sangre sucia, no, eres otra cosa ¿Quién eres en verdad? --Pensó al acariciar su vientre, temerosa por si la semilla implantada era venenosa.
Los rayos del sol atravesaban la espesura de las altas y anchas copas de los árboles, iluminando la tierra húmeda por la lluvia de un día anterior.
--¡Mierda de perro!
Lucian esquivó con suma facilidad, al tiempo que golpeaba con el pomo de su espada la nuca del salvaje atrevido, noqueándole y sacándolo de la batalla. Inspiró profundo, dejando salir toda su furia en un soplido bestial.
[Fortaleza pétrea]
[Pasos veloces]
Se escuchó un estallido cuando desapareció y, de forma inmediata un hombre fue ejecutado, luego otro y, otro, hasta llegar a la cifra de nueve en menos de cinco segundos, todos ellos con la misma muerte: decapitación. Cuando volvió a aparecer exhaló, jadeó y limpió la hoja teñida de rojo de su espada con un movimiento al aire. Esquivó la flecha repentina, cortó el pecho del salvaje cercano y rodó para asesinar a otro par más.
[Inspiración]
Gritó, elevando la moral de sus tropas. Apretó de vuelta la empuñadura de su espada, arremetiendo con un par de cortes a los tres salvajes que se acercaban con palos afilados en sus puntas.
--¡Retirada!
La orden fue repetida por los salvajes presentes, partiendo de inmediato del campo de batalla y salvando a sus camaradas si les era posible.
Lucian se quitó su casco dorado teñido de rojo, desabrochó el cinturón de su vaina luego de una exhalación larga, para después sentarse en una de las sillas de su tienda. Sus manos temblaban, aún experimentando las secuelas de la batalla. Cerró ambos ojos, tratando de encontrar un punto mental en el cual poder recuperar la paz, aunque fuera por solo un momento.
--Salvajes bastardos. --Abrió los ojos con brusquedad, frustrado al no lograr calmarse.
--Cuarto General.
Lucian volteó al reconocer la voz, encontrándose con la mirada respetuosa de su criado, joven y delgado, de expresión servil y tullido de una pierna.
--El soldado de...
--No es necesaria tanta formalidad. --Dijo Aldurs al entrar, con la fatiga en su rostro y el cuchillo del criado en su garganta.
--Baja el cuchillo y, ve por pan y alcohol. --Ordenó sin un cambio en su mirada.
Aldurs chasqueó la lengua, sonriendo con frialdad al ver el tambaleante caminar del sirviente de su hermano.
--Buena que no soy rencoroso. --Dijo al tomar asiento en una de las sillas desocupadas.
--Ni hábil. --Añadió su hermano, quitando la mediacapa de su hombro.
--Si no fuera tú deshago lo mataría.
Lucian volteó con la frialdad en su mirada, apareciendo de inmediato con una daga sobre su mano, una que clavó en la madera de la silla, cerca de las partes nobles de Aldurs.
--Eres mi hermano, sangre de mi sangre, pero un insulto más y te cortaré la puta lengua. Así que deja de jugar y dime a qué has venido.
Aldurs tragó saliva, con la tez pálida, enterándose de que el juego había finalizado.
--Madre solicita tu presencia. --Dijo con un cambio completo de tono, más respetuoso y sumiso.
--Y ahora que quiere esa mujer --Suspiró con cansancio, un cansancio que ni mil batallas consecutivas podrían producir--. Espero que no sea otra vez esa maldita propuesta.
--No pudieron rescatar a Helda. --Dijo de repente, cortando de tajo las innumerables especulaciones que Lucian tenía ahora en su cabeza.
--¿Qué? --No podía creerlo-- ¿Qué sucedió con el segundo y tercer ejército?
--No conozco los detalles, pero por palabras del Maestro Silfo fueron asesinados, solo así se explicaría la Señal de la Derrota que recibieron de la generala o de uno de los comandantes, dijo él. --Se levantó, siguiendo la espalda de su hermano.
--¿Hace cuánto fue la batalla? --Se giró, mirándole con emoción en sus ojos.
--Más de diez lunas.
Lucian quiso poner toda su tienda de cabeza, la ira no cabía dentro su cuerpo.
--Cuarto...
--¡Largo! --Ordenó sin verle, no sabía si sería capaz de contenerse si miraba a alguien que no fuera su hermano.
El criado asintió, colocó la charola en el suelo y se retiró con lentitud y respeto, guardando para sí las palabras que no pudo decir.
--Maldita sea... --La indecisión mataba la poca estabilidad que poseía.
--Madre promete encargarse del rey si algo resulta mal.
--Ja --Tronó la boca-- ¿Mal? Ni siquiera creo que haya un buen final para esto --Inspiró--. Esa maldita chiquilla en verdad se metió hasta el fondo y, ahora debo ser yo quien deba rescatarla.
--Es nuestra hermana. --Dijo Aldurs, arrepintiéndose un segundo después de hablar.
--¡Me importan tres carajos que sea mi hermana! Esa maldita niña siempre ha sido un dolor en las bolas y, ahora mi honor será manchado si elijo ir a salvarla.
--Sí no eres tú ¿Quién más, Lucian?
El joven de cabellos dorados bajó la mirada, cuestionándose esa misma pregunta.
--Tienes razón. Sangre es sangre --Hizo un sonido gutural. Suspiró y desabrochó su armadura--. Comunícate con mi Segundo... Y con el Quinto General, tiene una deuda conmigo, es momento de que la salde.
∆∆∆
El olor de la carne ahumada golpeaba su nariz con mucho placer, mientras la bebida caliente acariciaba su garganta. Al bajar el vaso sus ojos atraparon la mirada de Fira, quién sonreía con las migajas de pan en sus mejillas. Volvió a sorber, terminando con el líquido en el interior del recipiente.
--Niño, este no es un lugar donde debas estar --Dijo Irena, la sirviente mayor--. Vete a qué te amamanten a otro sitio.
Lork sintió el empujón sobre su hombro, pero la postura y la gran fortaleza de sus piernas le hizo imposible a la mujer adulta poder moverlo. El esclavo protector no hizo por moverse por la presencia del Barlok, temiendo por insultarlo.
--Señor Orion... --Dijo, tratando de imitar el tono de los dos hermanos.
--Déjalo entrar --Ordenó, sin apartar la mirada de su carne--. Y tú, esclavo, ordené que nadie lo tocara.
Irena retrocedió, sorprendida por el suceso, no conocía al niño, ni su estado, pero por la familiaridad de su tono al dirigirse al amo del palacio pudo intuir que nada bueno le esperaba si no se disculpaba.
--Sí, amo. Perdone mi grosería. --Bajó la cabeza, dolida por disculparse con un niño, pero temerosa por la fría mirada del esclavo, quién parecía poder matarla con sus propias manos.
Lork ni siquiera le prestó atención a su acto, era un ignorante de los tratos y costumbres de Tanyer, muy similar a los primeros días de Orion en este nuevo mundo, sin embargo, eso no significaba que pasara por alto la acción hostil que había recibido, pero la promesa hecha al joven le impedía actuar y, su respeto por la disparidad de poder le valía para cumplirla.
--Toma asiento y come. --Ordenó Orion.
Lork asintió, caminando hacia la segunda silla al lado de su señor. El esclavo lo acompañó a la mesa, pero retrocedió unos pasos hasta tocar con pared. La Mayor y sus tres subalternas quisieron impedir el acto, no sabían quién era ese niño y porque no actuaba como infante, porque no sabía que debía sentarse al menos dejando un espacio de tres sillas del amo del palacio y, del porque no había hecho una reverencia respetuosa al entrar. No sabían quién era, pero la intuición femenina les dictaba que poseía un alto estatus, al menos a la par de los dos hermanos.
--Mocoso, siéntate aquí --Apuntó a la silla frente a ella, con exactitud tres asientos separados de su soberano--. Ten un poco más de respeto.
Lork volvió a asentir, le molestaba el tono con el que Fira se dirigía a él, en verdad lo odiaba, tanto como la odiaba a ella, pero para su desgracia existía esa promesa, esa maldita promesa que lo obligaba a comportarse. Solo le pedía a los Altos Cielos que lo bendijeran con paciencia para no explotar contra todos aquellos que lo miraban con hostilidad.
--Come. --Ordenó una vez más, terminando con su platillo.
--¿Qué desea que le sirva? --Preguntó una de las sirvientas al acercarse.
--Pan. --Dijo de inmediato, con una sonrisa en su cara. La expresión de niño más cercana que podía hacer.
--Lo traeré de inmediato... --Dijo, dudando sobre el título que debía conferirle, escapando al final hacia la cocina para no cometer un error similar a su superiora.
Abrió la interfaz gracias a un punto directo de una notificación sin leer.
[Instruir]: No hay cosa más hermosa que enseñar aquello que se sabe.
-Desbloquea potenciales ocultos de tus sirvientes/subordinados.
-Enseña las habilidades que dominas.
-Sobrecarga a tus hombres de tu energía y potencia sus fuerzas.
*Se necesita subir de nivel la habilidad para descubrir las otras ventajas*
Observó de reojo al pequeño niño con una sonrisa sobre su cara por disfrutar un buen trozo de pan, luego a Fira, quién observaba con desagrado al infante. Alzó las comisuras, disfrutando de la buena sensación que producía una nueva maquinación.
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