Robert estaba sentado en su nueva y lujosa oficina, observando a través de las ventanas que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. El brillo de los edificios y las luces lejanas parecían burlarse de su situación. Todo a su alrededor, desde los muebles caros hasta los ordenadores de alta gama, seguía recordándole el fracaso que nunca llegaba. No importaba cuánto intentara perder dinero, el destino siempre encontraba una forma de convertir sus esfuerzos en éxitos.
Fue entonces cuando una idea lo golpeó. "Plantas", murmuró para sí mismo. "Faltan plantas aquí." Si podía justificar la contratación de más personal para algo tan banal como el cuidado de plantas, podría empezar a gastar más. Además, el sistema parecía valorar la **reputación**, lo que le ofrecía una excelente excusa para elevar los salarios de manera absurda sin levantar sospechas.
Sin perder tiempo, llamó a **Amanda** a su oficina. La eficiente asistente entró con su habitual sonrisa profesional, siempre lista para cumplir con las demandas de Robert.
"Quiero que contrates a un jardinero para cuidar plantas en la oficina", le dijo Robert con tono firme. "Y asegúrate de pagarle un poco más que el promedio. Queremos mantener una buena reputación, ¿entiendes?"
Amanda tomó notas sin cuestionar la lógica detrás de la petición. "Por supuesto, señor Robert. Me encargaré de encontrar a alguien lo antes posible."
Contento con su idea, Robert se relajó en su silla, pero no por mucho tiempo. Había algo más en su mente. El sistema lo tenía atrapado en esta espiral de éxito, y él necesitaba formas más creativas de gastar dinero sin ganar nada a cambio. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en **Carlos**, quien seguía trabajando diligentemente desde su escritorio, completamente ajeno a las verdaderas intenciones de su jefe.
"¡Carlos!" exclamó Robert, y el joven levantó la cabeza rápidamente. "He decidido que necesitas aprender más sobre videojuegos. Así que, a partir de ahora, tu trabajo será... jugar."
Carlos lo miró confundido, pero no tardó en reaccionar con entusiasmo. "¿Jugar videojuegos?" preguntó, incrédulo.
"Así es", respondió Robert, tratando de sonar convincente. "La empresa cubrirá todos los costos. Compra los juegos que quieras y dedícate a aprender de ellos. Quiero que entiendas cómo funcionan los videojuegos para mejorar nuestro futuro en la industria."
Carlos, que ya tenía a Robert en un pedestal, sonrió ampliamente, pensando que su jefe era un visionario. "Claro, señor Robert. ¡Haré lo que sea necesario!"
Mientras Carlos se sumergía en el mundo de los videojuegos, Robert sentía que, al fin, las cosas empezaban a moverse en la dirección correcta. Si lograba que Carlos pasara todo el día jugando en lugar de trabajar, sería dinero bien gastado. Pero sabía que eso no era suficiente. Necesitaba más empleados, más gente que pudiera absorber los recursos de la empresa sin generar ganancias.
Por eso, llamó de nuevo a Amanda. "Necesitamos más gente en la empresa", le dijo. "Quiero que empieces a buscar empleados. Pero quiero que los candidatos sean seleccionados con mucho cuidado."
Amanda se fue, eficiente como siempre, y regresó al cabo de unos días con una lista de potenciales empleados. Sin embargo, mientras Robert revisaba los perfiles, sentía una creciente frustración. **Demasiado trabajadores. Demasiado motivados.** La idea de contratar a gente con tanta pasión le producía una especie de ansiedad; después de todo, él no quería personas que hicieran bien su trabajo. Quería gente que lo hiciera mal o, mejor aún, que no hiciera nada.
"No me gusta ninguno", dijo finalmente, devolviendo la lista a Amanda. "Demasiado... eficientes."
Amanda parpadeó, un poco desconcertada, pero no dijo nada. Simplemente asintió y volvió a trabajar en la búsqueda de candidatos. Mientras tanto, Robert seguía meditando sobre cómo podía conseguir empleados que realmente lo ayudaran a hundir su empresa en el fracaso.
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Después de una larga jornada tratando de descartar candidatos demasiado eficientes, Robert decidió que necesitaba ser más proactivo en su búsqueda de empleados inadecuados. Se sentó frente a su ordenador, abrió varias plataformas de empleo y comenzó a publicar ofertas. Las descripciones eran vagas y poco inspiradoras. **"Buscamos personal sin necesidad de experiencia. Trabajo flexible, gran ambiente de trabajo, sueldos competitivos."** No esperaba que las ofertas fueran populares, pero sabía que eventualmente alguien se interesaría.
Una vez publicadas las ofertas, fijó las entrevistas para el día siguiente, esperando que al menos uno de los candidatos cumpliera con su objetivo: ser ineficiente y costoso. Satisfecho con su plan, se levantó de su escritorio con una sonrisa en el rostro.
"Es hora de avanzar en mi siguiente estrategia", murmuró para sí mismo mientras recogía su chaqueta. Si bien el sistema no le permitía comprar cosas personales como un coche o un apartamento, podía alquilarlos para mantener una buena imagen, algo que sabía que el sistema valoraba.
Se dirigió al concesionario de coches y, tras unos minutos de deliberación, optó por un modelo no muy ostentoso pero elegante: **un Audi A4** de color gris oscuro. No era de alta gama, pero tenía una presencia imponente, con líneas definidas y un interior sofisticado. "Suficientemente caro para que el sistema lo acepte", pensó mientras firmaba los documentos del alquiler. No le hacía ilusión tener que conducirlo, pero sabía que cada euro gastado en alquiler de vehículos era un paso más hacia su objetivo.
Después del coche, su siguiente parada fue buscar un **apartamento lujoso**. Necesitaba un lugar que reflejara una imagen de éxito para mantener a flote la reputación de su empresa, pero también un lugar que le costara una fortuna. Encontró un apartamento en el centro de la ciudad, en uno de los edificios más exclusivos. **El apartamento tenía ventanales de piso a techo**, con una vista panorámica de las luces de la ciudad, suelos de mármol y muebles de diseño minimalista pero extremadamente caros. Todo en ese espacio irradiaba lujo. Era el tipo de lugar en el que Robert sabía que nunca se sentiría cómodo, pero justamente eso lo hacía perfecto para su plan.
Firmó el contrato de alquiler sin pensarlo dos veces, y cuando se dirigió al ascensor, sintió por primera vez en semanas que las cosas estaban yendo en la dirección correcta. El sistema no podía negarle esos gastos, ya que estaba manteniendo una buena imagen para la empresa.
Al llegar al coche, se sentó en el asiento del conductor, arrancó el motor y, con una sonrisa, miró la interfaz en su móvil.
**Por fin**, pensó, **el saldo está bajando.**
Observaba la cifra en la pantalla con satisfacción. Aunque las ganancias seguían llegando gracias a las ventas continuas de **Horrible Threads**, los nuevos gastos del coche, el apartamento y las futuras contrataciones empezaban a mermar sus fondos.
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**Gastos recientes:**
- **Alquiler del Audi A4**: 1,000 euros al mes.
- **Alquiler del apartamento**: 6,000 euros al mes.
**Saldo restante después de estos gastos**: **49,758 euros**.
Robert respiró hondo, disfrutando del momento. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía una oportunidad de hacer que las cosas fueran mal. Se reclinó en el asiento del coche y, con una mezcla de alivio y anticipación, aceleró, listo para enfrentar otro día de entrevistas sin tener la menor intención de contratar a alguien realmente eficiente.
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Robert había salido del apartamento y conducido de vuelta a la oficina. Mientras paseaba por la calle, reflexionando sobre su nueva estrategia para perder dinero, algo llamó su atención: un **bar gaming** justo al lado de su edificio de oficinas. A través de las ventanas, pudo ver a varios jóvenes absortos en sus pantallas, jugando a diversos videojuegos mientras los sonidos digitales llenaban el aire.
Cuando entró, lo primero que oyó fue al camarero quejarse en voz baja con uno de los clientes.
"¡Ese tipo nunca se va!", murmuró el camarero. "Huele fatal, seguro que no se ha duchado en días... se la pasa jugando aquí todo el día."
Robert, intrigado, miró hacia la esquina del bar, donde un chico encorvado sobre la pantalla jugaba de manera obsesiva. **Claudio** era su nombre, según escuchó en las quejas. Estaba jugando a **World of Warcraft**, uno de los juegos más populares de 2005. Era evidente que Claudio no se preocupaba por el mundo exterior. Sus ropas estaban desaliñadas, y su aspecto denotaba que no había visto una ducha en bastante tiempo. Mientras sus dedos volaban sobre el teclado, el mundo real parecía desvanecerse para él.
Robert no pudo evitar sonreír. **"Por fin,"** pensó. **"Alguien que va a darme beneficio y me ayudará a perder dinero."** Claudio era justo lo que estaba buscando: alguien sin ambición, sin ganas de mejorar, que podía ser el empleado perfecto para perder el tiempo en la empresa. Robert sabía que Claudio no sería eficiente, y eso era exactamente lo que necesitaba.
Mientras Claudio seguía jugando, sumergido en su propio mundo de fantasía, Robert lo observaba como si hubiera encontrado un tesoro. No le importaba que Claudio hubiera dejado de estudiar ni que viviera decepcionando a sus padres. Todo lo que veía era una oportunidad de perder dinero de manera gloriosa.
Con una sonrisa, Robert se acercó a Claudio y le dio una palmadita en el hombro. Claudio se sobresaltó y miró a Robert con desconfianza.
"¿Quieres trabajo?" le preguntó Robert con una voz suave, casi como si estuviera ofreciéndole una salida a su situación.
Claudio frunció el ceño. "¿Un trabajo?" pensó, sintiéndose inmediatamente a la defensiva. "Este tipo debe ser un estafador." Se inclinó hacia atrás en su silla, intentando ignorar a Robert. "No, gracias", respondió secamente, volviendo su atención al juego.
Robert, sin inmutarse, sonrió aún más. Sabía que Claudio necesitaba un incentivo. "¿Y si te doy 100 euros y vienes al menos a ver la oficina?" continuó. "Podrás jugar todo el tiempo que quieras. Solo tendrás que probar los juegos y testearlos. Nada más. Imagínalo: todo el día jugando, sin ninguna presión. ¿Qué me dices?"
Claudio tragó saliva. La oferta sonaba casi irreal. **¿Jugar todo el día y encima le pagarían por ello?** Aunque sentía que algo debía estar mal, la tentación de escapar de la realidad y pasar aún más tiempo en los juegos era irresistible. Se veía a sí mismo sentado frente a una pantalla en una oficina cómoda, mientras el resto del mundo quedaba fuera.
Después de un largo silencio, Claudio miró a Robert y, con un suspiro, aceptó. "Está bien... pero solo para ver la oficina", dijo con desconfianza.
Robert sonrió, sabiendo que ya había ganado la batalla. "Perfecto", respondió, como si hubiera sellado un trato con el diablo.
Mientras se alejaban del bar, Claudio no podía evitar preguntarse: **"¿Qué es lo peor que podría pasar?"**