Los ojos de Anastasia se entrecerraron. Tiró su cabeza para atrás y le lanzó a él esa mirada de cómo-te-atreves, pero Íleo mantuvo su actitud obstinada. —Ninguno de los dos abandonará el recinto del palacio hasta que la amenaza llamada Aed Ruad sea anulada.
—Entonces, si el hombre no es capturado en los años venideros, ¿debemos permanecer adentro? —Anastasia preguntó, evidentemente molesta por la decisión de su esposo—. ¿Te das cuenta de lo ridículo que suenas? Su rostro estaba enrojecido mientras lo fulminaba con la mirada.
—¿Ridículo? —él replicó—. ¿No ha pasado Iona ya por suficiente que quieres exponerla a más peligro? Si no hubiera sido por nuestros espías, no habríamos detectado a Siora. Imagina el efecto catastrófico que habría ocurrido si no fuera detenida a tiempo. No quiero tomar ningún riesgo ahora. De todas las personas allá afuera, solo Aed Ruad permanece escondido. No sabemos dónde está. —Exhaló pesadamente, como si exhalara su ira.