—¡Jajaja! ¡Mi Discípulo es increíble! —decía Randolph con alegría.
—Um. ¿Sabías que este chico es mi Discípulo? ¿No? ¡Pues ahora ya lo sabes! ¡Le enseñé a este mocoso todo lo que sabe! —continuaba jactándose.
—Sí. En el momento en que lo vi, supe que él era el uno. Por eso, me aseguré de enseñarle lo básico, y míralo ahora, es tan... alto, ¿verdad? —comentaba con una risa.
—¡Jajaja! Por supuesto, fui yo quien crió a este chico desde que era un renacuajo. ¿Qué? ¿No me crees? Tsk, ¿no ves el parecido de nuestras caras? ¡Ambos somos guapos! —afirmaba Randolph con una sonrisa en el rostro.
Lux hacía todo lo posible por mantener la sonrisa en su rostro sin que se volviera rígida mientras su Maestro lo paseaba alrededor, presumiendo con todos los que se encontraban de cómo lo había criado para ser un aventurero fuerte.
Sólo cuando la Abuela Annie le golpeaba repetidamente con su bastón por irritación, el viejo Enano dejaba de presumir y dejaba en paz a Lux.