—¿Cómo sabes de este lugar? —preguntó Olivia mientras su piel se erizaba de escalofríos.
El hombre encapuchado tenía dos espadas en ambas manos. Las deslizó dentro de la vaina en su espalda en forma de V. —¿Y por qué no podría? —preguntó, inclinando un poco la cabeza como para obtener una mejor vista de ella.
Su voz sonaba decadente, como pecado envuelto en un dulce postre, como fuego mezclado con todas sus fantasías.
—Porque este es mi lugar —dijo Olivia, intentando no temblar de temor o de cualquier emoción que cruzaba por su cuerpo.
—Eso suena interesante —dijo él y dio un paso adelante. Olivia se congeló en su lugar cuando el hombre se izó sobre el tronco caído, balanceó su pierna alrededor y se sentó a horcajadas sobre él. —¿Y tú quién eres?
Sintiéndose ofendida de que él no conociera a la hija del beta de la manada, dijo, —¡Tú sabes quién soy yo! Por dentro se preparaba para correr al menor signo de alerta que notara, o quizás luchar contra él.