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—¿Por qué lloras? —preguntó Dick, confundido, después de terminar un tazón de gachas de mariscos.
Fue en ese momento cuando Lin Lanhe se dio cuenta, para su sorpresa, de que las lágrimas habían comenzado a correr por su rostro sin que ella se percatara.
Se las secó sonriendo:
—Me entró algo de arena en los ojos.
—¿Aquí hay arena? —frunció el ceño.
Lin Lanhe respondió sin poder hacer nada:
—Sí, acaba de entrar por la ventana hace un momento.
—Me estás mintiendo —Dick no se dejó engañar y afirmó con seguridad—. No soy un niño de tres años.
Lin Lanhe se divirtió con la respuesta de Dick.
Dick puso morritos:
—¡Ya tengo cuatro años!
—Sí, sí, tienes cuatro años, ciertamente no eres un pequeño niño de tres años —dijo Lin Lanhe, acariciando la cabeza de Dick—. ¿Quieres comer un poco más?
—No más, quiero ir a jugar.
—Debes descansar un rato; de lo contrario, si vas a jugar justo después de comer, te dolerá el estómago.
—Oh.
Dick era muy obediente.