Dora se sintió avergonzada y de repente se volvió más consciente de sí misma. Cerró las piernas y se abrazó a sí misma.
—¿Qué- qué estás mirando?
—Tu cuerpo, por supuesto, y además tienes un buen cuerpo —guiñó un ojo.
Ella se sonrojó, sorprendida de sonrojarse por un comentario tan lascivo.
—¡Mira para otro lado!
Él arqueó las cejas. —¿Por qué? Eres una ella loba, así que no es nada nuevo —se encogió de hombros—. ¿Acaso eres una princesa?
Ella parpadeó. —Lo dudo —negó con la cabeza.
—Hmm, ¿estás segura? Parece que tuviste un gran Licano como padre.
Ella rodó los ojos. —Ni siquiera sé quién es mi padre —suspiró y luego recordó que todavía estaba desnuda.
—¡¿Por qué me estás mirando?!
—¿Qué? Solo disfruto la vista, es bastante agradable —guiñó el ojo de nuevo.
—¡Para! —dijo un poco sin aliento.
Él rodó los ojos. —Está bien, está bien, ve a vestirte —miró hacia otro lado.