Atticus se acercó a Aurora, que estaba sollozando en el suelo. Se agachó a su altura y levantó suavemente su barbilla, mirándola directamente en sus ojos rojos e hinchados.
Su rostro estaba empapado de lágrimas, mocos salían de su nariz y sus ojos estaban hinchados. Atticus le regaló su sonrisa más cálida, una sonrisa llena de seguridad, pero eso parecía hacer llorar a Aurora aún más fuerte.
Sus sollozos sacudían su frágil cuerpo mientras se aferraba a él, sus pequeñas manos agarraban su ropa, empapándola con sus lágrimas.
Atticus no pronunció palabra; en cambio, ofreció consuelo silencioso a través de su abrazo. La sostuvo cerca, acariciando su cabeza de una manera tierna y tranquilizadora.
En aquel callejón aislado, los únicos sonidos que resonaban eran los desgarradores sollozos de una joven, un testimonio del infierno que Aurora había soportado durante demasiado tiempo.