—Tal vez puedas enseñarme cómo amar... oh ooo... —empezó a cantar en cuanto bajó del coche.
—¡Marissa, espera! —Ni siquiera le dio la oportunidad de abrirle la puerta.
—Puedo abrir mi maldita puerta. Jeje... —dio una vueltita y luego intentó mover el trasero—, Tal vez puedas enseñarme cómo amar, tal vez... Estoy pasando por el mono... tal vez puedas enseñarme...
Se tambaleó un poco y estaba a punto de caer cuando dos fuertes brazos la rodearon por la cintura de inmediato.
—Querido y viejo Rafael. Siempre puntual. ¡Como un superhéroe! —hablaba tan alto que Rafael estaba seguro de que el vecindario podía escuchar su anuncio.
—Dame tu bolso, cariño —extendió su palma frente a sus ojos. Marissa, que se apoyaba en su cuerpo firme, arrugó la nariz.
—¿Mi bolso? ¡No! Ve a conseguir tu propio dinero. Jaja. Es mío —se partía de la risa.
—¡Marissa! —Rafael rodó los ojos—, Necesito las llaves de la puerta. Vamos, cariño.