—¡Ummm! —murmuró él, sus labios ya rastreando la protuberante vena en su cuello mientras sus manos se entrelazaban con las de ella, presionándolas contra la madera dura de la puerta.
—¡E–espera! —tartamudeó ella—; su corazón había comenzado un esprint y su cuerpo había empezado a calentarse como si él la estuviera hirviendo en un caldero.
—¿Por qué? Quiero mostrar mi aprecio por lo bien que mi compañera ha manejado el día de hoy —Siroos se detuvo y la miró fijamente, con los ojos bajos, las largas pestañas aleteando hacia ella.
—Yo… —Cassandra no podía entender cómo decirle que no estaba en condiciones de repetir lo que habían hecho ayer.
Viendo su vacilación y su pérdida de palabras, Siroos dejó escapar una risa ronca, la voz resonando alrededor de ella como una nota musical aguda.
—¿Todavía estás adolorida, verdad? —anunció él con desenfado.
Su rostro entero se escaldó por sus palabras traviesas y se retorció en su agarre con molestia subiendo por su cara.