Siroos se congeló entre sus piernas, sus labios cubiertos con sus jugos mientras levantaba la cabeza. Sus ojos brillaban como un vino de tono dorado, su hombre parpadeó y preguntó estúpidamente.
—¿De verdad? —preguntó.
Cassandra no quería reírse pero no pudo contenerse ante la adorable y atónita expresión de cachorro que él le estaba mostrando. Se sentó y agarró su cara con sus suaves manos.
—Sí, ¿es tan difícil de creer? —Las puntas de sus pulgares barrieron bajo la suave piel de sus ojos.
Él lentamente sacudió la cabeza, sus labios tirando para traer una sonrisa significativa.
—Sabes cuánto deseaba escuchar esas palabras de tus labios. Esperaba que un día tú también te enamoraras de mí. Pero después de ese desafortunado incidente, había perdido la esperanza.
El pulgar de Cassandra resbaló hacia sus labios mojados, y lo presionó en el centro, callándolo.