—He visto muchas cosas extrañas... Déjame mostrarte —el Cardenal tomó una respiración profunda antes de sacar un orbe.
William reconoció al instante el orbe en las manos de ese Cardenal. Era grande como la cabeza de un humano, brillando con un lustre rojo. Era el orbe de exposición mental, uno que podía transmitir lo que cualquiera tenía en su mente y proyectarlo al mundo exterior.
William no veía nada útil en tales orbes, después de todo, ¿quién querría que alguien viera lo que estaba pensando? Sin embargo, en tal situación, era la solución perfecta para mostrar lo que el Cardenal veía en el mundo del destino y la suerte.
William estaba ansioso por ver, pero la mayoría de los Cardenales no lo estaban. No fue hasta que ese Cardenal dejó caer una gota de su sangre sobre el orbe, y este brilló intensamente y liberó un rayo rojo, uno que se convirtió en una pantalla hecha de niebla roja y comenzó a mostrar escenas allí.