—Lluvia después de una larga sequía.
—Encontrar a un paisano en tierra extranjera.
—Velas rojas encendidas por la noche en la cámara nupcial.
—Tener el nombre grabado en una tablilla de oro.
Estas eran las cuatro grandes alegrías de la vida y Tang Yuqin había tenido el placer de experimentar las dos primeras antes de esta noche. Creciendo en tierras de cultivo cuando era niño, había tenido la suerte de no haber tenido que vivir lo peor de las sequías como lo habían hecho sus antepasados. Pero podía recordar el desastre de hace una década que se había llevado la vida de su frágil hermanita. Su única hermana, ahora eternamente inmortalizada en sus recuerdos como una niña que apenas le llegaba a las rodillas. Si cerraba los ojos, todavía podía ver cómo la hambruna que había seguido luego de meses de sol implacable había grabado lentamente la desnutrición en los cuerpos de sus seres queridos.