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18.75% Lazo cósmico / Chapter 6: 3.1

Capítulo 6: 3.1

Helena no era una fanática de los atardeceres, sin embargo, el que se desplegaba ante sus ojos era lo más hermoso que había contemplado en mucho tiempo. Una suave brisa, acompañada de nubes que ocultaban tímidamente el sol, permitió que un arco iris se formara, pintando las ventanillas del avión en un espectáculo de colores vivos. Era una vista tan encantadora que no pudo resistirse; capturando el momento con un solo clic en su teléfono.

Antes de descender del avión, la escritora inhaló profundamente, exhalando lentamente el aire de sus pulmones mientras asimilaba su llegada al país de sus más preciados y dolorosos recuerdos. Habían pasado años desde la última vez que puso un pie en ese lugar, y aunque no planeaba regresar, reconocía en su interior un anhelo por su tierra natal: la gentileza de su gente, incluso el clima ardiente del verano que antes despreciaba y ahora ansiaba para pasar el día sumergida en el agua. Pero, sobre todo, ansiaba con fervor volver a saborear la deliciosa comida de su país, insuperable en sabor y que ninguna otra tierra podía replicar; la comida de su madre era su debilidad.

El aeropuerto rebosaba de gente y ni siquiera consideró la posibilidad de tomar un taxi, mucho menos pedir un Uber. Se le presentaban dos opciones: llamar a su padre o tomar un autobús para llegar a su pueblo. Optó por la segunda alternativa al percatarse de que la terminal de autobuses aún seguía ahí, al otro lado de la calle.

Reconoció al señor de la caseta de boletos; era el mismo de hace diez años, con el pelo castaño bastante teñido, una barba bien cortada y, sobre todo, esos ojos azules que hipnotizaban a cualquiera que los mirara. Parecía que el hombre también la había reconocido, pero no por haber tomado un boleto años atrás.

—¿En serio? ¿Usted no es la escritora de 'Juegos de Sangre'?

—¿Qué? No tengo idea de qué está hablando—respondió nerviosa, sacando su billetera.

—Sí que lo es. Apenas vi su fotografía en una revista. Su nuevo libro está causando sensación en Internet. Helena Ortiza, ¿verdad?

—Sí, ese es mi nombre.

—Cielos, no soy fanático suyo, pero mi hermana sí lo es. ¿Podría firmar esta libreta para ella, por favor? Aquí tiene el bolígrafo—dijo el señor, mientras mostraba una sonrisa amable en su rostro.

—¿El nombre?

—Luisa Hernández Amador—Helena, con gesto decidido y fluido, tomó uno de los bolígrafos y firmó la libreta en un elegante trazo.

—Genial, gracias.

—De nada.

—Bienvenida, señorita escritora. Le deseo un hermoso día.

—Gracias, le deseo lo mismo—respondió, y al salir de la fila, sintió las miradas de curiosidad de las personas detrás de ella. Tomó sus maletas y se encaminó con determinación hacia el baño. Frente al espejo, se arregló el cabello, permitiéndose una sonrisa cómplice. La felicidad que intentaba contener, fue imposible de ocultar.

Desde su asiento junto a la ventana del autobús, observaba embelesada las calles de su país natal. Un velo de nostalgia la envolvía; era como si hubiera viajado en el tiempo, como si los años no hubieran alterado en lo más mínimo el paisaje urbano.

La estación de los mangos se anunciaba en cada rincón de la ciudad. Vendedores ambulantes, con sus carretas cargadas de frutas, ofrecían mangos en bolsitas, llenando el aire con el dulce aroma de su fruta predilecta. Este detalle, pensaba ella, añadía un valor especial a su regreso. Se preguntaba si el árbol de mango que se erguía orgulloso en el centro de su patio estaría ahora cargado de frutas, anticipando el placer de saborear uno espolvoreado con chile tan pronto llegara a casa; el mero pensamiento le provocaba un deleite anticipado.

Al divisar unos puestos de comida a lo largo del camino, su memoria se inundó con recuerdos de la señora que vendía unas empanadas irresistiblemente deliciosas a solo una cuadra de su hogar. Dado que era sábado y si las tradiciones permanecían intactas, ya tenía esbozado su plan de acción al retornar a su hogar. En la cima de su lista estaba visitar a Doña Selma, cuyo nombre resonaba en su mente como el de una querida amiga, para encargar cinco empanadas de pollo, sus favoritas. Para el postre, tenía la intención de dirigirse a su árbol de mango, seleccionar dos frutas perfectas y prepararlas a su gusto.

También había contemplado disfrutar de una o dos copas de vino tinto junto a su madre, regocijándose de antemano por haber adquirido ese vino de Britania que tanto deleite les proporcionaba. No había olvidado a su padre y a su hermano; para ellos, llevaba dos six-packs de cerveza cuidadosamente acomodados en una hielera dentro de su maleta, un presente de Stanly, su adorado novio. Este gesto, pensaba, sería una hermosa manera de compartir y celebrar su regreso.

Revisando su celular, descubrió un mensaje de él; era como si sus pensamientos lo hubieran invocado.

—¿Ya estás en casa, mi amor?

—Casi llegando, ¿y tú?

...

...

—Tengo que tomar otro vuelo, hermosa.

—Está bien, por favor llámame por cualquier cosa, ¿de acuerdo?

—Claro, Helena. Y tú trata de desconectar, disfruta tus vacaciones al máximo. Te llamo en cuanto llegue a casa.

—Estaré esperando, ya te extraño. —Respondió ella por último. Esperó brevemente una respuesta de Stanly, pero al percatarse de que su autobús había alcanzado su destino, decidió guardar el teléfono.


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