—¿Pasó algo?
—Lucian contuvo su ira y sus lágrimas. No quería hacerla preocupar más.
Negó con la cabeza. —No, nada está mal. Solo recordé que tengo que estar en algún lugar.
Ella asintió. —Entiendo.
No, no lo entendía. Ni él mismo podía entender.
—Volveré, esposa. —Se obligó a sí mismo a sonreír.
—Estaré esperando. —Ella devolvió la sonrisa.
Dejando atrás a Hazel, Lucian montó su caballo y cabalgó lejos. No sabía a dónde iba pero solo necesitaba un poco de aire. O tal vez mucho aire. El dolor y las lágrimas lo estaban asfixiando y sentía ganas de gritar a todo pulmón.
Una vez que se acercó a un acantilado, se detuvo y miró hacia abajo. Debajo del acantilado había un río. Lucian lo miró vacíamente durante un rato, preguntándose cómo sería si saltara. ¿El agua lavaría su dolor?