Cassandra parpadeó hacia él con temor, inmóvil. Estaba congelada de nuevo, sin querer ser tocada por sus frías manos inertes o por esos tentáculos suyos que le exprimían la energía y la felicidad.
Su garganta estaba ronca de gritar pidiendo ayuda cada vez que él no estaba en la habitación, pero nadie venía excepto Aiko para calmarla. Solo podía suponer que la mantenía en algún lugar aislado.
—No me obligues, Princesa Cassandra. Solo voy a limpiarte por ahora. —Su voz oscura aumentaba su ansiedad.
Ya había puesto sus manos sobre su carne y ahora deseaba arrebatar cualquier dignidad que le quedara.
No había sido tocada por un hombre así excepto Siroos y no quería serlo.
—Puedo limpiarme yo misma, por favor —añadió la última palabra de mala gana, esperando que hubiera algo de raciocinio en el cerebro de este vampiro.
Él simplemente sacudió la cabeza, su cabello oscuro ocultando sus rasgos afilados y acariciando sus pómulos pronunciados.