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37.5% Lazo cósmico / Chapter 12: 6.1

Capítulo 12: 6.1

—Oigan, pedí un refresco de fresa... ¿y Helena? —inquirió Matt al notar la ausencia de su hermana.

—Fue al sanitario, no espera, ya viene —respondió el chico de lentes, señalando hacia la entrada, mientras Helena se unía a ellos.

—¿No había sangría? —preguntó ella, al sentarse junto a ellos.

—No pregunté, pero recuerdo que odiabas ese sabor hermanita.

—Antes, ahora me encanta—respondió con la mirada baja.

—Disculpen—dijo la expareja de Helena al ponerse de pie—voy a la barra a comprar panecillos de canela. ¿Querrán algo?

—No, pero gracias hermano—respondió Matt.

Helena, sin mirarlo a los ojos, dijo:

—Gracias, estoy bien.

—Ahora regreso—anunció Aidan mientras dejaba la mesa. Helena aprovechó para acercarse a su hermano.

—Fue tu idea traer a Aidan ¿verdad?—replicó la chica en voz baja, mientras le jalaba la oreja a su hermano.

—¡Auch!, esa era la sorpresa, hermanita—se quejaba él mientras se frotaba la oreja.

—Quiere hablar conmigo—afirmó Helena mientras abría el refresco y lo servía en un vaso lleno de hielo, bebiéndolo de un sorbo.

—Es obvio que quiere hablar contigo... vaya, sí que estabas muy acalorada— bromeó su hermano entre risas.

—Es la última vez que salgo contigo, me engañaste.

—Pero, ¿no estás feliz? La última vez que hablamos sobre Aidan insinuabas que te gustaría verlo de nuevo, y como dicen que mañana será el fin del mundo, creo que es el momento de soltar la sopa y decirle que aún piensas en él— sugirió Matt.

—¿Estás loco? Hace mucho tiempo que lo olvidé.

—¿Y ese libro que hiciste sobre él?

—Ese libro no fue para él, fue una experiencia que narré—aclaró ella.

—Si lo que digas. Espera, papá me mandó un mensaje, diablos, quiere que vaya—dijo Matt con el teléfono en mano.

—Ni se te ocurra dejarme sola con él—advirtió mientras lo miraba a los ojos sin pestañear.

—Resuelvan su problema, solo quiere hablar contigo, y además ya está soltero—dijo con un susurró su hermano.

—Yo no, cabeza de chorlito, no tengo nada qué hablar con él.

—Ya es muy tarde para eso—respondió el joven con barba, dando por terminada la conversación. Aidan ya había regresado con una caja repleta de panecillos de canela en una mano y en la otra un refresco sabor sangría.

—Era el último que tenían—informó él después de dejar el refresco en la mesa junto con los panecillos—Agarren los que gusten.

—No, gracias—respondió Helena con seriedad.

—Yo sí quiero—dijo el otro al levantarse y comer uno de los panecillos—gracias, están muy buenos, deberías probarlos hermanita—hablo con la boca llena y a la vez agarró sus llaves del auto que estaban en la esquina de la mesa, las cuales estuvieron casi en manos de Helena.

—¿Vas a alguna parte?—preguntó su amigo al ver aquello.

—Le comentaba a mi hermana que papá me llamó para ayudarlo con algo, así que los dejaré por hoy. Em...¿serías tan amable de llevarla a casa cuando terminen lo suyo?

—Oh si claro, no te preocupes, yo le daré el aventón—dijo su amigo mirando a Helena con cautela.

—Gracias hermano, te debo una. Portate bien Helena que al rato te veo—concluyó este al apartarse de la mesa.

—Espera Matt…—Fue demasiado tarde, su hermano ya estaba saliendo del local.

—Matt sigue siendo el mismo de siempre y tu también sigues siendo la misma Helena—comento el único hombre que la acompañaba en esa mesa.

—Eso no es cierto—contesto ella sirviendo refresco en su vaso.

—De que, de que Matt no sigue siendo el mismo o de que tú no seas la misma.

—No juegues conmigo Aidan—respondio con firmeza.

—Helena…yo se que en el fondo sigues siendo la misma niña que conocí en la escuela, puedo verlo en tus ojos.

—Y tu jamas volviste a ser el mismo, mírate, ya eres todo un hombre de negocios, y me sorprende que ahora hayas elegido una cadena de comida rápida, felicidades por tu nuevo local de pizzas.

—¿Matt te lo dijo?

—Tus empleados no saben disimular para nada—comentó con una voz sonante, notando la reacción del personal mientras continuaban con sus tareas.

—Bueno, tal vez sea porque les dije que eras una escritora muy famosa. Creo que no debí decirles eso, pero si quieres puedo decirles que se retiren a sus casas—sugirió él.

—No lo hagas, yo ya me voy de aquí—continuo ella poniéndose de pie.

—Espera, tengo que decirte algo...es importante, por favor, toma asiento.

Helena volteó los ojos pero accedió y se sentó.—De qué quieres hablar— preguntó directamente.

—Tu... en verdad que sigues siendo la misma—comenzó él jugando con su mirada.

—¡Aidan!—exclamó la escritora, intentando levantarse, pero este la detuvo.

—Ya está bien, voy a decirte, pero promete que no te sentirás mal. Bueno, tal vez no lo hagas, pero ya debo sacarlo. Mañana no sé qué rayos pasará, así que hoy es el momento indicado para decirte... que yo te...

—Tú no cumpliste con tu promesa... con ninguna de ellas—interrumpió Helena con seriedad, lo que dejó a Aidan consternado.—Pero ya no importa, ¿verdad? Eso quedó en el pasado.

—Helena, yo...

—Basta Aidan, no quiero escucharte. Yo...estoy enamorada de alguien, lo amo muchísimo, así que no quiero volver a verte jamás—declaró Helena con voz firme, cortando de raíz cualquier esperanza de reconciliación con su viejo amor.

—…Me pone muy contento que ames a alguien, es verdad y…lo que quería decirte es que me alegro que las cosas hayan pasado de esta manera. Eres feliz y eso es lo que yo siempre deseé para ti—respondió el joven sonriendo ante todo.

Con una fuerza que parecía provenir de lo más profundo de su ser, Helena se levantó de su asiento. Extendió su mano, dispuesta a golpear al joven de gafas que tenía delante, pero se detuvo en seco. El rostro de Aidan ya no mostraba ninguna expresión, como si su alma hubiera abandonado su recipiente en solo un instante.

Ella, en cambio, era una tempestad de emociones, con el corazón cargado de pena y amargura. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos, amenazando con derramarse mientras pronunciaba con inquebrantable convicción: —¡Jamás en tu vida vuelvas a verme, jamás en tu vida te atrevas a hablarme y mucho menos a buscarme, ¿entendiste?!—

Sus palabras flotaban en el aire, como una dura declaración de su liberación emocional. Había recuperado su poder, rompiendo los lazos que la ataban a un pasado que ya no la dominaba.

Salió disparada de aquella pizzería como un rayo que busca la salida de una tormenta. La noche la envolvió en su manto de oscuridad y frío, mientras sus pasos apresurados la llevaban hacia la carretera. La imagen de Aidan, con su rostro inexpresivo y sus palabras hirientes, aún resonaba en su mente como un eco tortuoso y no hallaba la respuesta del porque.

El susurro del viento y el zumbido distante de los vehículos solo intensificaban su sensación de soledad y desorientación, mientras se sumergía más en la oscuridad de la noche.

Intentó llamar a su hermano, pero no contestaba. Recordó que esta sería otra de las muchas veces que esperaba por alguien bajo una noche estrellada. Stanly fue lo primero que vino a su mente, pero ahora ni siquiera llamándolo podría liberarla de esa profunda oscuridad que tanto aterraba. Si le marcaba, lo único que lograría sería preocuparlo. Se dió por vencida y decidió hablar con la persona que la venía siguiendo desde que salió de aquella pizzería.

—Se que tu jefe te mandó, pero porque aún sigues aquí—Le preguntó a la muchacha que apareció detrás de ella.

—Aidan me pidió que no la dejara sola en ningún momento, quiere que la lleve a casa—respondió la chica, quien llevaba puesto un delantal blanco manchado de salsa roja y harina.

—Aidan, ¿Qué, eres su amiga para que lo llames así?—cuestionó ella.

—Al jefe le gusta que le hablemos sin formalidades.

—Ya veo…¿y en qué nos iremos?

—El auto está atrás.—Señaló la adolescente que no parecía tener ni 15 años de edad.

—¿Sabes manejar?—preguntó Helena antes de subir al auto.


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