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Capítulo 4: Viento

Instantes después, con un brillante destello de partículas azules, la figura de Link emergió en el punto exacto del teletransporte de la Atalaya de Fuerte Vigía. Al instante, sus ojos recorrieron el panorama con la precisión de un guerrero siempre alerta. Lo que contempló le llenó de satisfacción.

Con una mirada rápida, captó la actividad febril a su alrededor: Karad, junto con Pay, ultimaba los detalles de varios refugios que funcionarían como enfermerías improvisadas. Habían construido camas y traído agua curativa de las termas cercanas, tanto de las volcánicas fuentes de Hebra como de las místicas termas de Taortol en la misma región. Link esbozó una sonrisa silenciosa, recordando cómo el descubrimiento de esas aguas termales había sido un verdadero hallazgo. Siguiendo la pista de unas hermanas que le hablaron de un valioso alijo de setas —su manjar favorito, en especial las trufas vivaces—, encontró unas termas ocultas en los confines de Tabanta, un lugar remoto y apartado de cualquier civilización. Desde entonces, no perdía ocasión para escaparse y sumergirse en sus aguas cálidas, donde hallaba un breve pero merecido respiro entre sus muchas hazañas.

Pero algo comenzó a llamar la atención de Link. A pesar de la aparente calma, una sensación oscura se cernía sobre ellos. El cielo de un color rojizo enfermizo, se oscurecía rápidamente, como si una tormenta estuviera a punto de estallar. Sin embargo, no era una tormenta común; la atmósfera misma parecía cargada de una maldad palpable. El aire, espeso y cargado, tenía un olor diferente, un tufo nauseabundo a descomposición, leve pero persistente, como una sombra invisible que acechaba en cada rincón.

Bajó la vista con creciente inquietud, sintiendo que algo no iba bien. Los mensajeros, normalmente un fluir ordenado de información, se agolpaban en la entrada de Fuerte Vigía, uno tras otro, con pasos apresurados y rostros tensos, como si trajeran noticias urgentes, o peores, de algo que ya había comenzado. Prunia, normalmente tan serena, salió de su laboratorio con una velocidad inusitada, su rostro marcado por una mezcla de nerviosismo y tensión, algo que Link no podía reconocer. En sus brazos descansaban pilas de pergaminos, sus ojos escaneando los documentos con rapidez, y su cuerpo se movía con una ansiedad palpable, ajena a su naturaleza.

Link, que había estado observando en silencio, comenzó a sentir cómo el nudo en su estómago se apretaba. La situación era inusual, demasiado inquietante para ser ignorada.

De repente, fue arrancado de sus pensamientos por una voz familiar que lo llamaba con una alegría que sonó artificialmente brillante:

—¡Linkyyy! —llamó Prunia, apareciendo en la puerta de su laboratorio con una sonrisa que, aunque cálida, no lograba esconder la sombra de preocupación en sus ojos. —¡Al fin llegas! Los demás ya están aquí, desayunando. ¡Eres el último en llegar!

Link la miró, buscando alguna señal que le indicara qué estaba pasando. Percibió el esfuerzo por mantener una apariencia tranquila, pero la sensación de incomodidad que irradiaba de ella era inconfundible. Prunia, siempre tan tranquila y controlada, ahora estaba claramente al límite, y eso no podía ser ignorado. Algo grave estaba ocurriendo, y ella no estaba dispuesta a hablar al respecto.

Con una ligera sonrisa, Link se rascó la nuca y trató de suavizar la situación, aunque sus palabras no lograban borrar la tensión que se sentía en el aire.

—Lo siento, me retrasé revisando los mapas con Mineru —dijo, esforzándose por sonar casual, aunque el peso de sus pensamientos seguía allí, pesando sobre él. En realidad, había estado atrapado en un momento de nostalgia, perdido en recuerdos de Zelda que lo habían mantenido anclado al pasado. Eso, sumado a su creciente ansiedad, lo había retrasado—. Quería asegurarme de que no se nos escapara ningún detalle —agregó, como si sus palabras pudieran despejar el mal presagio que lo envolvía.

El nudo en su estómago no se disipó. Algo en el tono de Prunia, algo en su postura, le decía que estaba ignorando algo crucial, algo que él no podía dejar pasar.

—¡Anda, pasa ya! Preparé crepes con miel de vigor, ¡perfectas para que os llenéis de energía antes de lo que viene! —intentó decir Prunia con una voz que pretendía ser relajada, pero la urgencia era clara en su tono. —También nos acompañan Rotver y Josha, deseando escuchar vuestras aventuras.

El énfasis en la palabra "lo que viene" cayó como una advertencia en el aire. Link asintió, sabiendo que había algo que debía esperar, algo que no iba a poder ignorar por mucho más tiempo. No quería presionar a Prunia, pero sentía que el peso de la situación estaba por desbordarse.

Al cruzar la puerta, el bullicio de la habitación lo recibió con aromas reconfortantes de desayuno, pero aún así, el sentimiento inquietante no desaparecía. Los demás estaban allí, compartiendo risas y anécdotas mientras los platos se llenaban, pero Link no podía sacudirse la sensación de que todo estaba a punto de cambiar.

—Link, amigo, ¿cómo puede ser que incluso Yona y yo hayamos llegado antes que tú? —bromeó Sidon con una sonrisa cómplice—. Debo decir que tu puntualidad necesita trabajo, pero ya sabes que te perdonamos.

Link rió junto a ellos, contagiado por la calidez de sus amigos. En ese instante, pensó que este momento, esta unión, era parte de lo que realmente hacía grande la misión que tenían por delante. Todos ellos, desde la jovial Riju hasta el incansable Yunobo, estaban allí no solo como aliados, sino como una familia elegida.

—¡Qué haría yo sin vosotros! —dijo Link, mirándolos con gratitud—. Me ayudasteis tantas veces, pero que quede claro, esta vez fui yo quien os hizo esperar… así que desayunaré rápido. Prunia sonrió satisfecha, mirándolos con un brillo en los ojos mientras disfrutaban de la comida.

Este pequeño momento, pensó Link, era un recordatorio de lo que todos querían proteger: un Hyrule donde las risas y la paz fueran la norma, y no la excepción.

Durante el desayuno, el ambiente se llenó de animadas conversaciones y risas, mientras los héroes compartían anécdotas de las increíbles hazañas vividas en los últimos meses. Cada relato parecía más asombroso que el anterior, y el compañerismo entre ellos se hacía evidente en cada palabra. Prunia, Josha y Rotver, ávidos de conocer más detalles, no pudieron resistir su curiosidad. Decididos a aprovechar la ocasión, se volvieron hacia los sabios con preguntas en mente, ansiosos por descubrir los secretos y desafíos que cada uno había enfrentado en los templos sagrados.

Sin embargo, mientras todos se sumergían en la conversación, Link se volvió hacia Prunia, notando una creciente preocupación en su rostro. Se suponía que tenían que bajar en breve; no era una visita de cortesía, sino una reunión para definir la estrategia final y partir sin demora. Pero al acercarse a ella, vio que su atención estaba completamente absorbida por la montaña de pergaminos que había visto recibir. Decidió levantarse para hablar con Prunia, no podía dejar que su amiga cargase con lo que fuera que estuviera pasando. Pero, cuando se giró para moverse, la voz de Josha interrumpió su pensamiento.

—Link, nos gustaría que nos contaras vuestras aventuras juntos. ¿Cómo os convertisteis en sabios? ¿Qué pruebas superasteis? —preguntó, claramente emocionada.

—Sí, ¡nos encantaría escuchar vuestras historias! —exclamó Rotver, quien se había acercado al escritorio y, con su libreta en mano, ya se preparaba para tomar notas. —Por supuesto, nuestro interés es 'puramente científico'.

Link miró rápidamente a Prunia, que, aunque intentaba mantener la calma, no pudo evitar frotarse la frente con cansancio. Otro mensajero llamó a la puerta, y ella, con gesto resignado, se levantó a abrir el pergamino que traía. Un suspiro escapó de sus labios, y, al mirar a Link, él pudo ver claramente la tensión acumulada en su rostro.

Prunia le hizo una señal discreta con la mano, como si le pidiera que se hiciera cargo de la situación. Link entendió al instante que algo urgente ocurría, pero que tendría que esperar el momento adecuado para enfrentarlo. Asintió con un gesto leve y volvió a dirigirse a los sabios, sabiendo que las respuestas tendrían que esperar.

—Está bien, está bien —dijo, intentando mantener la calma mientras se acomodaba en su asiento. —Pero tened en cuenta que pronto tendremos que irnos. Es posible que no tengamos mucho tiempo.

Con una sonrisa, se giró hacia los sabios.

—Bueno, ¿quién de vosotros quiere empezar? —dijo, tomando el control de la conversación. —Vosotros fuisteis los principales protagonistas, así que os toca tomar la iniciativa.

La conversación se desvió rápidamente hacia una discusión acalorada sobre quién debía contar primero. Link observó cómo, finalmente, se ponían de acuerdo a regañadientes, decidiendo hacerlo por azar. Él se permitió una sonrisa interna, sintiendo cómo esos momentos de camaradería seguían fortaleciendo la unión del grupo, aunque sabía que pronto tendrían que abandonar todo eso.

A pesar de la ligereza del momento, un peso seguía sobre él, y, en su mente, se repetían las palabras no dichas entre él y Prunia: algo importante estaba sucediendo, y la calma solo era aparente.

 

El primero en tomar la palabra fue Tureli, y con voz firme relató la épica hazaña que él y Link habían llevado a cabo al derrotar a Gelminus en el Arca Celeste.

—Como ya sabéis —comenzó Tureli, su mirada recorriendo a los presentes—, nuestra región estuvo azotada por una ventisca descomunal, aislando por completo la villa. Aún estamos recuperándonos, y, de hecho, Link nos está ayudando con las provisiones a cambio de flechas y otros materiales que le son útiles.

—¡Por Hylia! —exclamó Prunia, sorprendida—. ¡Lo que habréis sufrido! Y decidme, ¿cómo se consiguió solucionar tan terrible tormenta? Link mencionó que os visteis obligados a ascender hasta las islas más remotas del cielo, donde hallasteis un lugar mítico que hasta ahora solo existía en las leyendas…

—Exacto —continuó Tureli con los ojos brillantes y totalmente emocionado. —Todo se reveló gracias a una antigua canción popular de nuestra tierra, la 'Canción del Arca Celeste', que ha sido transmitida de generación en generación. En sus versos, Link descubrió pistas sobre el paradero del arca, y no perdimos tiempo en poner rumbo hacia ella. El viaje fue… una aventura inolvidable. Mientras yo usaba mis habilidades para impulsarlo, Link saltaba de un barco a otro, navegando sobre la ventisca como si el cielo mismo fuera su campo de batalla. ¡Fue una proeza sin igual, algo que jamás había presenciado!

—¿Y no te caíste, Linky? —preguntó Prunia con una sonrisa traviesa.

—Bueno… —dijo Link, ruborizándose ligeramente —alguna que otra vez perdí pie y tuve que retroceder unos pasos. Pero, gracias a los santuarios cercanos y a mi habilidad de teletransporte, pude regresar sin demasiados problemas. Finalmente llegamos al Arca Celeste, y creedme cuando os digo que valió la pena solo por contemplar semejante maravilla flotante.

—¡Oh! —exclamó Josha, abriendo los ojos de par en par—. He leído algo al respecto, pero jamás pensé que existiera de verdad. ¿Podrías contarnos más detalles sobre cómo es?

—¡Por supuesto! —dijo Tureli, elevándose en el aire con calma, sus alas dibujando círculos majestuosos alrededor de los presentes, mientras sus ojos centelleaban con fervor—. El Arca Celeste… es un vestigio de gloria y poder divino, flotando más allá de los confines del cielo, oculta entre nubes doradas. Es un santuario sagrado, de una perfección arquitectónica que desafía el entendimiento mortal, creado por manos que bebieron del saber eterno de las diosas.

—Sus puertas —continuó con una voz solemne y profunda—, altas y colosales, guardan secretos de una era remota. Relieves tallados cubren su superficie, donde se narran los relatos de héroes y dioses inmortales. Al cruzarlas, uno queda ante columnas descomunales, como alas que se elevan hacia el firmamento, sosteniendo arcos de oro y plata que reflejan la historia misma de Hyrule. Y allí arriba, en esas alturas sagradas, reina un silencio tan vasto y solemne que hasta el tiempo se desvanece; un lugar donde el aire parece eterno y el eco de las divinidades aún resuena.

Los presentes escuchaban en completo silencio, cautivados por la voz de Tureli, quien, en su entusiasmo místico, parecía transportar sus almas hacia ese lugar sagrado donde la historia y la leyenda se entrelazan.

Link, al ver que su amigo había terminado su épica descripción, continuó en un tono más grave:

—Una vez allí —continuó Link—, nos encontramos con Zelda… o, mejor dicho, con una de las marionetas del Rey Demonio. Ella nos guió hacia el terminal principal, el que debíamos activar para que parase la tormenta que azotaba la región de los Orni. Entre los dos, nos encargamos de buscar y desactivar los puntos clave mientras yo utilizaba mi poder para impulsar corrientes de aire y activar el sistema. Cuando el mecanismo se desbloqueó, apareció la criatura del Rey Demonio: Gelminus, un colosal monstruo en forma de gusano que controlaba potentes corrientes de aire, haciendo la batalla aún más desafiante.

—¿Y cómo lo venciste, Link? —preguntó Josha con los ojos brillantes de emoción, claramente cautivada por el relato del héroe.

—Al principio, no estaba seguro de cómo enfrentarme a él —admitió Link, su voz impregnada de solemne tensión al evocar cada instante de la batalla—. El viento me empujaba en todas direcciones, como si la misma tormenta intentara tragarme. Entonces lo vi: esos círculos de cristal que brillaban como estrellas oscuras en su cuerpo colosal. Supe al instante que ahí estaba su punto débil. Abrí mi paravela y, resistiendo cada embate de las corrientes traicioneras, comencé a atacar uno a uno, destruyéndolos en una danza mortal contra el viento.

—Imagino que no fue tan sencillo como suena, ¿verdad? —dijo Rotver, extendiéndole una taza de té caliente, sus ojos reflejando el respeto de quien escucha la historia de una gran gesta.

—Ni por un momento —respondió Link con una sonrisa tensa, apenas dejando entrever la dureza de sus recuerdos—. Cada embestida de Gelminus era como un trueno en el aire, y las corrientes cambiaban en un instante, dejándome sin equilibrio en pleno vuelo. Cada movimiento tenía que ser preciso; uno solo en falso, y habría caído al vacío. Golpe tras golpe, logré acercarme lo suficiente para atacarlo en sus puntos débiles, hasta que, finalmente, con un último impacto, cayó derrotado.

Y en el instante en que Gelminus tocó el suelo y su colosal cuerpo se desplomó, la ventisca cesó como si el propio viento hubiera exhalado un último suspiro de rendición. Las nubes se abrieron y el cielo despejado comenzó a brillar sobre nosotros, bañando la escena de un brillo divino. Fue en ese momento —añadió Link— cuando comprendimos que el poder del Arca Celeste yacía una vez más en paz.

—Y cuando al fin logramos vencerlo, cuando Gelminus cayó derrotado y el cielo volvió a calmarse —interrumpió Tureli, sus ojos iluminados por el orgullo—, ¡se presentó ante mí el espíritu de mi antepasado y me nombró Sabio del Viento! ¡Mirad mi piedra secreta!

Mientras Tureli alzaba su piedra sagrada, una suave ráfaga de aire, cálida y pacífica, envolvió a todos los presentes, como si la esencia del viento bendijera aquel momento. Link, observando a su compañero, sintió la grandeza épica de su alianza, sellada en las alturas y grabada en el firmamento eterno de las leyendas de Hyrule.

Pero, distraídos como estaban con los relatos de los sabios, muy cerca de ellos, tal vez demasiado, se encontraba el subsuelo del castillo de Hyrule. Un lugar marcado por la tragedia de la desaparición de Zelda, ahora convertido en la oscura guarida del Rey Demonio. Su presencia era una maldad tangible, que se filtraba por cada grieta, cada rendija, impregnando las entrañas de la tierra con su veneno. El aire era espeso, cargado de una energía corrosiva, y las criaturas que habitaban las profundidades gemían de terror, aterradas por la magnitud del mal que gobernaba ese lugar.

—Te has acercado... quizás demasiado —la voz del Rey Demonio resonó como un eco profundo, llenando el abismo con una amenaza que vibraba en sus paredes. Su tono, cargado de una cruel arrogancia, dejaba claro que la victoria ya era suya—. Te tengo atrapado, héroe. Mi ejército ya se encuentra en marcha, arrasando con todo lo que se cruce en su camino. Y cuando descubras lo que está sucediendo, cuando te des cuenta de que tus amigos, la ciudad que tanto amas, está siendo destruida en este mismo momento...

Una risa macabra, rebosante de locura, reverberó por todo el abismo, como una ola de oscuridad que se desbordaba sin control. Era el sonido de la desesperación misma, un símbolo palpable de cómo la oscuridad, lenta pero imparable, comenzaba a apoderarse del mundo.


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