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82.03% El diario de un Tirano / Chapter 137: Emergencia

Capítulo 137: Emergencia

En el adarve recién construido de madera, se encontraban dos hombres, vestidos con indumentaria militar ligera, acompañados de un arco, carcaj, y una pequeña cesta con bocadillos y dos cantimploras sobre la superficie aspera.

Ambos hombres se mostraban vigilantes ante los ruidos provenientes del bosque, el mismo que en los últimos días se habían avistado un mayor flujo de bestias humanoides, sin hostilidad, aparentemente, no obstante, aquello provocó más preocupación en cada uno de los guardias. Eran guerreros, tal vez por la minúscula estancia en Tanyer se les consideraba forasteros, y como tales, ignorantes a la vida natural de las tierras que ahora llamaban hogar, pero conocían las bestias, y era de concepto común que cuando una bestia piensa, significa que algo muy malo va a ocurrir.

La feroz ráfaga de viento les hizo suspirar, agradecidos por el frescor del aire, que aliviaba la sensación de sus cuerpos cubiertos de sudor.

—Veo a otro de los verdes —dijo el moreno, sin señalar, no era necesario. Su compañero, el rubio, asintió.

—He escuchados de los sangre... —calló, y entendió su error al notar la temerosa expresión del hombre a su lado—. Los lugareños, que en esta temporada es común verlos, al parecer, atacan a los animales pequeños que nacen luego del inyar.

El moreno afirmó con calma, no le importaban las razones de porque los observaba más, tenía una misión, asesinarlos si cruzaban hacía el territorio que su señor gobernaba, lo demás era de poca importancia.

—Son horribles —añadió, mirando al perdido que había percibido sus presencias.

—Nos reta —sonrió el rubio, levantando su arco, y haciéndose con una flecha.

—A la cabeza —dijo el moreno, con una sonrisa incitadora.

Sus ojos, agudos como los de un ave depredadora, se posaron con intensidad en el individuo de tono verdoso. Sus dedos, rígidos como rocas, sujetaban firmemente el extremo no letal de la flecha, mientras su respiración se volvía tan silenciosa y serena como un páramo abandonado. Pero su encuentro fue bruscamente interrumpido por su compañero, cuyo toque delicado en su hombro lo sacó de su concentración.

—Observa el camino.

El rubio obedeció, aunque sin bajar el proyectil. A lo lejos, una silueta cuadrúpeda comenzó a vislumbrarse, levantaba el polvo por la alta velocidad, y, que por el camino que tomaba, denotaba su intención por cruzar territorio prohibido.

—No distingo con claridad. Maldito sol.

El rubio forzó al máximo su visión.

—Es un jinete a caballo, pero es extraño, creo que carga con un niño.

El moreno asintió, logrando verlo, más por el dibujo en su mente recién creado gracias a la observación de su compañero, que por su habilidad.

—Es un guerrero, puedo distinguir armadura en su cuerpo.

—¿Enemigo?

—No puedo responder.

—Tiro de advertencia —ordenó el moreno.

Su compañero asintió.

La flecha fue disparada, e ignorada.

—Nuevamente.

El rubio obedeció, pero nuevamente fue ignorada. El moreno no quería matar a un hombre con su vástago, pero las órdenes eran claras, y no iba a desobedecerlas por dos desconocidos.

—Tiros limpios —dijo con un tono serio, pero calmo.

El rubio asintió, se concentró en el disparo, apuntando al caballo, pues dudaba que pudieran escapar de su segunda flecha luego de caer de su montura. Respiró hondo, pero luego atisbo algo que no debía ser correcto, por lo que forzó nuevamente su objetivo en el infante que cargaba el guerrero, y entonces se mostró nervioso.

—Es de los nuestros. —Bajó de inmediato el arco.

El moreno le miró, extrañado por la afirmación.

—No es un niño —añadió, su corazón golpeaba con fuerza su pecho, intuyendo lo peor si esa flecha hubiera sido disparada—, es uno de esos enanos que traen las rocas al Barlok.

—¡Carajo! —gritó—. Van como si los persiguieran los oscuros. —Y de forma involuntaria dirigió su atención a espaldas del jinete, suspirando en su corazón de alivio que su decreto no haya materializado a tan perverso enemigo—. Maldición, debieron detenerse, casi los matamos.

El rubio asintió.

Bronio, el soldado a caballo le lanzó una mirada a ambos hombres, reprochándoles sus ataques anteriores, pero no hizo por detenerse, sus compañeros le necesitaban, y no podía retrasarse ni un solo segundo, aunque su vida dependiera de ello. Mientras que el antar en su regazo mostraba indicio de querer vomitar por el traqueteo constante del viaje.

—Hablaré con alguien —dijo el moreno al verles alejarse, con dirección al territorio del Barlok—, maldición si lo haré, esto no puede quedar así. Nuestra piel peligraba ser arrebatada de nuestros cuerpos por unos bastardos apurados. No me quedaré callado.

El rubio asintió, en concordanza con su compañero.

∆∆∆

Bronio atisbo los altos muros de la fortaleza, y aunque todavía se encontraba lejos, su corazón ya no se sentía tan amenazado, logrando respirar con menor presión.

Su odisea se ganó la atención de cada hombre, mujer y niño del camino por dónde galopaba, se notaba la curiosidad en los ojos de cada uno, pero él ignoraba las miradas, solo existía un pensamiento en su mente, el mismo que le proveía de fuerza y determinación.

—Ruego se me permita la entrada —gritó al llegar ante las altas puertas de madera reforzada, y se sintió pequeño ante la inmensidad de los muros, que no había logrado apreciar hasta este momento de incertidumbre.

El guardia en la cima de la muralla posó su atención en el recién llegado, y sin dudarlo mandó la orden de que se permitiera el paso. Había visto al de la raza antar.

Bronio agradeció con un ademán que pasó desapercibido, para inmediatamente cruzar la entrada, sin emprender el galope. Existían reglas, todos lo sabían, y admitía que tuvo el pensamiento audaz de ignorarlas por una única vez, creyendo que su soberano lo entendería, pero fue esa la razón de su desistir, su soberano, el hombre que no era un hombre. Comprendiendo que por todas las cosas se debía respetar el protocolo, aunque aquello costara la vida de sus compañeros, pues, creía que ellos en su posición actuarían igual.

Las siluetas cercanas le resultaron desconocidas, y no era para nada extraño, pues, aunque su tiempo en Tanyer era mucho mayor a los recién llegados, su habilidad con la espada no había logrado llamar la atención de los principales escuadrones, aquellos con nombre distintivo, los que se habían hecho de fama recientemente, gracias a sus hazañas en batalla. A lo lejos, uno de esos escuadrones entrenaba.

—Jinete, desmonta. —Escuchó la orden, la voz era dura, poderosa e imponente, tanto que su caballo comenzó a moverse con nerviosismo—. Estás en presencia de Trela D'icaya.

Bronio se volvió de inmediato, con una expresión de disculpa, no sabía quien era el nombrado, y no necesitaba saberlo, pues si se le había permitido el ingreso a la fortaleza, y tenía un séquito en su compañía, debía ser alguien al que no podía insultar. Pero, entonces observó al hombre alto, guapo e incuestionablemente imponente, lo reconoció de inmediato, lo había visto siempre de lejos, pero la sensación de magnificencia era la misma, o probablemente superior.

Se arrojó a suelo, dejó al pequeño a su lado, y cayó sobre ambas rodillas, bajando la cabeza con sumo respeto.

—Señor Barlok. —Se percibió el nerviosismo en su tono, el temblor de su cuerpo era visible, pero ninguna de las mujeres presentes hizo por burlarse, en realidad fue lo contrario, creían que era la manera correcta de estar en presencia de su soberano, pues ellas mismas a veces sucumbían ante su imponencia.

Orion mantuvo su interés en el antar, quien observaba los alrededores con una mirada perdida mientras masajeaba su estómago, como si quisiera evitar que algo saliese de el.

—Puedo oler tu desesperación —dijo, concediendo su mirada al insignificante soldado—, habla.

Bronio tragó saliva, lamió sus labios y esperó que su cordura no se rompiera al formular la repuesta que debía dar.

—Señor Barlok, mi señor, debe ayudarnos, algo nos ha atacado, mis compañeros, mis compañeros se encuentran en peligro.

Orion mostró un leve interés en su expresión, que pronto se desvaneció.

—Habla despacio y claro, soldado —ordenó.

Bronio se forzó a calmarse con una fiera bofetada que sorprendió a la hermosa Fira. Carraspeó de forma silenciosa, y con la breve tranquilidad recuperada relató lo sucedido.


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Capítulo 138: Decisión de venganza

El sosiego imperaba en el recinto, una tenebrosa cámara saturada de un silencio tan denso como las coraceras que vestían los hombres de armas. La luz, astuta y furtiva, se colaba en la estancia a través de la rendija en lo alto de las añejas paredes de piedra, jugueteando sobre el inmenso pergamino descolorido que yacía desplegado sobre una sólida mesa de roble. Un mapa, tan enigmático y enrevesado como el destino de aquellos labrados por la guerra, se plasmaba sobre el ajado papel amarillento.

Las luces temblorosas de las velas oscilaban con suavidad, iluminando las sombras distantes que la luz de la tarde no conseguía disipar, así mismo que las expresiones de los presentes.

Orion volvió su mirada a la entrada, justo antes de que la puerta maciza de madera reforzada se abriera y un individuo encapuchado cruzara el umbral. Era Anda, el líder del escuadrón de Los Búhos, que con una andadura pausada y decidida se acercó a su soberano.

—Solo encontramos las carretas, señor Barlok —dijo luego de caer sobre su rodilla, con una voz grave, trasmitiendo la pesadumbre del fracaso.

Nadia Balo, la estratega de Orion hizo una mueca inconforme por la noticia, aunque no relacionada a la eficacia, pues reconocía que nadie era tan rápido y certero como los integrantes del escuadrón de Los Búhos, sino por la información. Desde que había recibido su título, su vida había girado en torno a documentarse sobre todo lo relacionado con Tanyer, no solo en la sala del conocimiento del palacio, sino además en los relatos de los ancianos de cada raza, que la ayudaban a profundizar en los temas relacionados con el bosque inexplorado. Sin embargo, ni todo su conocimiento le ayudó a entender que tipo de criatura era la causante de la emboscada.

—¿Rastros? —inquirió con solemnidad.

—Encontramos el atisbo de una huella, señor Barlok, pero aún no conseguimos nada. Nuestro fracaso, señor Barlok. Yora y Demir continúan buscando —añadió al sentir la penetrante mirada de su soberano.

—¿De qué tamaño era la huella? —preguntó Nadia.

—Grande, Estratega, un poco mayor que la altura de un niño.

Orion no encontró en su bóveda de recuerdos alguna criatura que tuviera un pie tan enorme aquí, en el nuevo mundo, ya que, en el laberinto si las había conocido, y eso lo hizo reflexionar sobre el peligro que podían representar a toda su vahir.

—Vuelve, y continúen buscando. Y si encuentran algo, infórmenme, pero no lo enfrenten.

—Sí, señor Barlok.

Asintió, se colocó en pie, y antes de desaparecer hizo una firme y respetuosa reverencia.

Nadia observó a su soberano, apreciando su semblante profundo. Estaba por hablar, pero prefirió el silencio, esperando mejor por la orden siguiente que intuyó pronto sería dada.

Su atención descansaba sobre la ilusión que representaba la pantalla de su interfaz, necesitaba hombres rápidos, fuertes, y sobretodo, que supieran combatir bosque dentro, una cualidad que deseaba encontrar en al menos una veintena de su ejército. Decenas de nombres en forma escalonada aparecieron en la la ilusoria pantalla, muchos de ellos pertenecían a escuadrones ya nombrados, destacando el escuadrón de élite: Los Sabuesos, ya que poseía la mayoría de candidatos.

—Haz un plan detallado de defensa —dijo sin mirarle—, busca puntos débiles. Lo quiero antes que salga el sol.

Nadia asintió, determinada a cumplir con la encomienda, no entendía como había sido, pero entre más tiempo pasaba con su monarca, más crecía su admiración y devoción hacia él.

—Sí, señor Barlok.

Orion salió del salón de guerra acompañado por dos de sus guardianas, y su fiel servidora de cabello platinado.

—Fira, trae ante mi al comandante de Los Sabuesos, de inmediato.

—Sí, mi señor.

Se despidió con una cordial reverencia.

—Ustedes dos prepárense, porque mañana saldremos a cazar a un monstruo.

—Sí, Trela D'icaya —dijeron las dos guerreras al unísono.

Alir no contuvo la sonrisa, mientras Mujina se mostró expectante por una nueva salida con su sagrado líder.

Orion minimizó la ilusoria pantalla de la interfaz, que por tanto tiempo le había arrebatado la atención. Sus ojos, profundos como el océano se posaron en el recién llegado.

—Mi señor, el comandante de Los Sabuesos. —Fira lo presentó con sumo respeto.

El militar, hombre de batalla y asesino de tantos, se encontraba temeroso del joven sentado detrás de la mesa, no sabía que hacer, cómo reaccionar, pensó en arrodillarse, y al percatarse que era lo adecuado, lo hizo, se dejó caer sobre sus rodillas, mientras bajaba el rostro.

La hermosa asistente volvió al lugar donde creía debía estar siempre, al lado de su señor.

Orion continuó mirándole, era la tercera ocasión que lo tenía bajo su presencia, y recordaba que en las dos anteriores su comportamiento no había sido tan extremo.

—Gosen, Gosen Gosenvars —dijo Orion.

—Sí, señor Barlok —respondió con un temblor en su voz, mientras experimentaba una dulce sensación al saber que su soberano recordaba su nombre completo.

Gosen era un hombre de estatura media, su figura pasaba desapercibida en una multitud pero su mirada penetrante, como el acero, dejaba huella en aquellos que se atrevían a contemplarla. Sus ojos grandes y afilados, profundos como pozos oscuros, reflejaban una determinación inquebrantable. Su cabello era corto y castaño, enmarcando su rostro anguloso y masculino. Pero, si uno se fijaba con detenimiento, podía notar una larga cicatriz que atravesaba su mejilla izquierda, un recuerdo de su debilidad.

Su complexión, aunque delgada, revelaba una fortaleza increíble. Sus brazos largos y musculosos eran el resultado de innumerables días de entrenamiento y combate. Pero no se trataba solo de fuerza bruta, también poseía una agilidad sobrenatural y habilidades de lucha que solo se adquieren a través de años de práctica. Su tez lechosa contrastaba con el rojo intenso de sus labios, un color que siempre había estado presente desde su nacimiento. Tenía una voz gruesa y juvenil, que a menudo se mezclaba con una risa franca y contagiosa.

Ya no era un hombre joven, ya estaba en edad de tener una familia establecida, sin embargo, no había encontrado todavía a una mujer que le robara el aliento y a la que pudiera entregar su lealtad, pero sabía que algún día el destino lo beneficiaría.

—¿Quieres decirme algo? —inquirió, sin la más mínima perturbación en su expresión.

—¿Señor Barlok? —preguntó, levantando la mirada.

—Parece que no. —Se colocó en pie—. Tengo una misión para Los Sabuesos —dijo, y aquella sola frase le cambió el rostro al comandante, ayudándole a respirar con más tranquilidad—. Al alba saldrán con destino al campamento minero. Van a proteger a los antar y a mis caravanas, y limpiarán los alrededores de cualquier cosa hostil que los aceche. Puedes retirarte.

—Será mi honor cumplir, señor Barlok —dijo al levantarse, con la determinación brillando en sus ojos.

—Por cierto —agregó al verle llegar a la puerta—, hacer tu propio alcohol no infringe mis reglas, pero no usen tiempo de entrenamiento en esa tarea, porque si me entero de ello, no será un simple castigo el que conseguirán.

Gosen tragó saliva, ni su mente, ni su corazón dudó de la verdad en la advertencia dada.

—No, señor Barlok, perdónenos señor Barlok —dijo con rapidez.

—Ya, vete.

—Gracias, señor Barlok, no le defraudaremos.

Volvió a hacer un reverencia antes de desaparecer bajo el umbral de la oficina.

—¿Qué ocurre? —inquirió sin verle.

—Me gustaría acompañarlo, mi señor.

—No —se negó—, aún no estás preparada para una batalla así.

Fira agachó el rostro, no podía replicar, pues sabía que tenía razón.

—¿Cuál será mi tarea en su ausencia, mi señor?

—Asegurar que mis órdenes sean cumplidas.

Fira levantó el rostro, mirándole con desbordante alegría, no habría pensando que su soberano la tuviera en tan alta estima como para dejarla de regente en sus tierras, algo que en su trastornó su corazón, creando una ilusión en su mente de una vida al lado del joven al que era devota.

—No le decepcionaré, mi señor.

Orion asintió con calma, centrándose nuevamente en la interfaz.


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