—¿Qué quieres de mí, patriarca Vega? Nunca he perjudicado al clan Titus, tampoco tengo planes de hacerlo en el futuro —dijo Max dejando clara su postura.
—¿Qué quiero...? Oh, te diré lo que quiero, Max... —dijo Vega con una sonrisa.
Vega procedió a sacar un sable de su inventario, una hoja brillante que era verde oscuro en el filo pero blanca en el lado roma que exudaba un peligroso nivel de intención de espada.
Vega usó el sable para abrirse la palma de la mano mientras dejaba caer un flujo constante de sangre en el suelo al mirar a los ojos de Max y decir:
—Muéstrame lo que puedes hacer, muchacho.
El aroma de la sangre divina irrumpió en la nariz de Max y dejó sus sentidos primordiales entumecidos por un segundo.
Max nunca había olido sangre tan rica en vitalidad antes y no podía evitar salivar con su aroma.