El alivio le recorrió como un elixir de confort y fue directo a su ligeramente errático corazón.
La pregunta innombrable había estado matándolo silenciosamente, la idea de alguien causándole dolor era destructiva para su existencia.
Solo podía asentir mientras cuidaba de los varios moretones en sus muslos.
Eso no significaba que a él le doliera menos que su cuerpo estuviera en un estado desgarrado.
Finalmente, Siroos se obligó a hablar.
—Juro que la próxima vez que nos enfrentemos a él, no lo perdonaré. ¿Lo conoces del pasado? —preguntó Siroos, continuando tiernamente con su tarea de aplicar bálsamo a sus muslos y piernas.
Cassandra suspiró profundamente, sus ojos se quemaban mientras los recuerdos de Kalthian volvían en abundancia. Siempre le había desagradado, pero ahora era el hombre que más odiaba.
Engreído y egocéntrico eran las palabras que siempre usaba para describirlo.