—¡Roxana! —Alejandro vino corriendo tras ella.
—¿Por qué no te vas a pescar, Su Majestad? Eso debe ser más divertido. —Ella echó su cabello hacia atrás, algo que hacía cuando quería mostrar confianza femenina.
—¿Y luego qué?
—Nada —dijo ella.
—Seguramente es más divertido que nada —bromeó él—. Pero quiero quedarme a tu lado. Necesito protección. Tú eres mi guardia. ¿Recuerdas?
—Aquí no hay ninguna amenaza —dijo ella.
—¿Estás segura? Parecía que había muchas amenazas justo ahora. Pensé que por eso habías salido.
Ella respiró hondo para mantener la calma. —Ahora me estás molestando —señaló a la molestia que no se aliviaba ni un poco. No sabía qué le estaba pasando.
—No puedo evitarlo. Me gusta tu posesividad.
¿Eh? Se volvió hacia él con los ojos muy abiertos. —¿Pose–posesiva? ¿Quién? Yo no soy posesiva.
Él sonríe divertido mientras llegaban al barco.
—¿Celosa entonces? —levantó una ceja él.
Ella resopló. —¿Celosa? ¿Yo? Ni siquiera sé lo que eso significa, Su Majestad.