Inclinándose cerca de la orilla del oasis, Cassandra recogió algo de agua cristalina en sus manos y se acercó al lugar donde habían plantado la semilla del Árbol Sensifa.
Siroos vino por detrás de ella y puso sus grandes manos debajo de las más pequeñas de Cassandra. Su cuerpo entero se estremeció por el efecto, los cambios biológicos que estaban ocurriendo la habían tornado extremadamente volátil. Odiaba el hecho de que el efecto de su toque se había amplificado.
Inclinó sus manos hacia adelante para que el agua cayera en el suelo nivelado con marcas de piedras redondas para indicar la posición exacta.
—Brote pronto, pequeño —Cassandra habló en un susurro.
La naturaleza la intrigaba, especialmente los árboles. Eran sus favoritos, ya que nutrían tanta vida. Eran como los pulmones de su mundo.
—¿Te gustan las plantas? Podemos cultivar más aquí si lo deseas —preguntó Siroos, viéndola intrigada.