Se limpió los que estaban en sus labios y luego llevó su pulgar a la boca y lo chupó mientras la miraba con los ojos entrecerrados. Sus pensamientos se fueron al desagüe. Esos labios tan carnosos y pucheros le hicieron pensar en cómo sabrían si los cortaba con sus colmillos. Tiraría de sus labios, los lamería y sumergiría su lengua en su interior, explorando cada parte de su boca. Arrugaría su vestido y deslizaría sus dedos entre sus muslos y luego
Tania jadeó mientras la incomodidad revoloteaba en su pecho. —¿Podemos irnos ya, Su Alteza? —suplicó.
Y sus pensamientos quedaron interrumpidos. Un gemido mezclado con una maldición escapó de sus labios. Asintió con reluctancia mientras tomaba su mano y la arrastraba hacia la puerta.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella escandalizada, mirando sus manos unidas.