—Vamos, Sebastián —dijo Max mientras intentaba sacudirse al enano que le mordía la pierna.
Actualmente, Max estaba luchando contra sus propios compañeros y aunque podía defenderse fácilmente de los tres porque no luchaban como ellos mismos sino más bien como robots, le estaba resultando difícil no matarlos accidentalmente.
Realmente no quería que sus amigos fueran mandados de vuelta por su propia espada y por eso estaba haciendo todo lo posible por solo esquivar y bloquear sin lastimarlos.
«Esto no va a funcionar, necesito encontrar al lanzador del hechizo de manipulación mental y de alguna manera llevar la pelea hasta él, no puedo seguir esquivándolos para siempre», pensó Max mientras apenas esquivaba un puñal lanzado por Asiva que iba dirigido a sus ojos.
—¡Eh! Siv, te encantan mis ojos rojos, caray —Max se quejó mientras decidía que ya era suficiente y convocaba a sus bestias del inframundo.
—AWOOOOOO —¡Zas!