El crujido de las diminutas piedrecillas resonaba bajo sus pies, sorprendiéndolos momentáneamente por la gran cantidad de rocas tan pequeñas como migajas de pan esparcidas por el suelo.
Aunque apenas perceptibles a simple vista, al pisarlas todas juntas producían un sonido, a veces irritante, que dependía del pie que las pisara, la calidad del calzado e incluso los gustos personales de cada individuo.
Algunos disfrutaban de ese sonido, mientras que otros apenas toleraban la sensación de las piedras clavándose en la suela de sus zapatos.
Sin embargo, a pesar de caminar sobre la tierra suelta, sus mentes estaban totalmente absorbidas por lo que se presentaba ante sus ojos.
Siguiendo los pasos lentos de la anciana con su bastón, fueron guiados a través de túneles estrechos y anchos, mientras ella abría y cerraba puertas a su antojo, como si las paredes obedecieran sus gestos.
Quedaron asombrados cuando, al llegar a su destino y seguir los pasos de la anciana, se encontraron frente a un campo subterráneo lleno de hombres, similares a los que los habían recibido al despertar.
Siguiendo un camino pavimentado similar al cemento, bastó con mirar a su izquierda para maravillarse con la creatividad de aquella gente.
El pasillo por el que habían pasado se extendía hasta que un poco más de luz penetraba en él. Sin embargo, a su derecha, la pared seguía intacta, como debería ser.
Pero, en cambio, el techo de piedra se elevaba tan alto que era casi imposible distinguir su altura.
A su izquierda, sin ningún tipo de barandilla que separara la gran altura en la que se encontraban del suelo que se extendía mucho más abajo, se encontraba una sala bastante espaciosa. No había ningún tipo de decoración, siendo idéntica a todos los pasillos que habían atravesado hasta entonces.
Sin embargo, esta sala estaba iluminada por la luz del sol de la mañana, que se filtraba a través de unos agujeros meticulosamente construidos en el techo, en una zona de altura peculiar.
La disposición de estos agujeros era extraña, como si estuvieran dispuestos en las paredes de una habitación cuadrada en lo alto del techo. La peculiaridad del diseño no pasó desapercibida para ninguno de ellos.
— ¿Qué es eso? — Preguntó Lee, sin poder contener su curiosidad. —
— Es evidente que aquí no hay electricidad. Nosotros nos confiamos en la naturaleza. — Respondió la mujer, deteniéndose para que todos pudieran observar el espectáculo que se desarrollaba debajo de ellos. — Hemos ocultado cuidadosamente los orificios por los que entra la luz del sol y la luna. Tienen formas inusuales porque los hemos camuflado con la naturaleza exterior.
— ¿Y eso? ¿Qué están haciendo?
Intrigados por la pregunta de ChouChou, algunos de ellos se acercaron al borde del suelo. La ausencia de una barandilla les permitía tener una vista clara del escenario debajo, sin necesidad de acercarse demasiado.
Lo que veían no era nada fuera de lo común para ellos, pero la forma en que se llevaban a cabo las actividades era inusual.
En el suelo, había numerosos hombres vestidos de manera similar a los de la cueva en la que habían llegado. Aunque llamar "vestimentas" a lo que llevaban puestos era un término generoso para ChouChou, quien no encontraba las palabras adecuadas para describirlo en ese momento.
Todos llevaban paños enrollados alrededor de sus cabezas, dejando solo un pequeño espacio para sus ojos, y paños similares alrededor de sus cinturas.
Había alrededor de treinta hombres en total, aunque no ocupaban toda la sala. Se organizaban en filas de cinco, todos realizando los mismos movimientos: golpeando en el aire, dando volteretas al saltar.
Derecha, izquierda, salto y voltereta. Luego, uno o dos golpes, seguidos de un puño en reposo junto al pecho, y terminaban con una voltereta hacia atrás.
En ciertos momentos, realizaron poses estáticas que no quedaban claras para ellos. Algunas parecían más meditativas, con movimientos tan lentos que apenas eran perceptibles a simple vista.
Los movimientos eran precisos y sincronizados, como una coreografía perfeccionada a lo largo de los años, acumulando la energía que el sol les proporcionaba en sus corazones.
A pesar de que un hombre parecía liderar el entrenamiento, nadie parecía seguirlo; más bien, todos estaban en perfecta sincronía entre sí.
— El poder del Chakra es inconmensurable. — Declaró la anciana, trayendo a todos de vuelta a la realidad. —
El cálido ambiente que los rodeaba se desvaneció mientras la mujer se acercaba por detrás de Boruto, quien se volvió para mirarla. Aunque la diferencia de altura entre ambos era mínima, su presencia imponente no pasaba desapercibida.
— Lamentablemente, ese poder les ha sido negado a ustedes. — Continuó la anciana, explicando su razón para llevarlos a la Base. — Pero aquí podrán entender un poco del poder que este mundo oculta.
— ¿Poder? — Preguntó Boruto, frunciendo levemente el ceño. —
Su interrogante no pasó desapercibido para la anciana, quien los instó a seguir adelante con un gesto de la mano.
— No es el mismo nivel que alcanzaron con esfuerzo. — Continuó la anciana. — Pero les será de gran ayuda contar con algo de sabiduría. De esa manera, podrán comprender un poco más el mundo en el que se encuentran.
Las palabras de la anciana seguían siendo un enigma para los niños. Se miraron entre sí, preguntándose qué significaba exactamente ese "poder" al que ella se refería, y por qué no deberían usar su propio Chakra.
La confusión los envolvía mientras los sonidos de los hombres se desvanecían a medida que avanzaban por los pasillos de piedra y tierra.
Finalmente, Hoki reunió el valor para plantear la pregunta que todos tenían en mente. Aunque sabían que la respuesta ya había sido dada, sentían que la forma en que la anciana respondía era como leer un poema en un idioma extranjero.
No solo era difícil de entender para ellos, sino que tenía un contexto único y hermoso que incluso los residentes del país de origen de la anciana podrían no comprender completamente.
— El tiempo es siempre muy incomprendido. — Comenzó la anciana, como si estuviera dando un ejemplo cotidiano a los niños. Sin embargo, no parecía darse cuenta de las expresiones claramente confusas en sus rostros. — ¿No has experimentado cuando dices 'Voy en cinco minutos', pero en realidad te tomas más tiempo del previsto? — Continuó. — Ya sea que tardes más o menos, seguirás diciendo que fueron cinco minutos. Es como si estuvieras intentando manipular el tiempo de una manera débil y no destructiva.
— ¿Y qué tiene eso que ver con el Chakra?
— Tu presencia misma está atrapada en tu tiempo. Incluso cuando estás resguardado en este, sufres sus consecuencias. — Explicó la anciana. — Imagina que tienes un cofre en tus manos, y dentro de él guardas algo preciado. Lo cierras con cadenas y lo lanzas al fondo del mar. ¿Qué crees que pasaría?
— ¿Qué crees que sucedería en el transcurso de los eventos? — Corrigió la anciana. —
— ¿Transcurso? — Hoki pensó para sí mismo. Las miradas de sus compañeros lo alentaban, ya que de él dependía dar una respuesta satisfactoria a la anciana. — Bueno, primero el interior del cofre se iría hundiendo poco a poco, ¿no es así?
— Entonces, ¿Qué crees que pasaría?
— ... — Hoki se quedó mirando al vacío, mientras las palabras fluían de su imaginación. — Si el cofre está bien protegido, lo que contiene se mantendría seguro. Pero... eso solo sería temporal.
— ¿Hm? — El pequeño gemido pícaro de la mujer fue recibido como una aceptación. Por lo tanto, como había dado a entender, iba a proporcionar una respuesta más clara, lo que tranquilizó a sus amigos. — Su Chakra está bien... por ahora. Pueden sentir una sensación de ahogo si lo gastan todo. Sean inteligentes y recurran a otros métodos. Su Chakra no lo resistirá y se agotará. Y si eso sucede...
Un incómodo silencio se prolongó por unos segundos, con solo el sonido de sus pasos sobre las piedrecitas rompiéndolo. La mujer apretaba el báculo en su mano, evidenciando su incomodidad.
— Bueno, es mejor no descubrirlo. — Dijo finalmente, su mirada desviándose hacia los rostros oscuros de los niños, notando el estado de sus ropas con un pinchazo en su pecho. Su vista se prolongó antes de decidir continuar. — Les aseguro que en cuanto Mirai regrese de la inspección, les será mucho más fácil atender sus necesidades sin utilizar el Chakra.
— Hai. —Asintió el castaño. — Agradezco su respuesta.
Ella no necesitó responder para aceptar el agradecimiento.
En el largo camino, la anciana ignoró la insistente mirada que la seguía. Era una mirada muy especial, cuyo significado comprendía perfectamente. Podía sentir cómo penetraba en su nuca como la punta de un arma afilada.
— Aún no es tu momento. — Se recordó a sí misma en silencio, manteniendo la discreción para no dejar que sus emociones se reflejaran en su rostro. — Déjala que descubra su propio camino. Después podrás hacer lo mismo con el tuyo.
— Aquí está la sala principal — Anunció la mujer, su voz resonando a través de las paredes de la inmensa estancia de piedra, desde el suelo hasta el techo. —
Se apartó hacia un lado para darles a los niños más espacio y permitirles adentrarse en grupo.
Uno a uno, los niños exploraron la sala con sus propios ojos. A simple vista, la sala no difería mucho de las anteriores. La única distinción era la ausencia de un segundo piso desde el cual observar desde arriba.
Al inspeccionar detenidamente la enorme sala, se volvió evidente por qué la mujer la llamaba "sala principal". Era como la sala de un castillo: grande y vacía. Sin embargo, frente a ellos, se encontraban varias puertas separadas, cuyo destino desconocían.
No les pareció divertido concluir que al entrar por esas puertas, serían conducidos a más pasillos tipo hormiguero, complicando aún más la navegación si no conocías el lugar como la palma de tu mano.
Los jóvenes ninjas se permitieron separarse un poco entre ellos, ya que habían entablado confianza con la mujer y no sentían la necesidad de vigilar constantemente sus espaldas.
Al explorar el lugar por sí mismos, quedaron impresionados.
— ¿Cómo es posible que esto exista debajo de la tierra? — Exclamó Boruto, sorprendido. Se volvió hacia la anciana con los ojos bien abiertos, recuperándose del impacto. — ¡¿Cómo puede ser...?! ¿Ha estado esto debajo del desierto todo este tiempo?
— No estoy seguro de si todavía existe algo así en tu hogar, pero...
— ¿Cuánto tiempo les llevó construir todo esto? ¿Y cómo lo hicieron? — Boruto continuó con su serie de preguntas, aunque sus ánimos eran más calmados que la noche anterior. —
— Parece ser un refugio. — Comentó Tsubaki, con la mano reposando en la empuñadura de su katana. Observaba su entorno con fascinación mientras caminaba junto a los demás. — No se trata solo de esto; Es todo lo que hemos visto hasta ahora.
— Es enorme. — Murmuró Namida en voz baja, tratando de esconderse detrás de sus manos. — Si el techo está tan alto... entonces, estamos muy por debajo del suelo...
Los jóvenes ninjas del futuro no tardaron en expresar su asombro por la fortuna de haber encontrado aquel lugar. La anciana los observaba en silencio, con solo la atención del Uzumaki a su disposición.
Boruto mostraba las palmas hacia arriba, como si estuviera pidiendo que la anciana le entregara la respuesta en sus manos. Su expresión era seria y determinada, aunque algo quebrada.
Al ver que los demás continuaban explorando por su cuenta, la anciana decidió proporcionarle una respuesta al rubio:
— Aunque no lo parezca, mi edad me ha permitido levantar estos muros. — Le dijo. — Pero no confíes ciegamente en mi habilidad, muchacho. — El consejo hizo que Boruto levantara una ceja, confundido. La anciana se apoyaba en su báculo, dando la impresión de que no podía mantenerse en pie por sí sola. — Los ancianos somos sabios, pero, así como hay niños inteligentes, también hay adultos olvidadizos.
— Entonces... — Comenzó a preguntar Boruto. — ¿No recuerda cómo lo hizo?
En medio del tenso silencio, la anciana pareció ser sacada de su ensimismamiento.
— ¿Eres idiota acaso? ¡¿Cómo no voy a recordarlo?! ¡Si fui yo quien lo construyó!
— ¡Gh...! ¡Entonces...! ¡¿A qué vino eso...?!
Antes de que pudieran continuar, una presencia ajena se interpuso en su conversación.
Era Doushu, uno de los miembros del equipo de Ibiki. La anciana sabía por Mirai que Doushu no había tenido un viaje fácil hasta allí, lo que le ganó parte de su atención.
— Hm. — Exhaló ella, provocando una leve expresión de incomodidad en el rostro del joven. —¿Qué ocurre? ¿Te sientes mal?
— ¿Eh? ¡Ah...! ¡No! — Se apresuró en negar Doushu. — ¡Me encuentro bien!
— Es solo que... quería preguntar cuál es el objetivo de venir hasta aquí.
— Es verdad. — Asintió. — Es obvio que permanecer aquí conmigo es mucho más seguro que en el exterior. Por lo tanto, creo que es un buen momento para retomar lo que dejamos pendiente.
La anciana, con una serenidad imperturbable, notó la expresión de Boruto al mencionar la posibilidad de continuar el entrenamiento que habían dejado inconcluso la noche anterior. Con determinación en sus ojos cerrados, asintió levemente.
— Tu decisión en esta etapa tan avanzada de la destrucción de tu hogar es muy admirable. Lo menos que puedo hacer es confiarte los métodos de supervivencia que poseo. Pero recuerda, es lo único que puedo hacer por ti en cuanto a acción. A partir de ahora, depende de ti cómo vivirás. — Respondió la anciana con un tono apacible. —
Los demás niños Ninja asintieron con entusiasmo contenido, convencidos de que era un paso necesario para seguir respirando tranquilamente en los suelos del pasado.
Sin embargo, algunos miraban preocupados hacia la entrada, esperando la llegada de Mirai, quien aún no se había unido a ellos.
La anciana, notando la inquietud en sus rostros, decidió abordar el tema de Mirai antes de continuar.
— No se preocupen por Mirai. Ella estará aquí en cuanto terminen con su entrenamiento. Esta es una experiencia que solo concierne a ustedes y a mí, dadas las circunstancias especiales en las que se encuentran. — Explicó la anciana con un tono tranquilizador. —
Los niños asintieron, aceptando la explicación de la anciana, aunque algunos todavía mostraban una ligera preocupación por la ausencia de su compañera.
Sin embargo, confiaban en la sabiduría de la anciana y en su capacidad para manejar la situación.
Fue entonces cuando la anciana, como si hubiera pensado en algo más, dirigió su mirada hacia las ropas desgastadas y maltrechas de los niños. Un comentario sobre su apariencia pareció surgir de la nada, acompañado de una pesadez desde el fondo de sus entrañas.
— Oh, es evidente que sus ropas están en un estado lamentable. No solo es una cuestión emocional, sino que también representa un peligro potencial. Sus prendas llevan consigo la historia de sus clanes y de su futuro. Es imprescindible que se cambien de ropa cuanto antes. — Advirtió la anciana, sus ojos arrugados brillando con una mezcla de preocupación y astucia. — Les facilitaré algo mucho más cómodo de usar. Y por supuesto... algo que no delate que son Shinobi.
Los niños se miraron entre sí, aclimatados, pero también desconfiados. Aunque comprendían la lógica detrás de las palabras de la anciana, no podían evitar sentir cierta reticencia. Sin embargo, la sabiduría que irradiaba de ella, unida a su tono convincente, lograba calar en sus mentes.
En el fondo, Shikadai, con una expresión facial de descontento, manifestaba su desconfianza. La anciana, aguzando su vista, lo notó de reojo, consciente de que él sospechaba de sus verdaderas intenciones. Sin embargo, mantuvo su rostro impasible, sin revelar ninguna señal de inquietud.
Así, los jóvenes Ninja, convencidos por las palabras convincentes de la anciana, asintieron finalmente y aceptaron su recomendación.
Reconociendo la importancia de sus ropas y la necesidad de cambiarlas, se dirigieron en busca de nuevas vestimentas, dejando atrás a la anciana que les había apuntado hacia dónde se dirigirían los niños y las niñas por separado.
Mientras se alejaban, Shikadai mantuvo su mirada fija en la anciana, sus ojos expresando una sospecha latente.
Sabía que algo no estaba del todo bien, pero no podía poner el dedo en la llaga. La anciana, con su aparente calma y confianza, lo observaba de reojo, consciente de las dudas que albergaba en su corazón.
Cuando la espalda del Nara fue visible para ella, y el dibujo familiar rasgado a la vista, la anciana apretó el agarre en su báculo, guardando la compostura para no ser notada por la tensión afilada del pelinegro.
— Solo un poco más... — Se dijo. — Solo necesito entretenerlos un poco más.
Bajo el ardiente sol del desierto, Mirai soportaba con entereza la implacable embestida del calor, que quemaba su piel y desafiaba su resistencia.
Consciente de la necesidad de proteger sus ojos del resplandor cegador, levantó sus manos frente a su rostro, creando una sombra improvisada que ofrecía algo de alivio. A través de los huecos entre sus dedos, sus ojos escudriñaban el vasto paisaje.
Desde lo alto de una roca, Mirai contemplaba la interminable extensión del desierto. Las dunas ondulantes se extendían como olas inmóviles, bañadas por la luz dorada del sol.
El aire vibraba con el calor, distorsionando el horizonte y dificultando la visión. Pero a pesar de las adversidades, Mirai se aferraba a su misión y perseveraba en su búsqueda.
Con el corazón latiendo agitadamente en su pecho, Mirai divisó en la lejanía las ruinas que tanto había anhelado descubrir.
Como un espejismo de otro tiempo, las estructuras erosionadas se alzaban majestuosas, silenciosas testigos de glorias pasadas. La luz del sol se filtraba a través de los agujeros en las paredes derruidas, creando un juego de sombras y destellos.
Aunque exhausta por la travesía, Mirai no podía permitirse descansar. Sentía como si las ruinas mismas le susurraran promesas de respuestas y secretos ocultos.
La sed de conocimiento se mezclaba con la fatiga en sus músculos tensos, impulsándola a seguir adelante.
Con pasos cuidadosos, Mirai descendió de la roca y se adentró en el desolador paisaje. Cada paso levantaba una nube de polvo y arena, que se adhería a su ropa sudorosa.
Sus respiraciones agitadas resonaban en el silencio, marcando su determinación mientras avanzaba en aquel lugar olvidado por el tiempo.
Las ruinas se extendían ante ella como un rompecabezas desordenado. Columnas derrumbadas y paredes desmoronadas se alzaban como monumentos silenciosos de una civilización perdida.
Mirai se detuvo en seco, contemplando la decisión de aventurarse en aquel laberinto de misterio y peligro.
Con ojos agudos, examinó minuciosamente el entorno. El terreno agrietado y los escombros dispersos parecían contener historias sin contar.
Sin embargo, su instinto de supervivencia la mantenía en guardia, alejándose del camino obvio hacia los alrededores de las ruinas.
En medio de su inspección frenética, Mirai diviso algo que capturó su atención. Huellas marcadas en la arena, tanto de animales como de seres humanos, revelaban la presencia reciente de vida en aquel lugar desolado.
Su corazón comenzó a palpitar con más fuerza en su pecho, y su mente se llenó de preguntas.
¿Quiénes habrían dejado esas huellas? ¿Eran amigos o enemigos?
A pesar de que su curiosidad clamaba por adentrarse, Mirai sabía muy bien la verdadera razón de su visita.
Con las ruinas a su lado, la única Sarutobi de ojos rojos clavó su mirada en las paredes destruidas, mientras las indicaciones de la Gran Anciana resonaban una y otra vez en su mente.
Los habitantes de este lugar desolado, donde el eco de las risas de quienes una vez lo habitaron aún se escuchaba, no estaban lejos.
Con determinación y cautela, Mirai siguió el rastro de las huellas, internándose más y más en el misterio.
Cada paso que daba la acercaba al corazón de la incertidumbre y a la posibilidad de descubrir la verdad que se ocultaba en aquel lugar abandonado.
Una chispa de intriga brillaba en sus ojos, y su espíritu aventurero se alimentaba de la expectativa de lo desconocido.
No se dejaría vencer fácilmente por un pasado del que había escuchado incontables veces. Si su maestro pudo hacerlo, entonces ella también podía, con esfuerzo y valentía.
— Espero que estés observándome, Madre. — Resonaron esas palabras en su mente. —
Su madre no podía quedar fuera de su corazón aventurero.