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20.37% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 11: Parte Tercera, Capítulo Tercero.

Capítulo 11: Parte Tercera, Capítulo Tercero.

Durante muchas generaciones, las familias involucradas fueron ampliamente reconocidas en todo el mundo shinobi. Sus relaciones trascendieron fronteras, surcaron montañas y solo las historias más extraordinarias lograron llegar a tierras extranjeras, convirtiéndose en leyendas en otros continentes.
Tres familias, cada una con habilidades únicas; tres familias que estaban cercanas unidas, tanto en el pasado como en el presente, y lo estarían en el futuro.
Estas familias eran conocidas colectivamente como el Ino-Shika-Chou.
En sus inicios, este nombre se utilizaba para referirse a las especialidades de cada familia. Sin embargo, con el tiempo, el nombre adquirió una importancia aún mayor y pasó a designar a un único grupo compuesto por un representante de cada familia.
Un Akimichi era parte de este trío: la fuerza y ​​el tamaño del grupo. Sus habilidades eran impactantes, y para añadir aún más poder, contaban con un jutsu secreto transmitido a lo largo de generaciones.
Un Yamanaka completaba el grupo: el sensor. Sus habilidades mentales y sensoriales eran excepcionales, aunque su dominio variaba entre los miembros de la familia. Sin embargo, su uso siempre resultaba complicado.
Capaces de rastrear el chakra de otros y comunicar información a su equipo telepáticamente, los Yamanaka también dominaban un jutsu secreto que les permitía apoderarse del cuerpo de otra persona.
Finalmente, un Nara ocupó su lugar en el trío: la mente del grupo. Los miembros de este clan fueron reconocidos por su agudeza analítica e intelectual, y su capacidad para trabajar en perfecta armonía con cualquier compañero.
Además de sus habilidades, los Nara también eran conocidos por sus medicinas derivadas de los cuernos de los ciervos, y se rumoreaba que su inteligencia aumentaba de generación en generación. No era sorprendente que se esperara que algún día quiriera un Hokage de esta ilustre familia.
Estos tres miembros se complementan entre sí, dando origen a un trío extremadamente famoso y respetado en el mundo shinobi.
Sin embargo, entre ellos se guardaba un secreto, una tradición que solo conocían unos pocos en su aldea. Era un ritual, una ceremonia que marcaba el crecimiento y la madurez de los miembros del prestigioso trío.
Desde generaciones anteriores, se sabía que al iniciar sus estudios ninja, los niños de este clan, herederos de una tradición venerada, debían perforarse las orejas y llevar los aretes de sus padres, antiguos miembros del trío.
Al alcanzar la edad adulta y convertirse oficialmente en ninjas, solo una persona tenía el poder de decidir si estaban listos para el siguiente paso: un Sarutobi. Era un honor único, reservado a los más sabios y experimentados de la aldea.
Un Sarutobi se encargaba de forjar nuevos aretes para el Ino-Shika-Chou actual, simbolizando su crecimiento y su independencia en el mundo shinobi. Con esos nuevos aretes, los jóvenes se despojaban de los de sus padres, marcando así su entrada en la edad adulta y su destino propio. Serían ellos quienes algún día entregaran esos mismos aretes a sus propios hijos, continuando con la sagrada tradición familiar.
Al rememorar aquel día, los recuerdos adquirían una nitidez cristalina. Estaban impregnados de pena y resentimiento, sin lugar para el perdón. Habían descartado esa posibilidad desde el momento en que su sensei cerró sus ojos para siempre.
El Ino-Shika-Chou, futuras leyendas, cada uno conocido por sus talentos individuales. La gracia de un ángel en la tierra, la nobleza de un gran hombre, la sabiduría de una sombra... Sin embargo, la fortuna no sonreía a nuestro trío esta vez. A pesar de haber sobrevivido a la guerra y haber aprendido, seguían siendo solo niños.
Con diecisiete años como máximo, dieciséis en su mayoría, Shikamaru Nara parecía ser el mayor de los tres. A pesar de su juventud, ya eran Chunin, ninjas con un rango lo suficientemente alto como para actuar directamente bajo las órdenes de la Hokage.
Sin embargo, ese rango les resultaba pesado de llevar en su estado actual de luto. La persona que les había enseñado el valor de la vida y la camaradería les había sido arrebatada. Sus mentes estaban completamente absorbidas por ese pensamiento, sin importar los comentarios que pudieran hacer sobre los lugares por los que pasaban.
Corrieron en silencio durante un largo trecho de su viaje, sin pronunciar una sola palabra. Se apresuraron a aumentar la velocidad, impulsados por la urgencia de su misión. Habían sido enviados como mensajeros por la misma Hokage, con destino al Kazekage de la aldea oculta de la Arena.
Aunque podría haberse utilizado un ave mensajera con un mensaje encriptado o un mensajero habilidoso para la tarea, la situación requería sus habilidades para proteger el pergamino de terceros. El mensaje no podía correr el riesgo de ser interceptado en el aire.
Llegarían en un máximo de tres días, pero un ninja siempre podía alcanzar su destino superando los límites del cansancio. Absortos en sus pensamientos y aún no listos para hablar cómodamente sin la presencia de alguien más, encontraron consuelo en el ritmo constante de su carrera.
Se limitaron a comentar el estado del camino de vez en cuando, asegurándose de no ser seguidos. Saltaron ágilmente entre las ramas de los enormes árboles para aumentar su velocidad, controlando meticulosamente sus respiraciones para mantener un ritmo constante que les permitiera seguir sin detenerse por falta de aire.
Así continuaron durante horas, sin detenerse ni un momento. Kakashi-sensei tenía fama de llegar rápidamente a cualquier lugar al que fuera enviado, y Shikamaru había sido testigo de esa habilidad en más de una ocasión con su maestro como protagonista.
En la misión fatídica que terminó con la vida de su maestro, Shikamaru se vio obligado a correr sin descanso. Supo por sus compañeros que los demás equipos estaban en la misma situación, y que la búsqueda en todo el país había sido exhaustiva, con pocos ninjas disponibles en ese momento.
Llegar a las tierras del viento en un día no era imposible, pero generalmente se tomaban descansos debido a la preocupación por adentrarse en la Arena.
Esta vez, esos descansos no fueron contemplados, y Shikamaru tampoco deseaba detenerse ahora.
— ¿Qué es eso? —Ino, la rubia adolescente, preguntó a sus compañeros. —
Shikamaru, quien lideraba la carrera, levantó la vista al escuchar la pregunta. Hizo un gesto con la mano para detener su avance, y en cuestión de segundos, sus talones se deslizaron brevemente sobre la tierra.
El camino estaba desolado, y el sol se ocultaba detrás de las nubes. Se preveía que el atardecer llegaría en no más de tres horas, y necesitaban llegar al país del viento antes de eso.
— ¿Qué es qué? —Chōji preguntó, escudriñando los bosques con la mirada junto con sus dos amigos. —Yo no veo nada raro, estamos solos.
— Sí, porque se está ocultando. —Señaló Ino. —Miren.
Shikamaru siguió la línea de visión de su compañera. Aunque mantuvo la calma, se sentía un tanto preocupado por lo que podrían encontrar. Observó detenidamente el lugar señalado.
En cada lado de la carretera se extendían bosques, habituales para los shinobis que solían saltar entre sus ramas. Estaban corriendo para evitar llamar la atención, pero algo llamó su atención.
Sobre uno de los árboles se distinguía una figura humana. Por un instante, a Shikamaru le pareció familiar. La figura permanecía de pie sobre una rama, pero desapareció en cuanto los tres se percataron de su presencia.
— Ese es...
Shikamaru no pudo completar su tranquila suposición, pues la persona emergió con el viento frente al Trío Ino-Shika-Chou.
Se sorprendieron brevemente, pero al reconocer al recién llegado como aliado, pudieron respirar con alivio.
Era el capitán Yamato, un respetado compañero y discípulo de Kakashi-sensei. Había liderado al equipo Kakashi en la ausencia del ya mencionado Peliblanco.
— Yamato-san. —Shikamaru lo llamó con su característico tono desanimado y fatigado, pero mostrando formalidad en sus palabras. —¿Qué hace usted aquí?
Al decir esto, sus dos compañeros se acercaron.
— Soy un clon de madera, aquí para garantizar su seguridad. —Informó el capitán Yamato con serenidad. —¿Cómo les fue? ¿No han sido atacados?
El trío de jóvenes pareció desconcertado, pero negaron con la cabeza al unísono.
Yamato respiró aliviado.
— Qué bueno... —Suspiró. —Solo quería decirles que mi cuerpo real sintió cierta angustia hace unas horas. Creo que deberían apresurarse y llegar a la aldea. Yo los acompañaré.
Los tres asintieron. La presencia de Yamato, aunque sorprendente al principio, ahora parecía más que lógica dadas las circunstancias del mensaje.
El llamado había sido repentino, como si la decisión de la Hokage se hubiera tomado en el último momento.
Con un nudo en la garganta, reprimieron cualquier preocupación. Debían apresurarse si querían encontrarse adecuadamente con Yamato.
Habían pasado horas buscando, y los resultados eran apenas satisfactorios.
Kakashi había dedicado gran parte del tiempo explorando el interior del bosque. Sin embargo, cuando Sai regresó de su búsqueda aérea con Sakura, decidió cambiar el enfoque hacia el exterior.
Ahora se encontraban caminando por el bosque, cerca de una carretera poco transitada. Los tres adolescentes seguían los pasos de Kakashi, sorteando las ramas que obstaculizaban el camino y esquivando las raíces que se asomaban peligrosamente.
— Oye... ¿A dónde nos dirigimos, Kakashi-sensei? Hemos estado buscando durante horas y aún no hemos encontrado nada. — Se quejó Naruto. Había guardado silencio durante un tiempo gracias a los reproches de Sakura, pero finalmente había alcanzado su límite. — La abuela dijo que era una aldea oculta... pero, ¿cómo puedes ocultar una aldea con tanta gente?, vaya...
Sakura gruñó en respuesta, frustrada por las quejas de Naruto.
Con los labios apretados y los ojos abiertos de par en par, Sakura se dirigió al rubio, quien parecía estar cansado de dar vueltas por el bosque en una misión que se suponía era importante.
— Escuchaste lo que dijo la Quinta, ¿verdad? —Preguntó ella. Pero el Uzumaki solo gruñó en respuesta. —
Sakura suspiró con exasperación.
— ¡Son expertos en jutsus espacio-temporales! Cuando la Quinta mencionó eso, y que eran habilidosos en otras áreas, se refería a que muy posiblemente su aldea esté oculta a nuestra vista gracias a algún jutsu de ese tipo. ¡Presta más atención!
El rostro decidido de la Haruno se acercó ferozmente al de Naruto. A pesar de la diferencia de estatura, el rubio se encogió un poco ante el fuerte regaño de su compañera.
Mientras tanto, Sai permanecía ajeno al intercambio. Acababa de apartar una rama espinosa de su camino y, por primera vez en varios minutos, decidió hablar. Su atención estaba centrada en Kakashi.
— La Hokage lo mencionó, pero me pregunto... —El peliblanco miró por encima del hombro al pensativo Anbu, interesado en sus reflexiones. —Hmm... podrían estar utilizando genjutsu, o aprovechando una habilidad similar a lo que ocurrió en Konoha.
Sakura y Naruto se voltearon para mirarlo.
— ¿Una invocación?
— No, tal vez algo que nos haga creer en algo que no es, diferente al Genjutsu.
Su búsqueda carecía de sentido si no sabían dónde buscar. Pero si la teoría del pálido resultaba ser cierta, entonces podría ser posible que la entrada a la aldea fuera más evidente de lo que inicialmente pensaron.
Se había dado mucho que pensar cuando se mencionaba la palabra "oculta". Pero eso podría ser solo una manera de expresar lo obvio que podría ser la realidad.
Kakashi detuvo su caminar. Mientras reflexionaba, comenzó a marcar mentalmente los puntos más probables por donde una persona común podría haber pasado. Habían rastreado toda la zona sin encontrar resultados, aunque habían encontrado indicios de vida, lo cual era reconfortante.
Lo desafortunado era que las huellas eran escasas o la poca basura encontrada no los llevaba a ninguna parte.
El peliblanco se volvió para mirar los bosques extendiéndose bajo sus pies. En ese momento estaban ascendiendo por un camino empinado, desde donde podían ver árboles distantes.
Repasó mentalmente todos los puntos que había considerado y llegó a una conclusión. En lugar de seguir buscando, consideró que lo más sensato era esperar a que alguien se presentara.
— Han pedido ayuda a Konoha porque sus ninjas están desapareciendo. — Analizó Kakashi. El silencio que le siguió indicaba que estaba siendo escuchado atentamente. — Ha habido pocas desapariciones misteriosas entre la gente común de esa aldea. Por lo tanto, si su seguridad está más o menos garantizada, es probable que haya más civiles de esa aldea merodeando por aquí.
— ¡Exacto! —Exclamó Sakura con entusiasmo. —Hemos encontrado rastros, pero no nos han llevado a ninguna parte. Tal vez sea porque no hay una sola entrada. Puede que haya varias, por donde solo pueden entrar los civiles.
— Si se mantienen ocultos, es gracias al poder de sus técnicas —Añadió Sai. Naruto miraba a sus compañeros, siguiendo la conversación con interés. — Es posible que los ninjas tengan una entrada diferente a la de los civiles, o que simplemente no salgan al exterior con frecuencia. Por eso, solo los civiles entran y salen libremente.
Kakashi asintió, complacido de no tener que explicar todo por sí mismo.
Tres de los cuatro estaban profundamente satisfechos con su teoría. Ya sea que estuvieran elaborando más en sus mentes o planeando otra estrategia, permanecían en silencio. Sin embargo, el rubio Uzumaki mantenía los ojos cerrados, intentando igualar la serenidad de sus compañeros cruzando los brazos en un gesto de falsa tranquilidad.
Aunque no entendía del todo la discusión, prefería aparentar comprensión. A pesar de ello, su expresión tensa delataba su falsedad.
— ¿Y ahora qué hacemos, Kakashi-sensei? — Preguntó Sakura. —
Naruto mantuvo su fachada de calma, desafiándose a sí mismo a no mostrar nerviosismo bajo la mirada penetrante de Sai, quien se negaba a apartar los ojos de él.
Kakashi emitió un sonido de reflexión. Observó de reojo uno de los senderos más transitados, aquel por el que no habían encontrado nada anteriormente.
Quizás deberían tomar ese camino. Pero la entrada a la aldea oculta estaba escondida en un lugar no tan distante de esa ruta.
El chirriar de las ruedas añadía fatiga al viaje.
El carrito estaba principalmente construido de madera, exceptuando algunas partes de las ruedas. Recientemente, la introducción de metal en ciertos carros había ganado popularidad, facilitando el transporte de mercancías extranjeras. Esta innovación era bien recibida por él, un mercader sin un hogar fijo al que regresar.
Vivía de la venta de sus productos y de los encargos que le encomendaban. A veces cultivaba sus propios alimentos para comercializarlos, mientras que en otras ocasiones, ofrecía sus servicios de transporte a agricultores locales. Con el tiempo, su reputación como un entregador confiable se extendió por los grandes centros, ganándose el reconocimiento por siempre cumplir con puntualidad.
En esta ocasión, no era diferente.
Con ambas manos, empujaba el carrito lleno de comida. Utilizaba los dos brazos de madera que sobresalían al frente del carro para facilitar el trayecto, y de vez en cuando, echaba un vistazo por la ventana para asegurarse de que la mercancía estuviera en buen estado.
Otra razón por la cual era reconocido era su habilidad para evitar los robos. Conocía los lugares frecuentados por los criminales, poseía conocimientos de autodefensa y había desarrollado su propio método para despistarlos. A veces dejaba pistas falsas con su carrito y luego tomaba un rumbo diferente, conocido solo por él.
Hoy, estaba entregando frutas y verduras que en cualquier otro carro se habrían estropeado antes de llegar a su destino.
Sin embargo, él tenía buenas piernas y estaba dispuesto a caminar toda la noche y todo el día para cumplir con su trabajo. Aunque le dieron indicaciones sobre la dirección a seguir, él ya conocía el punto de encuentro.
Había visitado esta aldea en más de una ocasión en sus cuarenta años de vida.
Y al igual que en todos los lugares donde trabajaba, tenía amigos que lo contrataban con regularidad.
Contuvo el aliento cuando las ruedas del carrito rebotaron al pasar sobre una piedra. Lo último que deseaba era que su mercancía se estropeara.
Miró ansioso por encima del hombro y exhaló aliviado al ver que la sandía seguía en su lugar en la ventanilla. Era un truco que utilizaba para mejorar su habilidad en el camino.
Colocaba la mercancía más pesada en la ventanilla y si esta se movía, aunque fuera un centímetro, sabía que debía esforzarse más en mantener el equilibrio. Si lograba girar a la derecha de manera correcta, controlando el peso, todo saldría bien.
— ¡Qué susto! — Musitó para sí mismo. —
Continuó su camino, siguiendo la carretera durante al menos quince minutos, como estaba acostumbrado. Cuando comenzó a reconocer el camino de regreso a casa, el mercader tomó el rumbo hacia la derecha, desviándose de la carretera y adentrándose en el bosque.
Estaba a punto de pisar la zanja, y todo su trabajo se iría literalmente al suelo si perdía el control del carrito. Sin embargo, su semblante mostraba una calma absoluta, dejándose llevar por la familiaridad del entorno.
Cuando dio dos pasos más allá de la zanja, el bosque frente a él pareció cristalizarse. Una extraña onda en el aire no captó su atención, y a medida que cruzaba el límite entre la realidad y el hogar de sus amigos, las ondas del aire se intensificaban.
Estas ondas solo eran perceptibles al otro lado de la zanja, como si se tratara de una pared invisible que impedía a cualquiera que pasara por allí ver el otro lado de la barrera.
El mercader cruzó sin contratiempos, y cuando las ruedas del carrito estuvieron a punto de atravesar la zanja peligrosamente empinada, se produjo una sorpresa para él, aunque ya estaba bastante acostumbrado a este fenómeno.
El escenario del bosque desapareció tan pronto como abrió los ojos. Las ruedas que cruzaban la zanja ya no estaban sobre ella, sino sobre un suelo perfectamente cuidado, de concreto y lo suficientemente liso como para que ni siquiera un mercader experimentado tropezara con su mercancía.
El ambiente cambió repentinamente al cruzar la conocida barrera. El sol brillaba cálidamente sobre el camino de concreto, y a ambos lados, el mercader disfrutaba de los bosques que rodeaban la entrada a la aldea oculta.
Tras unos cinco minutos de trayecto, llegó a la entrada misma. Una imponente puerta de madera se alzaba ante él, flanqueada por dos guardias vestidos con trajes de cuero y armados con guadañas. Sin embargo, no adoptaron una postura defensiva al reconocer al mercader.
Una sonrisa se dibujó en los rostros de ambos, pero solo uno de ellos se dirigió al mercader en tono amigable.
— ¡Yuu-san, ha vuelto!
El mercader se detuvo frente a la puerta, cerrando los ojos y respondiendo con una sonrisa que denotaba comodidad y camaradería.
— ¿Quién se encargaría de las entregas si yo me ausento? Alguien tiene que hacer el trabajo.
— Tiene razón. — Asintió el guardia más alto. — ¿Cómo le ha ido en el camino?
— Por supuesto. No me he topado con nada fuera de lo común. — informó casualmente el mercader. — Todo está igual que siempre en el exterior, así que no tienen por qué preocuparse.
— Qué alivio...
El aliento del guardia arrastró consigo un pesar oculto. ¿Qué preocupación tan profunda provocaba un suspiro tan cargado en alguien de su estampa y apariencia?
Su compañero, más taciturno, aunque indudablemente interesado en el bienestar del señor Yuu, ignoró el incidente con una calma imperturbable. Dirigiéndose a una esquina de la puerta sin proferir palabra alguna.
Tras un árbol, sin pretensiones de ocultamiento, se encontraba la llave para abrir la imponente puerta. Una especie de volante pequeño, con un robusto mango de madera sobresaliendo de él. El guardia colocó ambas manos en él y, con fuerza palpable, comenzó a girar la manivela.
Avanzaba hacia adelante, luego hacia abajo, para después retroceder un paso y aplicar toda su fuerza nuevamente, elevándolo para iniciar el ciclo una vez más.
Con cada giro del volante, el sonido repetitivo de cadenas soportando un gran peso se volvía más prominente. Las puertas se abrieron, pero los dos hombres frente a ellas permanecieron imperturbables. Era una tarea rutinaria para ellos.
Las dos enormes puertas se abrieron sin ningún contratiempo, y el guardia que manejaba el volante se detuvo. Era la señal para el señor Yuu de proseguir con su labor.
— Estaremos aquí esperando su regreso. Que tenga una agradable estancia. —El primer guardia sonrió al mercader mientras le entregaba un pequeño papel. —
El señor Yuu aceptó el papel que autorizaba su visita con una leve inclinación de cabeza, sin siquiera echarle un vistazo.
— ¡Así lo haré!
Con cada paso que daba dentro del territorio de la aldea, cuya existencia era prácticamente desconocida para el mundo exterior, el aire se volvía más fresco y el carácter peculiar de sus habitantes se hacía más evidente.
La calle principal se extendía ante él, flanqueada por una serie de tiendas que ofrecían comida y recuerdos. Su carreta no llamaba mucho la atención entre los habitantes locales, acostumbrados como estaban a recibir únicamente a ese tipo de visitantes.
Esa aldea solo recibía la visita de mercaderes de absoluta confianza para los altos mandos.
El señor Yuu se movía con soltura por las calles. Aquí no temían ataques, sino más bien la llegada de personas con una energía positiva. Todos vestían de rojo, aprovechando la brisa fresca con prendas que dejaban la piel al descubierto.
Las mujeres jóvenes preferían tops rojos, ya fuera de manga larga, corta o sin mangas. Algunas optaban por mostrar el vientre, mientras que otras preferían una blusa más recatada.
Sus pantalones, generalmente grises o negros, eran amplios y ligeros para permitir la entrada del aire.
La razón de esta elección era la creencia arraigada en la aldea de que una de las fundadoras de la República de Trozani era una mujer cuya longevidad y prosperidad emanaban de su conexión con la naturaleza que rodeaba el lugar.
Cuando se estableció la República, se erigió una barrera creada por el principal artífice de la fundación del clan. Este individuo era un maestro en el arte del sellado y otras técnicas similares, y su legado perduraba en la forma de la mencionada barrera.
Esta barrera protegía el bienestar del lugar elegido para vivir, manteniéndolo a salvo de cualquier daño externo. Aquí, la lluvia y el calor no penetraban, a menos que los guardianes del clima que custodiaban la barrera así lo permitieran, o que los propios residentes la modificaran con sus habilidades ninja.
Por lo tanto, el aire en esta zona era puro y rejuvenecedor, libre de la contaminación de la guerra, ya que llegaron antes de que estallara el conflicto de la Tercera Gran Guerra Ninja. Con el paso del tiempo, más personas se unieron a ellos en busca de un lugar seguro para vivir, alejado del peligro.
Sin embargo, la única condición para residir en este lugar era no salir libremente del mismo. Para evitar este problema, se cambiaba la contraseña de la barrera a diario, utilizando diferentes posiciones de manos. Solo aquellos civiles que tenían autorización podían utilizarlas para salir.
Los recién llegados, como el señor Yuu, gozaban de cierta libertad gracias a un pacto establecido, mediante el cual la barrera los reconocía y les permitía el acceso al ser escaneados.
Si llevaba consigo algún objeto, solo necesitaba tocarlo para que todo lo conectado a él pudiera entrar.
Este trabajo no solo le resultaba lucrativo, sino que también le confería el único privilegio de un mercader externo con conocimiento de este lugar.
— ¡Gh! ¡Me estoy... ahogando aquí adentro! ¡GAH!
— Tch... Yo también... No puedo respirar...
Sakura reprimió la tos. No quería arriesgarse a ser descubierta.
La carreta continuaba su rumbo, y comenzaron a escuchar los sonidos de la civilización. Naruto se encontraba en una esquina del carrito, casi junto a la ventanilla. Lo que debería ser la puerta del carrito de mercancía era en realidad una cortina que apenas ocultaba lo que se encontraba en su interior.
Habían pasado recientemente sin problemas ante los guardias, y no podían permitirse simplemente asomarse por debajo de la supuesta cortina.
El rubio luchaba por respirar debido a una piña que le estaba perforando el abdomen.
Se estaba quedando sin aire, y mientras Sakura luchaba frente a él por el oxígeno, su fuerza lo obligó a hundirse en su lugar, ahora no solo con una fruta casi atravesándole el estómago, sino también con la pelirrosa bloqueando la única vía de escape de oxígeno disponible.
— ¿De quién es este pie? —Sakura preguntó en un susurro, apartando su cabello del rostro. —
— Es mío... — Se quejó Naruto. — No puedo acomodarme...
— ¡No seas engreído, Naruto! ¡Nos estás quitando espacio si sigues estirándote así!
— ¿Pero cómo lo hago, Sakura-chan? — El rubio intentó asomarse, pero volvió a caer sobre su espalda, impidiendo sus oportunidades de obtener aire. —¡No puedo...!
— Serás...
— Oh.
La chica de los ojos verdes abrió los ojos hacia la zona de las verduras. Allí, Sai se asomaba por detrás de una caja de vegetales, con su rostro igualmente inexpresivo, pero con un tono inocente.
— ¿Eres tú la que está encima de mi pie, Sakura?
— ... ¿Eh? S-sí...
Sakura se quedó en blanco por la breve revelación. Los tres adolescentes trataban de adaptarse al movimiento del carrito para no alertar al experimentado mercader.
— Hm, ya veo. —Respondió Sai. — Supongo que, al no ser una caja de mercancía, puedo moverlo.
— ... ¿Perdón?
La Haruno frunció el ceño, desconcertada.
Sai la miró directamente a los ojos.
— Tu trasero. — Argumentó. — Es tan plano como la superficie de una caja.
— ...
Hubo un silencio incómodo. Sai y Sakura se miraban fijamente, mientras la luz del sol se filtraba débilmente por la ventanilla y las cortinas del carrito. El suave crujido de las ruedas acompañaba el ambiente cargado.
Incluso alguien tan descarado como Sai podía percibir la tensión en el aire.
— Tú... — Sakura estaba a punto de replicar, cuando la voz de Kakashi intervino. —
— Ya es hora de bajarnos. Hagámoslo antes de que nos adentremos más en la zona de comerciantes.
Mientras el carrito se aproximaba a una calle cerrada, el mercader apretó firmemente los brazos del vehículo para evitar movimientos bruscos. Lo que desconocía era que durante todo el trayecto había transportado a cuatro ninjas ocultos entre su mercancía.
Con agilidad felina, los ninjas saltaron del carrito, deslizándose sin ser detectados por el mercader, cuya experiencia no pudo percibir su presencia.
Bajo un puente elevado que conectaba dos edificios comerciales, Naruto finalmente pudo respirar aliviado. Inhaló profundamente, casi succionando a Sai, quien se apartó a un lado para no ser arrastrado por el repentino acceso de aire del ninja rubio.
Naruto se deleitó con la frescura del entorno y el clima agradable. La brisa era fresca pero no llegaba a ser helada, proporcionando una sensación tranquila y relajante.
— Entonces, esta es la aldea oculta, ¿eh? —Comentó el Anbu adolescente. —
— Es verdaderamente hermosa... tiene un aire de antigüedad. —Añadió Sakura. —
Ella contemplaba con asombro su entorno, admirando las paredes amarillentas y las decoraciones que evocaban la tierra del viento. Algunos detalles incluso recordaban a las grandes naciones, algo que no pasó desapercibido para ella.
— Esta ciudad permanece oculta a los ojos del mundo exterior. —Reflexionó Kakashi, observando cautelosamente su entorno para asegurarse de que no fueran descubiertos. —Es posible que el tiempo aquí transcurra de manera distinta, dando lugar a la creación de sus propias costumbres.
El Jōnin dirigió una mirada significativa a Sai, quien mantenía una expresión imperturbable, ignorando la mirada penetrante que le lanzaba Sakura. A pesar de su inteligencia y audacia, parecía temer más la fuerza de la pelirosa que ser descubierto por algún otro individuo.
Cuando Sai captó el mensaje implícito en la mirada de Kakashi, asintió en dirección al líder. Su movimiento para buscar sus pertenencias activó a Naruto y Sakura.
— ¿Qué sucede? ¿Qué pasa? ¿Qué haremos? — Preguntó Naruto, ansioso por respuestas. —
— Fue el líder quien nos convocó. — Respondió Kakashi, su tono lleno de cautela. — Pero debemos proceder con cuidado. Si son ellos los responsables de lo ocurrido en la aldea, no sabemos qué acciones tomarán si caemos en sus manos.
— Entonces, ¿cuál es nuestro plan? —Se sumó Sakura, mostrando determinación en su voz. —
— Debemos buscar por nuestra cuenta, es lo más seguro. —Recomendó Kakashi con seriedad. — Si realmente nos ha convocado, no representaremos una amenaza si nos presentamos de manera directa. Sin embargo, también tenemos razones para ser cautos.
—Entiendo. —Respondió Sai, asintiendo en señal de acuerdo. —
— Bien... Sai, ¿puedes encargarte del trabajo por mí?
Hubo un rápido movimiento del pergamino por parte del joven más pálido. Sai asintió nuevamente en respuesta.
Activando su técnica, trazó rápidamente con la punta de su pincel sobre el papel. Casi al instante, pequeños bultos de tinta cobraron vida, emitiendo fríos para confirmar su existencia.
Los ratones de tinta se deslizaron ágilmente por las grietas de las paredes, otros se colaron por el alcantarillado, y unos pocos se deslizaron por el pavimento de las transitadas calles llenas de gente.
Sai había considerado inicialmente utilizar un ave, pero tras reflexionar sobre las circunstancias del lugar y notar la ausencia de pájaros, decidió que no era una opción adecuada.
Cruzaron una barrera que parecía impenetrable, incluso para las aves.
Sai decidió quedarse con los ratones de tinta para evitar llamar la atención.
— ¿Qué sigue? —Preguntó Naruto, impaciente por seguir adelante. —
Kakashi aprovechó el tiempo para reflexionar sobre su próxima acción. No cambiaría de opinión, pero al menos quería actuar con convicción.
— Los guardias aquí no parecen ser Shinobi. — Observó. Los adolescentes se asomaron ligeramente para confirmar la observación. — Aquí debería haber Ninjas, pero no he visto ni uno solo...
— Eso confirma que no estaban mintiendo. —Opinó Sai. — Si sus Ninjas están desapareciendo, es comprensible que no quieran arriesgarse a perder más.
Naruto, que escuchaba mientras se asomaba tras una pared, frunció el ceño al dirigirse a su Sensei.
— ¿Dónde podrían estar entonces? No parece que estén descansando.
— Tienes razón... — Asintió Sakura, con los brazos cruzados, mostrando su incertidumbre. —
Mientras cada uno reflexionaba por su cuenta, Kakashi dio unos pasos para observar más allá de un callejón. Grandes torres se alzaban, conectadas por puentes elevados. Estos lugares no eran frecuentados por la gente común, al menos no los niveles superiores.
Quizás se trate de edificios de vigilancia o de acceso restringido.
Kakashi frunció levemente el ceño al examinar las torres que podía ver.
— No hay ni siquiera un Ninja vigilando. —Observó. — Si consideramos que sus Ninjas son especiales, deben tenerlos en un lugar más seguro, donde puedan cumplir con su trabajo sin correr el riesgo de desaparecer...
— ¿Y ese lugar es...? — Preguntó Naruto, acercándose a Kakashi con la misma preocupación que Sakura. —
El Jōnin miró a sus exalumnos ya Sai con una expresión serena, típica de él cuando sabía que algo importante estaba ocurriendo.
— Los Ninjas deben estar en el edificio más importante de esta ciudad; Dónde pueden ser vigilados. — Reveló. — Están junto a la persona que pidió ayuda a Konoha: el líder de esta ciudad.

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