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64.07% El diario de un Tirano / Chapter 107: El poderoso Orion

Capítulo 107: El poderoso Orion

La velocidad de Dur era monstruosa, tan pronto como creía que había reaparecido, volvía a desvanecerse, burlándose sin palabras de su desventaja. Esquivó, repitiendo la acción un par de veces más, para terminar con su jugada bloqueando las largas uñas similares a las garras que se dirigieron a su yugular.

[Corte solar]

La hoja resplandeció de rojo-amarillento, dejando la ilusión de presencia al levantarla con rapidez. Dur sonrió, escabulléndose de vuelta a las sombras. Los gritos querían confundir al joven gobernante, quién seguía con sus ojos cada pequeña fluctuación en los alrededores cada vez que <El Niño> aparecía. Volteó más de una vez, escamado del posible ataque a su punto ciego, sus ojos buscaban, pero sus sentidos eran los que realmente hacían el trabajo, esforzándose por encontrar al adversario antes de ejecutar su movimiento.

--Por aquí... no... Por aquí...

Le susurraba, jugaba con su mente, tentándolo a bajar la guardia para hacer un ataque que resultaría fallido. Quería que hiciera su movimiento, lo anhelaba, solo así el juego sería más divertido.

[Espadas danzantes]

Convocó cinco espadas ilusorias que hizo flotar alrededor suyo como un torbellino salvaje. Sonrió con frialdad al ver el error, lanzando una cuchilla punzocortante a la sombra que sabía que aparecería. No resultó como esperaba, pero la acción no fue totalmente desperdiciada.

--¡Has dañado mi cabello, maldito!

Esto no era parte del juego. --Sus ojos azules resplandecieron con intención asesina, congelando de miedo hasta al más valiente, pero no logrando el efecto en Orion, quién con una sonrisa repleta de locura le miraba.

[Refuerzo maligno]

Su túnica negra flameó por el viento invitado del suelo, acompañado por lentas ráfagas ennegrecidas que descansaron en sus brazos, para solidificarse en negros guardabrazos llameantes de una sustancia siniestra que, sin la necesidad de una orden verbal se convirtieron en dos largas cuchillas.

Esquivó las cinco espadas flotantes, llegando con toda su fuerza a impactar con una de sus cuchillas el plano de la espada, siguiendo el ataque con un corte dirigido a su cuello. Estaba furioso, su preciado cabello había sido dañado, y el causante todavía no había muerto, ya no tenía ánimos de jugar, ya no. Gritó, ejecutando otra tanda de cortes al azar, que Orion hábilmente bloqueó, solo para terminar el acto con un sonido de metal roto, al tiempo que observaba la mayor parte de la hoja de su espada caer al suelo.

Sus ojos se abrieron por la sorpresa e ingenuidad cuando su pecho fue atravesado por una cuchilla negra y un fuerte golpe en su plexo lo arrojaba de espaldas al suelo. Se levantó tan pronto como cayó, tosiendo un gargajo rojo. Vio la fría sonrisa de Dur, estallando como nunca en el nuevo mundo lo había hecho. Extrajo de su inventario una hermosa espada de hoja roja, que con su pura presencia hizo enfurecer al anormal humano.

--Ya ha probado mi sangre. Es momento que pruebe la tuya.

Había estado reacio a ocuparla, nunca deseó extraerla, y estaba seguro de que si su casi fragmentada cordura hubiera estado intacta, jamás la abría sacado, ni porque fuera su única oportunidad en una batalla perdida, pero ahora no estaba casi cuerdo, cosa que dio lugar a una inverosímil situación, él sosteniendo el arma del enemigo que más ha odiado, misma que fue ocupada para perforar su corazón.

La balanceó, el peso era perfecto, ideal para lacerar, perforar, decapitar o cualquier cosa que causara daño.

Dur no se quedó inmóvil, saltó nuevamente a la batalla, haciendo uso de sus poderosas cuchillas. Orion evitó tanto como pudo, encontrando una valiosa oportunidad en las muchas ocasiones que el anormal humano dejaba aberturas, enviando un puñetazo a su fina nariz que provocó que se tambalease, perdiendo un segundo para enfocar, momento que fue aprovechado para perforar justo debajo de su hombro.

*AAAAHHHHGGRRR.

Las cuchillas se convirtieron puños y los puños en cuchillas, que envió a impactar en el cuerpo y rostro del joven soberano.

Orion rugió, la sangre de su ceja, pómulo y cabeza lo hacía parecer una bestia, su armadura negra enrojecida le ofrecía protección, pero las fracturas recibidas advertían sobre el final de su vida útil, una noticia que no sería bien recibida por el cuerdo Orion.

Se arrojaron miradas, ambos sangraban de varias partes del cuerpo, pero, aunque se notaba el sufrimiento, la furia y locura fue mayor.

[El empalador]

[Espadas danzantes]

[Amigo de las sombras]

Ambos activaron sus habilidades, uno creando notables desastres, mientras el otro hacia lo posible para esquivar, desvaneciéndose en la nada.

[Aliento ígneo]

[El empalador]

Comenzó a agitarse, la cantidad de energía descendió como agua derramada, quedándole poco menos de un tercio.

[Corte solar]

La fugaz estela intermitente se detuvo, retrocediendo y esquivando las puntiagudas estacas que sobresalían del suelo, forzado por las llamas a desvanecerse en las sombras, pero una cuchilla punzocortante enviada a lo que parecía la nada lo devolvió a la vista, su reacción fue inmediata, prefiriendo el bloqueó a la desaparición, al ocupar sus cuchillas como escudo. Detuvo el poderoso impacto, pero no evitó la caída.

[Aliento ígneo]

Compactó las llamas en un núcleo rojo, cristalizado por la alta temperatura que comenzó a dañar la tierra y el pasto. Disparó al ver el arco en el aire del cuerpo delgado del joven, en caída sin punto de agarre. La esfera roja-amarillenta voló sin resistencia, recta y poderosa, brutal e incontrolable, llegando a su objetivo sin cambio en su poder. Dur logró bloquearla con sus cuchillas negras, pero la devastación guardada en el núcleo fue mayor a su defensa, siéndole imposible detener lo inevitable.

El llanto, los quejidos, los lamentos, todo fue callado al momento de la furiosa explosión, que levantó una cortina de polvo y humo.

Orion jadeaba con falto de aliento, gimiendo por el dolor de su cuerpo, la fatiga y el enojo, pero casi cuerdo, como su yo habitual. Su caminar por momento tambaleante llegó ante una silueta acostada, que respiraba con tanta dificultad que dolía observarlo. Envió la punta de su espada al cuello de la silueta, repleta de sangre y feas quemaduras.

--Por favor no me mates --Suplicó como un niño pequeño, con las lágrimas resbalando por su rojo rostro--, yo no quería... no quería hacerlo --Su mueca de dolor se contorsionó rápidamente en una expresión de calma y solemnidad--... Supongo que tú fuiste quién por fin me venció --Su tono era distinto, más humano y cálida--. Gracias, no hace falta ceremonia, solo mátame... No lo escuches --Volvió a su antiguo tono, frío y juguetón, y ahora suplicante--, está loco. Yo podría servirte...

*Entidad desconocida desea jurarte lealtad*

*Aceptas: SI/NO*

Le miró, dudoso, era casi imperceptible el cambio, pero podía notar la lenta recuperación de sus graves heridas, razón que le preocupaba, no quería tener a un lobo con sus ovejas, pero tampoco quería desperdiciar la oportunidad de hacerse con tal pieza de combate.

--Mátame, hazlo rápido... No lo hagas, te juro lealtad, solo a ti... Si me dejas vivo traerías desgracia a este mundo, soy la encarnación... Y una mierda lo que el débil te dice, desde siempre hemos estado encerrados, solo desea desaparecer...

--Una vez conocí a alguien como tú, un monstruo con varias personalidades. No me fío. --El movimiento fue tan rápido y certero que Dur solo detectó la espada cuando la hoja ya había perforado su pecho, su aliento perdió la fuerza, sus ojos se cerraron, cayendo en lo que parecía un sueño profundo.

El cuerno lo despertó de su momento reflexivo. Endureció el ceño, maldiciendo sin censura a todo pulmón.

--¡Mujina! ¡Mujina!

La criatura antropomorfa corrió a máxima velocidad, deteniéndose a un paso del joven gobernante.

--Mata, destruye, no me interesa, solo hazte cargo de lo que está sucediendo en la fortaleza ¡Ahora!

Mujina imitó el asentimiento, luego rugió, corriendo a cuatro patas en dirección a la fortaleza. Los islos obedecieron la orden, corriendo entusiasmados a una nueva batalla.

--Si todavía tienen las ganas de combatir, es el momento para que lo hagan --Dejó caer su mirada en todos los soldados arrodillados, quienes no se atrevieron a mirarlo por el terror que causaba--. Bien, acepto su derrota. Soldados de Tanyer, recojan las armas, y todo lo de valor de sus cuerpos, vivos y muertos. --Ordenó.

--¡Sí, Barlok!

Nadie desobedeció, habían comenzado a admirar a su señor hace mucho, por su generosidad y justicia, pero ahora también le temían, razón que no hizo sino reforzar su devoción casi loca, creyendo que en verdad estaban en presencia de un Dios reencarnado, o un verdadero Dios que descendió de los cielos para divertirse con los mortales.

--No toquen la espada de ese cuerpo --Advirtió--, fue un honorable guerrero y será enterrado con su arma --El soldado asintió, alejándose para no tentar su suerte--. Espera. Llévate el cuerpo de esa cosa al palacio. --Señaló el cuerpo del Dur.

--Sí, señor Barlok.

*Has ganado la segunda batalla contra los invasores*

*Tu rendimiento en batalla ha sido: Bueno*

*Has ganado 500 puntos de prestigio*

*Has ganado una oportunidad gratuita en el sorteo de caja sorpresa*

*Cien de tus soldados han cumplido los requisitos para ascender*

*Has completado la tarea oculta: El número no concede la victoria*

*Has ganado 200 puntos de prestigio*

*Has desbloqueado un edificio único*

*Has desbloqueado tres habilidades*

*Has subido de nivel*

*Has subido de nivel*

*Has subido de nivel*

*Has subido de nivel*

*Tu inventario ha desbloqueado dos nuevas casillas*

*Requisitos cumplidos*

*Tu trabajo: General ha subido de rango*

*Has ganado materiales únicos para la construcción de edificios y armas. Los materiales han sido enviados a tu inventario*

--Je, je, je, ja, ja, ja, ja, ja.


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Capítulo 108: El valor de la muerte

Exhaló, mirando la sólida pared de roca. Lamió sus labios, detectando el sabor a hierro de la sangre seca. Se desabrochó el peto casi destruido, devolviéndolo al inventario junto con todo su equipo defensivo. Del umbral de la entrada una dama de expresión nerviosa se aproximó, haciendo suya su exblanca camisa ahora teñida de rojo. Trató de reunir coraje al mirarlo, pero su apariencia de guerrero ensangrentado apenas si le permitía pensar con claridad.

--¿Está listo? --Preguntó, quitando por sí mismo el pantalón de cuero igualmente manchado de sangre, para luego entregárselo a la estática dama.

--Sí, señor Barlok.

--Agradezco que estés aquí para ayudarme. --Le sonrió con calidez, enfatizando su curiosa presencia. La dama devolvió la mueca, un poco más calma al seguirlo al otro cuarto.

--Por usted, señor Barlok, lo que sea. --Observó sin timidez sus blancas nalgas, que saltaban en cada paso.

El olor a hierbas inundaba la habitación, pintada con el nebuloso vapor caliente. Se dirigió a la tina de metal colocada en el rincón, sumergiéndose en ella y sintiendo como su cuerpo se relajaba.

--Esto me encanta. --Dijo, regresando a la superficie. La sangre en sus cabellos y rostro se fue diluyendo, devolviéndole el tono habitual a su piel.

La dama se acercó, tomando un paño blanco que ocupó para limpiarle el pecho, una acción llevada únicamente por su brazo izquierdo. Orion le miraba, sin malicia, ni lujuria, en su mente solo había una cosa, purificar su cuerpo de la muerte presente, y como los libros lo dictaban, el mejor ritual para llevarlo a cabo era un buen baño de hierbas. Estiró el brazo, luego el otro, sintiendo la suave caricia en sus piernas y en medio de ellas. Volvió a sumergirse, mirando en su regreso la sonrojada expresión de la dama.

--Puedes quitarte el abrigo, la habitación está cerrada, el frío no va a molestarte.

--Gracias, mi señor, pero lo prefiero así. --Respondió, exprimiendo el paño.

Sonrió, abriendo los ojos con total calma.

--Quítate el abrigo. --Ordenó.

--¿Señor?

--¡Quitátelo!

Asintió aterrada, obedeciendo con renuencia. Su fina silueta salió al descubierto, mientras se abrazaba con timidez y miedo.

Se levantó, saliendo de la tina sin mancha alguna de sangre en su cuerpo. Se acercó a ella, suprimiéndola con su pura estatura.

--Alguien intentó abrir la puerta, Idril --Dijo con calma--, pero huyó antes de conseguirlo --Dio un paso al frente, mientras ella retrocedía otro--. Pensó que podría escapar al palacio, pero mis Búhos vigilaban, y una de esas flechas consiguió herirlo. Idril ¿Por qué estás aquí? --No había agresividad en su tono, solo interés por la respuesta.

--El señor Astra mencionó que aquí lograría resguardarme de los soldados enemigos.

--¿De verdad? --Asintió repetidas veces-- Entonces --La tomó del cuello, levantándola del suelo para impactar su cuerpo contra la pared cercana. Idril dejó de proteger el decoro de su silueta, llevando sus manos a la de su soberano por la falta de aliento. Con su mano libre sujetó su vestido, desgarrándolo en un movimiento. Sus pequeños senos saltaron a la vista, intimidados por el ultraje-- ¿Esta herida como te la hiciste? --Señaló con sus ojos a la tela cuidadosamente pegada abajo de su hombro.

Calló, no aguantando las lágrimas por el furioso acto de su señor.

--No hace falta que te excuses, sé que fuiste tú, Idril. Y aunque la cólera domina mi pensamiento, así como las ganas de asesinarte, también estoy sorprendido, has sido la única que logró engañar a la interfaz con tu falsa lealtad, y eso te convierte en un espécimen de mi interés. --Alivió el agarre.

--Mi lealtad nunca fue falsa --Dijo al reunir el coraje suficiente para mirarlo a los ojos, con dificultad por el apretón en su cuello--, en verdad deseaba ayudarle a mejorar la vahir...

--Mentira --Bramó--, si fuera como dices ¿Por qué nos traicionaste?, ¿por qué favoreciste a los humanos y casi provocaste la muerte de todos en esta fortaleza? Eh, Idril ¡¿Por qué lo hiciste?!

--Por una deuda de sangre --Respondió con calma, aceptando el destino que con tanta renuencia había querido evitar--, deuda de sangre de mi fallecido complemento.

--¿Maté a alguien importante para ti? --Preguntó dudoso, ya que no recordaba haber asesinado a un Kat'o.

--Se podría interpretar, sí.

--¿Interpretar? ¿Yo lo asesiné o no?

--Lo obligó a pelear como arquero, pero él no era un guerrero.

--Entiendo --Asintió, aclarando el panel completo de la intriga que se llevó a cabo--, lamentablemente tu acto manchó su muerte, porque yo no he obligado a nadie a pelear. Si hizo lo que hizo fue porque así lo decidió.

--Usted lo obligó. --Refutó con sentimiento.

--Como quieras creerlo --La soltó. Idril cayó al suelo, postrada a cuatro patas y con una fuerte tos--, pero tu pareja, o como quieras llamarlo murió porque odiaba ser un esclavo de los humanos, todos lo odian, yo solo les doy la oportunidad de vengarse.

Siguió tosiendo, no podía oponerse a las palabras de su Barlok, pues en su interior lo sabía, pero por su obstinación e ingenuidad se dejó ensuciar la mente por las artimañas de Luciana, la madre de su pareja eterna.

--Lo siento... --Sollozó con extremo dolor.

--Tus disculpas no valen nada, si quieres mi perdón y una muerte digna, habla, dime con quienes confabulaste en mi contra.

--Con nadie --Dijo después de un largo silencio--, fue mi idea y solo yo actué.

--Sé que eso es mentira --La sujetó de la nuca, levantándola con fuerza excesiva--, y te torturaría hasta conseguir los nombres, no te dejaría escapar hasta escuchar tu último aliento, y alimentaría a los cerdos con tu cuerpo por todo lo que provocaste, pero tu vida vale mucho más que tu muerte, al menos por el momento --La arrojó de vuelta al suelo, tiempo que ocupó para vestirse con un conjunto digno de su posición, sacado del inventario--. Sígueme.

∆∆∆

Al alba, con la frescura de la madrugada y el tranquilo viento, todos y cada uno de los residentes de la vahir se encontraban presentes, los nuevos y viejos. El ejército detrás de la guardia personal y el señor de Tanyer, mientras por los flancos estaban los esclavos y los pobladores, y relegados a un extremo los soldados enemigos recientemente vencidos, amarrados, desvestidos y amenazados por cinco espadas ilusorias que flotaban arriba de sus cabezas. Todas y cada una de las miradas estaba puesta en el medio de todo, donde tres hogueras descansaban, y ahí, amarradas de pies y manos se encontraban tres personas cubiertas del rostro, semidesnudas y temblando.

--Esos malditos bastardos se merecen una muerte más horrible. --Dijo Jonsa, masajeando el vendaje de su pecho, invisible al ojo por la armadura presente.

--Siguen siendo de los nuestros --Dijo Alir, todavía con la pintura blanca de batalla en su rostro--, un poco de misericordia mostrará el buen corazón de Trela D'icaya.

--Por eso mismo, porque son de los nuestros es que deberían de morir con mucho dolor.

--Cállense --Ordenó sin tacto la capitana de la guardia personal de Orion--, o me encargaré de agravar sus heridas.

Los dos islos asintieron, recuperando la digna compostura.

Fira bostezó, guardando la mueca con sus manos para evitar la falta de respeto, mientras Lork miraba indiferente la situación. Astra se había perdido en sus pensamientos, tratando de descifrar el corazón humano, las razones sobre la toma estúpida de decisiones, así como la confianza que a veces no debía de ser conferida.

[Grito de guerra]

--Gente de Tanyer --Dijo sorpresivamente, con un tono imponente, que hizo vibrar los corazones con complicados sentimientos. Los murmullos fueron callados de forma inmediata con su única frase, volviéndose el punto de atención--, comprendo el sentimiento que rodea a cada uno de ustedes, lo entiendo, y digo con total sinceridad que igual a mí me duele. La gloria que nuestros caídos gozan para nosotros es sinónimo de dolor, de tristeza por el recuerdo que dejaron en nuestras vidas. Entiendo las lágrimas, y el odio que puedan sentir hacia mí, lo entiendo en verdad --La mayoría de las madres y esposas de los fallecidos bajaron el rostro, no logrando evitar humedecer de vuelta sus lindos ojos. Otros optaron por observar el cielo, donde el humo de los cuerpos había ido a parar, mientras que un grupo mayormente compuesto por hombres miraron al Barlok, no de forma retadora, no, sus miradas, aunque complicadas de descifrar, estaban cargadas de agradecimiento, probablemente por el honor conferido a sus hijos o parientes, por la oportunidad de reunir grandes méritos para el acceso a Los Palacios Dorados, y de permitirles morir como Kat'os, y no como esclavos de los humanos--. Pero ese odio puede causar más muertes que una espada enemiga, exactamente como ocurrió esta noche... Comprendo que me culpen, que alberguen intenciones maliciosas hacia mi persona, no los culpo --Mintió como un experto--, pero cuando esos planes resultan en la muerte de mi ejército, mi gente o mis esclavos, me enfurece, y no perdono a quien ose poner en riesgo a mi preciada gente de Tanyer, así sea mi propia gente preciada que por una idea de redención o de venganza justificada lo intenten hacer --Asintió a los tres soldados junto a las hogueras, mismos que obedecieron al quitarle las capuchas a los cautivos, que dirigieron sus rostros al pueblo al que pertenecían--. Esta noche se perdieron más de trescientas vidas, cien de las cuales no debieron pasar, pero estos malditos traidores --Los señaló con la mano derecha--, confabularon con los humanos para matarnos, guiándolos en la noche como criaturas nocturnas por la vahir, lugar que yo había prohibido para la confrontación por miedo al asesinato de las familias de mis soldados. Atacaron a los Wuar, y quemaron la casa de la familia Herther, asesinaron a más de setenta esclavos, y asaltaron la fortaleza, con un traidor dentro con la tarea de abrir la puerta y dar paso al asesinato a todos dentro --Respiró profundo, dejando un momento para la reflexión y el enojo que ahora podía observar en muchas de las caras de los pobladores--. Quiero enfatizarlo para que nunca lo olviden, dentro de la fortaleza se encontraban sus hijos, padres y parejas de vida, que hubieran muerto sino fuera por la diestra habilidad de un arquero... He sido muy bueno con todos ustedes, los liberé, les entregué mayor cantidad de comida, tela para abrigarse en invierno, conocimiento para sus hijos, seguridad por las bestias que acechan desde el bosque, y lo único que les pedí fue su absoluta lealtad, pero me abofetearon la cara, un insulto que jamás volveré a dejar pasar --Observó a los soldados de pie al lado de las hogueras--. Háganlo.

Los tres asintieron, recogiendo cada uno de ellos una antorcha encendida clavada en el suelo, para después dejarla caer a los pies de los cautivos, donde descansaba la leña. Las llamas fueron inmediatas, junto con los gritos de dolor. Los cuerpos tardaron en arder, y aunque el silencio había regresado, todos los presentes aseguraban seguir escuchando los desgarradores lamentos.

--Los cielos se abren cuando una persona de bien muere, pero cuando lo hace un traidor, los dioses escupen. --Citó como suya una frase escrita en un libro antiguo, mirando con detenimiento a los residentes de la vahir, buscando aquella expresión de odio puro, de deseos de venganza, sin embargo, no la encontró.

--¡¡Señor Orion!! --Dijeron los soldados al unísono-- ¡¡Suya es nuestra lealtad, suya es nuestra vida!! --Cayeron de rodillas, con las cabezas gachas y el puño derecho en sus pechos. El acto fue imitado por la guardia personal y gente cercana. De los pobladores fueron los islos los primeros en arrodillarse, luego los Kat'os, para finalizar con los estelaris y antars.

Orion asintió, pero el repentino relincho de caballo le arrebató su preciado momento de regocijo.


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